La humanidad como Tancredo desafía quieta, inmóvil al toro virus dispuesto a matarlo.

Don Tancredo

José Cueli

¡Qué belleza tiene la poesía de Octavio Paz! Su belleza no está en lo que dicen palabra, sino en lo que sin decirlo dicen. No desnudes sino a través del velo los deseables senos (Vislumbres de la India).

Hasta la Valencia de las flores llegó nuestro poeta con su rumor, su religiosidad, pluralidad, y cantó con voz de oro y aliento. Hasta las plazas de toros llegó el poeta y cantó al Tancredo, y se adelantó a su tiempo.

Don Tancredo en el centro del redondel, en una silla, quieto como estatua se llena de cornadas, como muerto e indestructible, resuena al perderle el respeto al toro virus e impedir que se haga dueño del ruedo.

Octavio Paz le canta:

“Estoy muerto / estoy vivo, / no estoy vivo, / nunca me he movido de este lecho, / jamás pude levantarme: soy una capa donde envisto, / capa ilusoria que tienden toreros enlutados, /Don Tancredo se yergue en el / centro, relámpago de yeso, / lo atacó más cuando estoy a punto de derribarlo / hay alguien que llega al quite.

Envisto de nuevo bajo la / rechifla de mis labios / inmensos, que ocupan todos los tendidos / nunca acabo de matar al / toro, nunca acabo / de ser arrastrado por esas / mulas tristes que / dan vueltas y vueltas al / ruedo bajo el ala fría de ese silbido que / decapita la tarde como / una navaja inexorable.

La humanidad como Tancredo desafía quieta, inmóvil al toro virus dispuesto a matarlo.

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