El Cerro de la Media Luna

El Cerro de la Media Luna

José Félix Zavala

Existe en Pinal de Amoles un cerro que por su figura recibió el nombre de “Media Luna”.

De regular altura y elevados acantilados, no presenta en su capa exterior grandes bosques ni adornos naturales, pero como todo en nuestro suelo, tiene una hermosa leyenda:

Se acercaban los conquistadores procedentes del pueblo de Querétaro, donde estaba asentado el Caudillo Conín con su ejército.

Un jefe de familia Chichimeco oyó decir a sus congéneres que los conquistadores venían sometiendo a todos los de su raza a la Corona de Castilla, de agrado o por la fuerza; así que antes de perder su libertad y atar a su consorte y a su pequeño hijo a la esclavitud, fue al teocalli frente a sus dioses y ahí, de pie, ofrendó a su mujer y a su hijo juntamente con unas palanganas de mastranto coronadas de cempasúchiles; al mismo tiempo que la compañera, de rodillas, exhalaba tristes alaridos; ofrendando oloroso incienso y haciendo signos con el sahumador en dirección a sus dioses.

Se acercaban los dioses barbudos acaudillados por Conín y el indio héroe de la leyenda, haciendo reverencia de cuerpo ante aquellas deidades de tosca figura dice a su compañera, tomando de la mano a su hijo: “Baxá; Nextí nextí” (Vámonos, corre presta).

Y con el semblante demudado por la tribulación de su espíritu, su larga cabellera descompuesta, la macana en su diestra y su hijo en la siniestra, se dirigió al más alto acantilado del Cerro de la Media Luna, no sin dirigir a los conquistadores que le seguían una mirada terrible y desafiante.

Llegó al borde del pináculo seguido de cerca por sus perseguidores. Entonces, levantando los brazos y en ofrenda de sacrificio a sus dioses, tomó a su compañera de la cintura y la arrojó al vacío exclamando “Badá Dabá” (anda con Dios). De igual modo, tomó a su hijo y lo arrojó al precipicio, derramando gruesas lágrimas que se perdieron en el profundo acantilado.

Al llegar los conquistadores, dejase oír un último y más acentuado estruendo en el fondo del barranco, producido por el cuerpo del héroe al chocar con una grande y escarpada peña.

Por un espacio de tiempo permanecieron los conquistadores contemplando aquel cuadro desolador que dejó en su mente y para siempre, esta sentencia filosófica – patriótica: “Primero muertos que esclavos”.

La batalla de la Media Luna

Los Jonaces
de Querétaro

Apenas queda rastro y vestigio de un pueblo, que presumiblemente pudo haberse reunido ceremonialmente en la Sierra queretana, en los sitios arqueológicos que hoy conocemos como Ranas, Quirimbal y Toluquilla, colocados en las lomas de la serranía y edificados maravillosamente, antes de que el invasor llegara y se diera inicio a una larga lucha, la famosa guerra chichimeca.

Los Jonaces, llamamos a este pueblo, residente en lo que ahora son los municipios de Cadereyta, Tolimán, Peñamiller, San Joaquín y algunos lugares que ahora conocemos como partes de los estados de Guanajuato e Hidalgo.

Los Jonaces eran los dueños de estas tierras ubicadas al filo de las fronteras de los reinos Mexica y Purépecha, vestidos con un maxtle de piel de venado y como arma y herramienta, un arco y una flecha.

De ese pueblo, habitante inmemorial de las inmediaciones de la sierra Gorda, eran las tierras y sus entrañas, hacía ya mil años que se trabajaban las minas en las profundidades de las entrañas de la tierra, buscando el cinabrio.

Sobre estos agrestes terrenos descansaban tranquilos, en equilibrio, la zábila, el nopal, la biznaga y el garambullo, lo mismo que el mezquite, el huizache, el ahuehuete, el álamo y el Sáuz, cruzaban las praderas, ahora queretanas, el cacomixtle, el mapache, la comadreja, el coyote y el tigrillo.

