Carlos Septién García “El Tío Carlos” Nacido en la ciudad de Querétaro en 1915

Carlos Septién García “El Tío Carlos”

Nacido en la ciudad de Querétaro el 15 de enero de 1915, Carlos Septién García reveló su vocación periodística desde la edad de 12 años. En 1935 ingresó en la UNAM para estudiar leyes y continuó con su vocación al publicar diversas revistas estudiantiles. Posteriormente, se integró al periodismo profesional.

Por Manuel Pérez Miranda

Lo que más me ha impresionado de don Carlos Septién García al repasar su vida para redactar esta breve semblanza, es la facilidad que ofrece para sintetizar su trayectoria como maestro y comunicador.

Nació periodista, se hizo periodista y vivió intensamente su profesión; murió y fue el centro de la noticia, cuando iba en pos de la noticia. Después de muerto siguió y sigue presente en el periodismo actual por las ideas visionarias de sus escritos sobre periodismo, y porque su nombre lo lleva una escuela que ha formado y sigue formando generaciones de periodistas.

Virtudes y logros que se derivan de la entrega a su ideal, “el parlamento diario de los pueblos” como él mismo lo definió, frase donde compendia su concepción del periodismo moderno, escrita en 1951:

“En la complejidad del mundo moderno, la prensa es el diario y silencioso parlamento de los pueblos. Sus letras son las voces del hombre, de todo hombre: las voces que piden justicia, las que dictan las leyes, las que aciertan o las que yerran. Cada página del periódico es el acta fiel de cada día de nuestro mundo; documento vivo de cuanto el pensamiento, la acción o la omisión han hecho cada hora en una tierra de la que nadie puede sentirse ajeno (…)

“El periodismo es hoy la asamblea diaria que llega hasta el hogar mismo del ciudadano: por radio y televisión que allí, en el recinto de sus páginas, y en sus espacios audiovisuales, se reúne con los habitantes de su ciudad, con la comunidad de su patria, con sus semejantes del mundo entero; que le hace pensar, vivir y resolver con ellos las pequeñas y las grandes cuestiones de la urbe, del país, de la época.

“Por la naturaleza misma de esta su misión, el periodismo tiene el más completo derecho a la libertad. Pues libre es la razón humana a la cual la prensa sirve; libre para alcanzar su fin supremo que es la posesión de la verdad…”

Carlos Setién García nació periodista, pero no se conformó con tener el don de la palabra escrita; empezó a ejercerlo desde los once años de edad –1927– en su periódico El Tiliche, escrito en la máquina de su padre, con copias al carbón, en hojas tamaño carta, escritas por los dos lados. Ya adulto comentaría festivamente este primer fruto de su vocación «era el director, jefe de redacción reportero, financiero, editor, vendedor (a centavo el ejemplar) y también su único lector…”

Sin embargo, hay testimonios familiares de que leían otras personas, y que, de la sonrisa inicial cuando lo tomaban en sus manos, pasaban al gesto serio y a veces preocupado por lo que decía. Dos años más tarde publicó El Chinto, que ya no era juego de niño, pues se ocupaba de fustigar a las autoridades a tal grado que en una ocasión –1932– el editorial fue tan directo en sus juicios contra el gobierno, que el padre de don Carlos se vio obligado a enviar a su hijo fuera de la ciudad, por temor a un castigo. Todavía en Querétaro publicó El Escolapio, El Heraldo, Cascabel y otros periódicos.

El joven Septién García continuó sus estudios en la capital del país cursando la carrera de Derecho, sin olvidar su vocación periodística, pues fundó la revista PROA, órgano de la Unión Nacional de Estudiantes, de la cual fue presidente.

Carlos Septién García se hizo periodista y vivió intensamente su profesión, no sólo como reportero en busca de noticias “con agilidad que parecía contrastar con su físico, pero que también se adecuaba a su mente –diría uno de sus colegas–; era de aquellos periodistas que no cesan un momento de buscar el ángulo original de la noticia, aquel que puede dar la clave para la compresión de los más difíciles acontecimientos”.

También se distinguió como entrevistador, articulista, columnista y cronista político de la Cámara de Diputados y cronista taurino, actividad ésta donde cosechó muchos elogios por su conocimiento de la fiesta y por sus cualidades de estilo y de lenguaje, méritos por los que el público e incluso los toreros españoles, lo calificaron como “el mejor cronista taurino de aquí y de allá”.

Don Carlos no se contentaba con ejercer la profesión de periodista, trataba siempre de enaltecerla por medio de conferencias, pláticas, memoranda a sus colaboradores y el diálogo directo, dentro y fuera de las aulas, con los jóvenes aspirantes a convertirse en periodistas. Su generosidad en el magisterio no tenía límites.

Cuando la UNAM decidió establecer la carrera de periodismo en 1951, Septién García fue invitado a sustentar una conferencia para orientación de alumnos preparatorianos. De ella sacamos los siguientes fragmentos.

“Nadie puede ya darse el lujo de ignorar los sucesos; por el contrario, el deber de mantenerse informado es ahora tan imperativo como el del militar para conocer su estrategia, como el del político en la marcha de las cosas públicas, como el del estadista en los ajustes de la convivencia internacional. Las decisiones que hayan de tomarse en el futuro –las que se han tomado ya–deberán tener tal exquisito y decisivo acierto, que de ellas dependerá la existencia misma de muchas naciones. Y la verdad es que un Estado se hallará en mejores condiciones de decidir sobre los pasos de su patria, si el pueblo que lo sustenta es un pueblo alerta, enterado, sagaz por el conocimiento y el juicio de los hechos…”

“Quien haya a emprender la carrera periodística, deberán tener presente esta fundamental importancia de la información verídica, objetiva, oportuna, acerca de cuánto puede influir sobre los destinos personales, nacionales o mundiales de nuestra comunidad».

