Para una historia razonada de las pérdidas
Márgara Millán*
Jean Robert escribió en 2017, en un texto denominado En el espejo de la Escuelita Zapatista: por un sentido común controversial**, que habría que realizar lo que denominó una historia razonada de las pérdidas. Hablaba de cómo la modernidad es una guerra contra la subsistencia de los pueblos y mostraba cómo es posible reconocer en la historia de la modernización, un proyecto de transformación de los pueblos en una forma que desposee a los pobres de sus capacidades innatas y vuelve más ricos a los ricos. ¿Cuáles eran esas capacidades innatas de los pobres que los múltiples proyectos modernizadores deshacen? ¿Cuáles y de dónde provienen los mecanismos que pueden ser entendidos como una guerra contra la subsistencia de los pueblos?
Jean Robert nos enseñó a mirar a los pueblos como colectividades creadoras de mundo, por cierto, no capitalista; mundo donde lo colectivo tiene aún densidad, tanto en las prácticas de la reproducción social de la comunidad, como en el horizonte de una vida plena y deseable. Ver su libro La potencia de los pobres, que escribió junto con Majid Rahnema en 2008.
¿Cómo se destruye la subsistencia de los pueblos? Parecería que esto que se denomina modernización, desarrollo, industrialización, son palabras que ocultan un hecho sustancial que podemos resumir como destrucción y colonización, ambos procesos históricos de larga duración. Procesos que en nuestro país no se detuvieron con la independencia, y tampoco con la revolución, continuaron durante la época nacionalista del Estado, se exacerbaron con el neoliberalismo y, por desgracia, continúan también en el cambio de régimen presente. Jean Robert menciona cuatro ejes de esa guerra contra los pueblos y sus formas de existencia: la guerra del Estado y del mercado contra la subsistencia; la enajenación, es decir, el abandono de la autonomía; la modernidad-modernización-occidentalización; y la coerción industrial.
Así, resulta que a mayor grado de modernización –del entorno, de las formas de vida, del consumo– le es correlativa un mayor debilitamiento de la autonomía de los pueblos, es decir, un mayor debilitamiento para desarrollar y hacer florecer su diversidad de formas de vida y de autorganización, que por muchos años las naciones originarias, hoy denominadas pueblos indígenas, han cultivado y actualizado dentro de esta nación que de alguna manera les ha sido impuesta. ¿Y cómo actúa el Estado en este gobierno frente a esta realidad de los pueblos-naciones precedentes a la gran nación mexicana? El liberalismo republicano que defiende hoy, como antaño, el derecho individual y el interés nacional, es ciego frente estos sujetos políticos y sus derechos colectivos, es sordo frente a sus querellas y sus propuestas, frente a sus formas de entender y proponer alternativas al desarrollo.
Para el Estado, la nación emana de él: nación de Estado, dice el maestro Bolívar Echeverría. Por eso su retórica nos resulta tan lejana, porque se desvincula de la vida concreta de quienes dice representar. Y desde que la ideología del desarrollo domina el mundo, el mandato del Estado y su nación es el combate a la pobreza. Una pobreza, hay que decirlo, medida en las escalas de esta ideología del desarrollo, donde cada persona quiere tener un empleo, donde el dinero es lo que manda. Y es aquí donde podemos entender a cabalidad los ejes que más arriba consignábamos: la guerra del Estado y del mercado contra la subsistencia, es decir, contra la autonomía de los pueblos. Estado y mercado coinciden con esta ideología del desarrollo, que siempre va a destruir las bases necesarias para que existan la soberanía alimentaria y la diversidad cultural. La enajenación, es decir, las comunidades originarias son reconocidas como pobres. No como comunidades que han cultivado su autonomía, sujetos políticos que han persistido en la vida campesina, no asalariada, cultivando sus tierras, conservando su entorno, y cuando es necesario, defendiendo el agua y sus formas de estar en el mundo; comunidades que perviven frente a la industrialización masiva, la urbanización sin límite; y es ahí donde conectamos con la coerción industrial, que sólo imagina el desarrollo como grandes corredores industriales contra la vocación agrícola de los pueblos. Sólo así podemos entender la tozudez, la ceguera y la falta de escucha que este gobierno ha tenido frente a los ejidatarios y las comunidades que han dicho no a la termoeléctrica en Morelos desde hace años.
Sólo desde este lugar de certeza inamovible se puede entender que el gobierno de la Cuarta Transformación se haya negado a dialogar con los ejidatarios, con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua, FPDTA-MPT; y que justo para conmemorar la Revolución Mexicana, y sobre todo la firma del Plan de Ayala, enviara a la Guardia Nacional para romper el plantón de Apatlaco y cumplir con su designio: la termo va porque va. ¿Quién necesita más electricidad en Morelos? ¿Porqué un corredor industrial en tierras de vocación agrícola? ¿Por qué empecinarse en echar a andar una termoeléctrica, que muy pronto será obsoleta, a menos de 300 metros del Jardín de niños del poblado de Huexca? ¿Por qué no tender puentes, escuchar argumentos, reconsiderar, hacer algo en común con quienes fueron parte del movimiento de apoyo del actual Presidente? ¿Cómo comprender estas prioridades de quien dice –y dice mal– mandar obedeciendo? Y todo esto, después de que nadie da con el móvil del asesinato de Samir Flores. Luego de que la consulta en las comunidades afectadas por el Proyecto Integral Morelos claramente dijo no a la termoeléctrica. Este 23 de noviembre, es por todo esto, un día de tristeza, como lo fue el 20 de febrero del año pasado.
A Jean Robert le interesaba la persistencia de eso que la modernización transforma. Y preguntaba, ¿qué es eso que la modernización transforma? Es, sin duda, la autonomía de los pueblos. Su pensamiento se hará presente en todas estas resistencias frente al desarrollo, que no es la solución, sino justo el problema.
En memoria de Jean Robert.
** En Modernidades alternativas, coordinado por Daniel Inclán y Márgara Millán, México, UNAM-Del Lirio, 2017.
*Profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM