«El Cuaderno de Tomy» de Carlos Sorín

La agonía de una madre ejemplar

Leonardo García Tsao

Que yo recuerde, ninguna película del director argentino Carlos Sorín se ha exhibido comercialmente en México, lo cual es una lástima, pues su breve filmografía –11 largometrajes en más de 30 años de trabajo– es más que estimable. Uno ha seguido su obra de manera salteada gracias a la asistencia a festivales internacionales y ha podido constatar cualidades, como un delicado sentido del humor y un genuino afecto por sus personajes.

Tales cualidades brillan en El cuaderno de Tomy, su más reciente realización, estrenada en Netflix el miércoles pasado. La premisa de la película suena temible: una mujer agoniza de cáncer terminal y en el proceso anota observaciones de vida para que en el futuro las lea su hijo. Eso, en manos de un cineasta, obviamente daría pie a un melodrama sensiblero (sobre todo, tratándose de Argentina), con mucha lágrima chantajista. Pero Sorín aborda el asunto con respeto y mesura.

Basado en un caso real (el diario se publicó después de muerta su autora y resultó un bestseller), el guion de Sorín evita todos los tópicos y las trampas sentimentales con singular tacto, concentrándose en los esfuerzos de María (Valeria Bertuccelli) y su esposo Fede (Esteban Lamothe) por fallecer de manera digna y sin tanto sufrimiento.

Para ello, la pareja cuenta con el apoyo del Dr. Vigna (Mauricio Dayub), jefe médico del hospital, quien ejemplarmente nunca le miente sobre sus posibilidades de vida. Y, en su pragmatismo, es quien procura a María el proceso de sedación terminal que le ayudará a morir en paz. Durante toda su agonía, María mantiene un saludable sentido del humor irónico con el que hace mofa incluso de su padecimiento. Con el celular en sus manos, la mujer tuitea sus ocurrentes anotaciones y se vuelve una sensación en las redes sociales, al grado de ganarse un reportaje en el diario Clarín. Esto provocará el interés de un programa televisivo que la someterá a una típica entrevista. La popularidad de María se evidencia con la cantidad de mensajes y regalos que recibe.

Como forma de apoyo, la paciente no sólo goza de la compañía permanente de su marido, sino de un numeroso grupo de amigos que intentan distraerla y cuidarla. Por supuesto, llegará el momento del despido y Sorín lo resuelve con una sobriedad asombrosa que no excluye la emotividad. Sólo una amiga, Roxi (la también realizadora Ana Katz) no puede controlar el llanto y esto es visto como un detalle gracioso.

El despido más difícil es el del pequeño hijo de tres años, el epónimo Tomy (Julián Sorín). El director, una vez más, sortea el peligro meloso. Madre e hijo practican un juego de adivinanzas y eso es todo. No hay discursos edificantes ni nada que se le parezca.

Para ello, Sorín ha encontrado a una colaboradora esencial en Bertuccelli. Revelada como una estupenda comediante en un par de películas excéntricas de Martín Rejtman –Silvia Prieto (1999) y Los guantes mágicos (2003)–, la actriz renuncia a cualquier asomo de vanidad y encarna a María con la valentía y la fragilidad necesarias.

Instrumento fundamental de cuando el cine quiere chantajearnos, el cáncer ha tenido finalmente en El cuaderno de Tomy una representación realista y digna, sobre todo.

D y G: Carlos Sorín/ F. en C: Julián Apezteguía/ M: Sergei Grosny/ Ed: Pablo Barbieri Carrera, Mohamed Rajid/ Con: Valeria Bertuccelli, Esteban Lamothe, Mauricio Dayub, Malena Pichot, Ana Katz/ P: Pampa Films. Argentina, 2020.

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