“El servicio que con ello se da a los semejantes, es el cumplimiento de la responsabilidad social del periodismo. El médico dará salud, el abogado protegerá el derecho, el ingeniero levantará las obras materiales, pero el periodista satisfará a todos la nobilísima necesidad de la inteligencia por conocer la verdad del acontecer humano, y al hacerlo con respeto y oportunidad, estará ensanchando cotidianamente los dominios de la verdad y preparando a las voluntades para el servicio del bien”.

En otra ocasión, al referirse a la actividad periodística, habría de decir lo siguiente, mencionado sutilmente a los individuos que se embozan con esta noble actividad para medrar con ella:

“El periodismo, como actividad humana que es, sigue el mismo destino del hombre. Como el hombre, puede ser heroica, valiente, audaz, íntegra, verídica, fiel. También, como el hombre, puede ser cobarde, timorata, miope, mentirosa, traidora, perversa. Puede alcanzar cimas de perfección, de excelencia o puede caer en los abismos de la iniquidad, de la abyección».

“Pero el periodismo tiene una gran dignidad propia; el periodismo, en su esencia misma, es una actividad noble. La función de informar y de orientar a la opinión pública; la función de revelar al hombre medio todos los sucesos que afectan la vida pública, es una función que merece un alto puesto en la jerarquía de las instituciones; una misión íntimamente excelente».

“En la medida en que un hombre esté consagrado a esta misión; en la medida en que se ocupe de su vida, su tiempo, su trabajo en la realización periodística, ese hombre adquiere la dignidad del periodismo».

“El periodismo es, ante todo y necesariamente, un compromiso con la verdad. Y una verdad a destiempo es una mentira con la verdad. Una verdad menos importante, menos urgente, menos actual que la que debe decirse es una manera del falsear el compromiso que se tiene con la verdad”.

Como maestro en el aula, resultaba algo especial. Tuve la fortuna de asistir en calidad de alumno a sus memorables cátedras. Todo el grupo estaba de acuerdo en que era algo especial porque no era el mentor que nos llenaba te teorías irrealizables, lo que exponía con un lenguaje accesible y profundo era el resultado de su experiencia, una práctica desarrollada siempre dentro de la más pura ética profesional.

“La mejor entrevista –nos decía– es aquella que se hace sin tomar apuntes; sólo así se puede captar la riqueza de las expresiones, gestos actitudes del entrevistado. En una plática franca, abierta, nos dirá cosas más espontáneas e importantes…»

“El acto de informar supone en el periodista un respeto a la verdad contenida en los hechos, lo cual implica varias cosas: una cabal exactitud en la observación del acontecer, una probada lealtad al transmitirlo por escrito y un resuelto valor para darlo a conocer en sus propias notas. En suma, estas cualidades se compendian en lo que constituye la más alta virtud del periodista: su honradez intelectual”.

Así eran sus clases: el consejo a flor de labio, la recomendación constante, la observación oportuna. Pero la clase que más recuerdo fue aquella del 16 de octubre de 1953: se analizó el reportaje sobre un condenado a muerte que pidió como último deseo, celebrar un banquete con sus carceleros la víspera de su ejecución para gozar de la amistad humana que nunca había recibido. Don Carlos nos hizo notar la riqueza del tema, los detalles abordados, lo atinado del estilo, pero especialmente, el interés humano que se había apoderado del lector hasta hacerlo sentir que participaba en esa peculiar fiesta…

No volvimos a verlo. Tres días después –el 19 octubre– nos enteramos del trágico accidente de aviación en la Sierra de Mamulique, donde perdió la vida a los 38 años de edad, cuando acudía a cubrir la reunión de los presidentes Eisenhower y Ruiz Cortines en la Presa Falcón.

Las ocho columnas de los diarios del país lo amortajaron; los encabezados lloraron su muerte; la reunión de los presidentes pasó a segundo término; la Plaza México cerró sus puertas, suspendieron la corrida del domingo siguiente en señal de luto. “La fiesta brava perdió a su máximo cantor” diría el torero Carlos Arruza.

Quién habría de decir que su última clase en el aula, marcado ya por el destino, había sido también una fiesta, el último banquete de conocimientos que compartió con sus alumnos, donde convivimos el interés humano que sabía imprimir a todas sus acciones: sus consejos, su amistad, su profesión de periodista y en su actividad magisterial.

Al recibir la trágica noticia, vinieron a nuestra mente las palabras que él había escrito al conocer la muerte de Manolete, su torero preferido, porque reflejaban los mismos sentimientos que se tenían por su propia muerte.

“El único homenaje posible era algo que fuese tan genuino como él, tan sobrio como él, tan verdadero como él… El mejor himno de su sacrificio es su propia vida, el mejor canto de su vida es su propia muerte…”

Nuestra generación huérfana pidió entonces que la escuela llevara su nombre para reafirmar la permanencia del maestro, para enaltecer su ideal y sus conceptos. La respuesta fue favorable y desde entonces 59 generaciones de estudiantes le han dado vida a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.

“Nada puede cantar dignamente su muerte sino su vida…”

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