Arte, patriotismo y religión: la pintura de Natalia Goncharova
– Jelena Rastovic –
La Jornada Semanal
En febrero de este año fue inaugurada la tercera retrospectiva de la obra de la pintora rusa Natalia Goncharova en el Ateneum Art Museum de Helsinki, después de haber estado en la Tate Modern de Londres y en el Palazzo Strozzi de Florencia. Natalia Goncharova (1881-1962), sobrina-bisnieta de otra Natalia Goncharova, la bella esposa de Alexander Pushkin, ostentó la nobleza en el arte y en su estilo de vida de diseñadora de moda parisina y decoradora teatral.
A mi amiga Sveta, póstumamente
En sus años de Moscú, antes de pasar a radicar en París, Natalia Goncharova vivió y pintó junto con su esposo, el pintor Mijaíl Lariónov, en la casa del arquitecto Goncharov, su padre; la casa sigue siendo una obra arquitectónica representativa del centro histórico de la vieja capital rusa. La poeta Marina Tsvetáieva vivía en el edificio vecino y, en su ensayo “Natalia Goncharova. Vida y creación”, recordaba que los afamados estudios de pintor no sólo eran el lugar de reunión de artistas más destacados del grupo vanguardista la Sota de Diamantes, tales como Diáguilev, Máshkov, Lentúlov y Konchalovski, sino también el espacio donde ellos organizaban las exposiciones de sus obras.
Mijaíl Lariónov (1881-1964), pintor reconocido también fuera de su país como autor de nuevas ideas en el arte abstracto, y Natalia Goncharova, se conocieron siendo jóvenes y estudiantes de la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú. Según Tsvetáieva, cuando Lariónov le dijo a su joven colega que se encaminaba hacia la escultura: “usted tiene buen ojo para el color y se fija en la forma. ¡Abra los ojos a su buen ojo!”, ella decidió dejar la escultura y dedicarse a la pintura. Vivieron juntos sesenta años, hasta la muerte, en París, ella de ochenta y un años, y él de ochenta y dos.
La luz de la belleza eterna
Si los especialistas en el arte coinciden en considerar a Natalia Goncharova una pintora ecléctica en cuanto a la influencia de estilos pictóricos de la vanguardia artística, principalmente el neoprimitivista, el rayista, el fovista y el cubo-futurista, y con la obligada mención de Cézanne, Gauguin, Matisse o Picasso, la misma artista reveló –al pronunciarse respecto de unos sucesos de escándalo y censura que vivió en su juventud–, que su concepción del arte, aun siendo de un arte premeditado expresamente como el rompimiento y la innovación, está profundamente arraigada en la tradición: “Si tengo conflictos con la sociedad, es sólo por la incomprensión por parte de esta última de los fundamentos del arte en general, y no por mis particularidades individuales, que nadie está obligado a comprender.”
En el fondo de ese entendimiento explícito del arte como acto de creación fundamentado, está una inclinación singular de Goncharova por el arte religioso: es posible ver que la fe está presente en su obra cuando se observa un cuadro suyo, La Madre de Dios con el niño (1911) de tema específicamente religioso, respecto de la totalidad de su obra y, en estas relaciones de conjunto de su arte de pintar, comparado con las demás obras. En dicho cuadro se observa, además de la perspectiva invertida como antigua técnica iconográfica en la representación del tema religioso, que la función de la composición cromática y la iluminación en los pliegues de la ropa y en los rostros, es crear una realidad luminosa, aquel reflejo de la luz simbólica de la belleza eterna, la luz de lo espiritual y lo trascendental neoplatónico. Es la misma luminosidad que vemos en el arte del color de la pintora rusa, distinguida por la historiadora de arte mexicana como “melancólica”, de “ensueño” o de “color bizantino”. En este sentido, y también con el fin de comprender la visión religiosa del arte de Goncharova, son significativas sus palabras: “El arte religioso, que puede traer la gloria al país, es una bellísima y mágica manifestación del mismo arte.”
Goncharova brinda una excelente ocasión para abundar sobre el tema y aclarar uno de los muchos significados de la presencia del arte bizantino en el arte de pintar iconos en el ámbito rural, así como en el pensamiento filosófico ruso.
Los rusos –y los demás eslavos del culto ortodoxo– adoptaron la fe cristiana por la mediación cultural de Bizancio; es decir, la inspiración de toda la producción cultural de esos pueblos, el entendimiento y la asimilación de las ideas de antiquísimo origen en el pensamiento y la interpretación bíblico-cristianos, así como el empleo de las técnicas y procedimientos de creación literaria y artística, vienen de la Antigüedad clásica y el amplio universo helenístico, esenciales en la cultura bizantina. Con el paso de los siglos (desde el año 988 dc), este proceso tomó el camino de un desarrollo autóctono. Así, por ejemplo, es posible seguir cómo la hagiografía, un género literario cultivado en la literatura cristiana bizantina sobre la vida de santos –que destaca por un estilo de expresiones abstractas y complejas, desarrolladas en imágenes poéticas y alegóricas difíciles de resolver, y que atesoran significaciones insospechadas–, durante el proceso del desarrollo histórico-literario, dio lugar a un tipo de hagio-biografía sobre la vida de los gobernantes y los sacerdotes distinguidos por realizar obras políticas y religiosas extraordinarias. Más tarde, algunos de los elementos formales de este género literario encontraron expresión característica en un tipo de novela histórica original cultivada en la lite l