Biblioteca fantasma
– Eve Gil –
La Jornada Semanal
La venganza de las mujeres
La autora canadiense Miriam Toews (Steinbach, 1964) nació en una comunidad menonita y les resultará familiar a quienes vieron la película Luz silenciosa, de Carlos Reygadas, en la que interpreta a la protagonista. Su cuarto libro, Ellas hablan (Sexto Piso, 2020, traducción de Julia Osuna) ha hecho exclamar a Margaret Atwood: “¡Parece sacada de El cuento de la criada!”, aunque, a diferencia de la genial distopia feminista, la novela de Toews está tomada de hechos pavorosamente reales, acontecidos en una comunidad menonita de Bolivia llamada Manitoba donde, de repente, niñas y mujeres comenzaron a despertar adoloridas, sangrando, amoratadas, mareadas. Quienes no eran víctimas de esta misteriosa dolencia –los hombres– optaron por culpar al demonio, aunque esto es relativo… las víctimas tuvieron que hacer algo muy, muy malo para ameritar semejante castigo. Los más misericordiosos sugirieron que las mujeres pudieron haber bebido algo que las volvió locas. Al final se descubrió que ocho miembros de la comunidad habían administrado anestésico veterinario a estas mujeres para violarlas y el caso tuvo que ser resuelto por un tribunal boliviano que determinó encarcelarlos.
A partir de estos hechos, Toews nos sitúa en la comunidad de Molotschna, en la que August Epp, un hombre reintegrado a la comunidad tras cometer un delito venial y haber errado por Inglaterra, es elegido por las víctimas de violación para que registre todo cuanto ellas resuelvan respecto al crimen del que han sido víctimas. Las mujeres menonitas no sólo no saben leer ni escribir, hablan además un dialecto que pudiéramos denominar “alemán antiguo”, lengua oficial de los menonitas, si bien a los hombres les es permitido aprender adicionalmente inglés o español para establecer tratos comerciales con los foráneos. La única soltera del grupo, Ona, amor secreto de August desde que eran niños, ha quedado embrazada, producto de la violación. De entre este singular grupo de mujeres destaca Salome, quien está hecha una fiera, y motivos no le faltan, pues no sólo la han violado a ella… también a su hijita de tres años, lo que significa que el demonio de la pedofilia se ha infiltrado también entre esta buena gente. Los hombres de Molotschna, dirigidos por el obispo Peters, han marchado rumbo a la ciudad con la intención de pagar la fianza de los ocho violadores, sin manifestar la más mínima compasión, no digamos amor, por sus mujeres. Las víctimas aprovechan esta circunstancia, y la asistencia del único hombre que cree en ellas –y en el que ellas confían–, para discutir de qué manera pueden hacerles entender a los demás que ellas no forman parte del ganado, que son humanas. Las discusiones van adquiriendo profundidad; aflora la natural inteligencia de las mujeres que pasan de discernir por cuál de los cuatro posibles –y tibios– castigos para sus agresores votarán (una de las alternativas es… ¡perdonarlos para que Dios las perdone a ellas!), a plantearse la fundación de una nueva sociedad en la que las mujeres reciban un trato igualitario, para lo cual habrán de escapar de Molotschna junto con sus hijos varones menores de quince años. Entre los menonitas, un hombre alcanza la mayoría de edad a los quince. Las mujeres consideran que, a partir de esa edad, los varones inician un irremediable proceso de encanallamiento, por lo que no tiene ningún sentido tratar de reeducarlos para ser dignos de esa nueva sociedad. Y tampoco es viable abandonar a los niños varones a los malévolos impulsos de aquellos en quienes ya no confían. ¿Qué pasaría en todo caso con August, a quien ellas –Ona, la primera– perciben como un hombre diferente, como un amigo… un hombre con tendencia a la melancolía y a “hablar con flores”?, “Si Dios es un Dios vengativo –resuelven las mujeres– entonces nos ha creado a su imagen y semejanza.”
Ellas hablan es una novela magnífica, muy teatral, con sorprendentes giros argumentales y asombrosos diálogos que, como puñetazos, dan directo al estómago… y también a la razón.