Crónica del último rey de la Aldea

Crónica del último rey de la Aldea

– Alonso Vázquez Moyers –

La Jornada Semanal

Estaba a punto de abrir la puerta de entrada, la entrada a Palacio. El guardia que la sostenía mantuvo el talante marcial y obedeció la orden del Rey: ciérrela, yo puedo abrirla.

Es posible, como dicen en su séquito, que no le gusten los rituales del poder, los gestos cortesanos. Tal vez, quería sentir en el peso del portón los años de lucha que lo habían conducido a ocupar la silla vacía más preciada de la Aldea.

Pero había en ese gesto mucho más: era el niño que abría el regalo, que no convidaba a nadie más el dulce, dulcísimo poder, que, aunque probaba diariamente en bocados, nunca parecía empalagarlo. En realidad, debió decir: yo quero abrirla.

Así comienza la que, luego de muchos años de búsqueda en archivos y bibliotecas, daba cuenta de la existencia del último rey de la Aldea. Podría estar sujeta a controversias, no obstante. Y, sin duda, refutarse la veracidad de mucho de su contenido. Su autor, un bufón de la antigua corte que perdió su empleo, había emprendido una campaña
en contra del nuevo Rey. Y ese dato tal vez pueda ser menos controvertido. La interpretación casi unánime del “retrato del bufón, el pregonero y el Rey Bello”; es que los antiguos reyes consintieron (bastante bien) a ambos personajes; incluso, en esferas íntimas se decían amigos.

La investigación histórica sobre la Aldea, no obstante, es incompleta y confusa. Se sabe que existió, se tienen referencias precisas de su ubicación. Se dice incluso que sus fundadores pensaron en un mito para nombrar a esa pequeña comunidad, que comenzaba en la porción de playa que no pertenecía a Los Propietarios, se extendía por una cadena montañosa y llegaba hasta los lindes del muro del Imperio; éstos, que nunca pensaron en un nombre para su extensísimo territorio, no permitieron que sus vecinos del sur nombraran al suyo. Tiene algo de lógica, si me permiten formular una hipótesis. Estoy seguro, que hay hombres que desearían ser conocidos simplemente como el Campeón, el Honorable o, como los antecedentes del último rey el Guerrero y el Bello.

El problema es que del último Rey se sabía muy poco. Hasta se dudaba de su existencia. Y ese hecho ponía en duda otros. Tanto, que algunos investigadores sugerían que la Aldea, su historia, personajes y leyendas, eran una invención de la Academia de Investigaciones Históricas de la Aldea, que recibía subvenciones públicas y organizaba congresos anuales en Venecia, Estambul, San Francisco y Londres.

Cuando Eleuterio Sánchez encontró la crónica, pensó que sería maravilloso reconstruir, a partir de ese detalle, la historia del último Rey. Sin mayor dato, supuso que la mejor forma de reconstruir la vida de un Rey era imaginarse en su posición. Así que pensó que podría ser interesante añadir algunos datos bibliográficos.

Recordó que a él, de niño, le invadía el pánico cuando su mamá lo dejaba encerrado en casa, mientras se iba a trabajar. Que ese miedo lo acompañaba aún, de otras formas, en su caminar, habla y movimientos reflejos, que revelaban una personalidad introvertida e insegura. Así que el último Rey, Eleuterio, sería un personaje valiente, sin miedos, que desde niño había destacado por su liderazgo y, de adolescente, por ser un verdadero galán.

Pero para que la crónica, a partir de la cual se reconstruía la historia no resultara muy disonante, ya que finalmente se trataba del único texto histórico que daba cuenta de la existencia del último Rey, había que añadir adversidades y luchas.

Pensó cómo él había sido menospreciado en la Academia, cómo su trabajo historiográfico y su prosa exquisita no habían sido valorados por el Comité, que decidió no darle una plaza como catedrático. Así que escribió que el Rey Eleuterio: “Disponía de una pluma maravillosa, elocuente y controversial para la estrechez mental de la época; casi podría afirmarse que sus cartas inspiraban la mejor poesía. Pero no la poesía ceñida a las reglas de la métrica de entonces, sino el verso libre y provocador, de estilo rambaudiano, por lo menos. Esa capacidad, adelantada para su tiempo, no fue bien recibida tampoco en los periódicos, que rechazaron (como a él le habían negado) una y otra vez la publicación de sus cuentos, que hacen pensar en Maupassant, a pesar de haberse escrito al menos un siglo antes. Ese rechazo despertó en él interés en la política. Sus dotes de líder encausaron su frustración.”

El relato era convincente, en realidad. Y aunque el jurado dijo que había una aparente exaltación de la figura, el relato biográfico aportaba datos suficientes para corroborar la autenticidad y valor histórico de la investigación.

Complacido, dijo que, efectivamente, era posible que se hubiera guiado por cierta emoción, ya que se identificaba mucho con el personaje desde niño; no por nada, sus padres lo habían nombrado Eleuterio, como el último rey de la Aldea.

 

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