Hecho trágico
Ángeles González Gamio
El próximo 12 de diciembre se festeja a Nuestra Señora de Guadalupe, día de veneración para millones de mexicanos que acuden a su santuario en el cerro del Tepeyac, conocido popularmente como La Villa, donde cuenta la historia-leyenda que la Virgen se apareció al indio Juan Diego, en 1531.
Este año, quizás por primera vez en siglos, la Basílica y los sitios que la rodean –sagrados para los creyentes– van a estar cerrados por la pandemia. Es un hecho trágico para los fieles –alrededor de 10 millones– que van en peregrinación, muchos cada año y desde sitios muy lejanos a festejarla, pedir o agradecer favores y milagros a la que consideran la madre de los mexicanos.
Es asombroso pensar que durante los casi 700 años que han transcurrido entre la fundación de México Tenochtitlán y hoy, el cerro del Tepeyac se ha caracterizado por ser un lugar dedicado al culto religioso. Fray Bernardino de Sahagún relata, que antes de la aparición de la Virgen de Guadalupe los indígenas veneraban en este lugar a Tonantzin. Según el insigne fraile, se puede traducir como nuestra madre, que era la diosa de la Tierra y, además, la regidora del nacimiento y de la muerte en la cosmovisión mexica. Ya desde entonces había frecuentes peregrinaciones.
Dicho templo, que fue demolido inmediatamente después de la Conquista, se remplazó por una modesta ermita dedicada a la Virgen de Guadalupe. Esto dio nombre al lugar que surgió en torno al poblado y por su importancia recibió el nombramiento de Villa, igual que Coyoacán, Tlalpan, Mixcoac y muchos otros.
A lo largo de centurias el cerro y su entorno se poblaron de construcciones para glorificarla. El culto a la Virgen Morena aumentó al paso de los siglos y durante el XVIII contrataron a los mejores arquitectos, artistas y orfebres para construir las más bellas edificaciones. Una de ellas es el templo barroco, obra del excelente arquitecto virreinal Pedro de Arrieta, que aún podemos admirar, al lado de la moderna basílica que se edificó en 1975.
En su interior trabajaron los mejores artistas de la época: pintores, escultores, talladores, plateros y muchos más. La obra se inició en 1695, sobre las ruinas de un templo artesonado; a lo largo de los siglos se le hicieron agregados y modificaciones, tanto para ponerlo a la moda arquitectónica del momento como por deterioro.
Un ejemplo es el altar barroco que se dañó por la construcción del convento de capuchinas, lo que se aprovechó para que Manuel Tolsá edificara uno nuevo en 1787, en estilo neoclásico. Al bello inmueble se le denomina Colegiata de Guadalupe desde 1749, año en el que se le concedió dicho rango.
A un costado se encuentra el Museo de la Basílica, que alberga colecciones de pintura, escultura, grabados, porcelanas, cobre, tapices e imaginería. Sobresalen obras de artistas de renombre como Juan Correa, Cristóbal de Villalpando, Nicolás Rodríguez Juárez y Miguel Cabrera. De arte popular hay una sala con encantadores exvotos y otra con los retratos de los abades de la Basílica.
Debido a que este templo padecía severos daños estructurales, se tomó la decisión de construir uno nuevo. Se encargó la obra al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien diseñó una impresionante basílica, en forma circular con estructura de concreto, revestido de láminas de cobre e iluminada a través de amplios vitrales de vidrio de Monterrey. En el extremo de la modernidad, un pasillo eléctrico colocado debajo del nivel del piso permite admirar a los millones de peregrinos la hermosa imagen de la Virgen, sin poder detenerse por el movimiento constante de la banda, lo que no impide que muchos se suban decenas de veces.
Otro tesoro de La Villa es la capilla del Pocito. Cuenta la tradición que en ese lugar la Guadalupana esperó a Juan Diego en una de sus apariciones y brotó un manantial; por tal razón, se encargó al notable arquitecto barroco Antonio de Guerrero y Torres la construcción de una pequeña capilla. El resultado fue una bellísima edificación de tezontle y cantera rematada con graciosas cúpulas y linternillas revestidas de azulejos blancos y azules. Se le considera entre las 10 mejores obras barrocas de América.
Ahora, todo esto lo podremos admirar virtualmente, lo que sin duda dejará desconsolados a sus millones de fieles, pero salvará muchas vidas.