La Sierra Gorda, nido intemporal de Los Jonaces está limitada por el río Verde y la Huasteca, al norte. Llanuras hacia el oriente y occidente, al sur el semi desierto, resalta en la región, el cerro Gordo, que le da el nombre a la sierra y es su centro natural, dándole el frente hacia el oriente, mirando hacia Zimapán, pueblo ubicado a la otra banda del río Grande.

Las alturas de esta sierra, van desde los 3800 metros, hacia abajo, a través de las montañas corren innumerables arroyos, que desembocan en los ríos Tampón, Estoras y Moctezuma, afluentes del río Pánuco, las fuertes neblinas dan un ambiente de humedad y las heladas, candelilla a los bosques.

En este medio ambiente, tenían su refugio Los Jonaces, los lugares habitados por ellos, los conocemos ahora con los nombres impuestos por los españoles, eran llamados: La Media Luna, Estoras, San Cristóbal, Ranas, Maconí, Cerro Prieto, Las Trincheras, cerro San Nicolás, Los Peñones y Las Juntas, ya que la fragosidad de la guerra, no les permitía moradas fijas.

Los pueblos vecinos, los Ximpences y los Pames, llamaron siempre a los Jonaces los “come caballo”, por rebeldes e indómitos, pero debido a esta natural rebeldía, recayó básicamente en esa etnia chichimeca, la defensa de la Sierra Gorda, ante el avance de los invasores europeos.

Ellos, los Jonaces, fueron los que atacaron, quemaron y saquearon los asentamientos mestizos y españoles al pie de la sierra, lo mismo que los presidios, su táctica fue la guerrilla, nos dice Jaime Nieto.

Con la llegada de los españoles a Cerro Gordo, cerro que mira de frente a las minas de Zimapán, comenzó una guerra que duraría 200 años, para terminar en el terrible etnocidio de los Jonaces.

Este pueblo nómada reaccionó ante la invasión de sus tierras, logrando mantener su autodeterminación como pueblo y nación, casi hasta el final del régimen colonial, en un espacio geográfico muy reducido y cercano a la capital del virreinato, según nos cuenta Claudio Cop.

Cuando la sierra Gorda fue invadida por los europeos, lo importante fue sobrevivir. Entonces, para sus antiguos pobladores, se volvió añoranza el recordar a los antiguos visitantes de la región, se cree que fueron los totonacos y los huastecos, iniciadores de aquel avanzado sistema de cultivo por terrazas, que fácilmente aún se identifica, del próspero comercio con la costa y el altiplano, su compleja organización social, manifestada en el ritual del “juego de pelota”.

El invasor recurrió a las tres grandes órdenes de frailes venidos con ellos, los agustinos, los franciscanos y los dominicos, para reducir y pacificar a los Jonaces, pero solo obtuvieron fracasos.

Los españoles recurrieron al sistema de “presidios”, usado ya contra los bárbaros del norte, para conseguir la asfixia de los Jonaces, pero los jefes de “banda”, se multiplicaron para evitarla, así nacieron como jefes de estos grupos: Cabeza Blanca, El Manco, El Copón, famosísimo, El desnarigado, cada uno con más de cuarenta hombres consigo.

“Los Jonaces no eran tan fieros como los pintan, lo que sucedió fue que los invasores los obligaron a vivir en las montañas abruptas, sin vegetación alguna, sin valle donde poder cosechar algo para comer, por lo que se veían obligados a descender de las montañas donde se habían refugiado y entrar en las haciendas y poblados, para robar y aún para matar… su conducta daba pie a los capitanes y soldados que se hallaban en los presidios y guarniciones de frontera, para que formaran represalias sangrientas, por lo cual la animadversión entre los Jonaces y los invasores se recrudecía día con día”.

Durante esa larga temporada de resistencia, van apareciendo los frailes, mientras el invasor les ofrece a los Jonaces la reducción a cambio de las misiones o de una guerra de exterminio.

Los agustinos llegaron a Xilitla en 1550 y en 1569 hubo una rebelión. Los franciscanos aparecieron en Tolimán por 1583, y en 1587 hubo otra rebelión. Cada vez se iba venciendo a pequeños grupos de Jonaces, así fue el juego mortal de esa larga lucha.

“La desgracia de estas misiones es que están situadas en el Camino Real y al descubierto de tantas vecindades, sujetas a tantos pareceres y por lo cual el vecino por su libertad, el rico por su comodidad, el alcalde mayor por su autoridad, la doctrina por su jurisdicción y todos, en general por su conveniencia, tratarán de justificar, el crucificar la verdad, reduciéndose a que quiten las misiones y que se mate a los indios, sin molestarse en averiguar la verdadera causa de la alteración o rebeldía de estos”.

En 1687 aparecen los dominicos, encabezados por el veracruzano Fray Felipe Galindo, fraile con un alto sentido de la época y con la trayectoria de haber sido superior de los principales conventos de su orden, en la Provincia de Santiago, en la Nueva España, llegó ofreciendo a Los Jonaces la paz, si aceptaban la reducción en las misiones, que él fundó en compañía de otros 25 frailes.

A este hombre y debido al gran debilitamiento, hambre y muertes, los Jonaces le permitieron algunos logros, floreciendo por esta causa la misión de la Nopalera, con sus tres barrios, San Jerónimo, San Juan de Dios, y Santiago, con 60 familias, iglesia de cal y canto, “imagen de la Virgen Del Rosario, de vara y tercia, fresco y dos jagüeyes” y con esta misión junto con otras seis más, que fueron: Vizarrón, Maconí, Soriano, Palmillas, Ahuacatlán y Xichú.

Entre “los logros” del fraile Felipe Galindo, estuvo la autorización real para que los indios tuvieran sus propias autoridades y tierras, además de no pagar tributos y no ser sujetos de repartimiento.

Los españoles avecindados en la región no permitieron la cristianización de los indios, en la forma en que los frailes la realizaban, mientras los capitanes y soldados cometían fechorías contra los ellos y estorbaban la labor de los misioneros, dando como resultado una iracunda alteración de los Jonaces que nuevamente se remontaron a la sierra, su refugio inexpugnable.

“Reconocen abiertamente – en la capital del virreinato- que ni las autoridades, ni los vecinos son capaces de controlar a los indios, pues cuando se pretendió combatirlos se meten en cuevas y cavernas que tienen en una extensión de más de treinta leguas…”. Dicen.

En 1703 nombran al licenciado Francisco Zaraza, visitador de las misiones, Felipe V, sube al trono español, mientras que, en la Sierra Gorda, diputados y capitanes, convencen al visitador Zaraza que declare la guerra a los Jonaces, éste accede, más tarde morirá en manos de quienes pretende exterminar, sin mayor logro de su misión.

Otro destacado misionero dominico, Luis de Guzmán, intentó lo que sería la última carta para evitar el etnocidio de los Jonaces, tratando de reducirlos en las llamadas misiones. El fue nombrado Capitán General y Armado Caballero por el virrey, a fin de pacificar a los chichimecas.

Los Jonaces volvieron a aceptar la reducción ofrecida, floreciendo por esta causa la misión de Soriano. Nueve años después murió fray Luis de Guzmán, que pareciera haber logrado la tan deseada “pacificación”. Los Jonaces, a la muerte del fraile y por temor, nuevamente volvieron a sus refugios en la Sierra Gorda. Dicen que este fraile habría logrado la reducción de la mayoría de los Jonaces.

Se culpa nuevamente a los militares y hacendados del fracaso en la lucha por la “pacificación” de la Sierra Gorda, pero el dominico Esteban Arroyo nos dice algo más: “Los chichimecas jonaces son dignos de admiración, porque con toda valentía habían sabido defender su independencia, su libertad y su patria, rechazando a los invasores españoles y mestizos, al grado que podemos decir que la Sierra Gorda fue el último bastión de la raza indígena contra los españoles”.

José de Escandón terminó con el pueblo de los Jonaces, exterminándolos y llevando a los pocos sobrevivientes en colleras a las cárceles y obrajes de Querétaro, después de quince años de lucha, que culmina con la batalla de La Media Luna. Existe para escarmiento de Occidente, todavía y a pesar de ellos, un pueblo de Jonaces, en las cercanías de San Luis de la Paz, testimonio viviente de resistencia cultural, de la inmortalidad de la propuesta mesoamericana de vida, aún no valorada suficientemente por Europa y el mundo.

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