El maíz por Guillermo Bonfil Batalla

El maíz
 
Guillermo Bonfil Batalla
El siguiente texto fue leído por la abogada Magdalena Gómez, como parte de su diagnóstico jurídico inicial en la audiencia pública Los Transgénicos nos Roban el Futuro (organizada por la Red en Defensa del Maíz, La Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y Vía Campesina). Ahí se presentó la primera ronda de argumentos y evidencias para denunciar al gobierno mexicano, a enormes corporaciones y a la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ante tribunales internacionales: por la contaminación transgénica del maíz en México, por la batería de leyes que le niegan a la población el derecho de defenderse de tal contaminación por los cauces legales a nivel nacional, por promover la biotecnología que atenta contra los cultivos nativos y por el intento de registrar, certificar, normar y homologar las semillas, criminalizando los saberes ancestrales campesino-indígenas y los canales de confianza que, después de milenios, hoy siguen siendo nuestra más vasta y sugerente herramienta de futuro. Este texto fue publicado originalmente en 1982 en El gallo ilustrado, suplemento de El Día, el 17 de octubre de 1982.
Durante milenios, la historia del maíz y la de los seres humanos corren paralelas en estas tierras. Más que paralelas: están indisolublemente ligadas. El maíz es una planta humana, cultural en el sentido más profundo del término, porque no existe sin la intervención inteligente y oportuna de la mano, no es capaz de reproducirse por sí misma. Más que domesticada, la planta de maíz fue creada por el trabajo humano.
 
Al cultivar el maíz los seres humanos también se cultivaron. Las grandes civilizaciones del pasado y la vida misma de millones de mexicanos de hoy, tienen como raíz y fundamento al generoso maíz. Ha sido un eje fundamental para la creatividad cultural de cientos de generaciones; exigió el desarrollo y el perfeccionamiento continuo de innumerables técnicas para cultivarlo, almacenarlo y transformarlo; condujo al surgimiento de una cosmogonía y de creencias y prácticas religiosas que hacen del maíz una planta sagrada; permitió la elaboración de un arte culinario de sorprendente riqueza; marcó el sentido del tiempo y ordenó el espacio en función de sus propios ritmos y requerimientos; dio motivos para las más variadas formas de expresión estética; y se convirtió en la referencia necesaria para entender formas de organización social, maneras de pensamiento y saberes y modos de vida de las más amplias capas populares de México. Por eso, en verdad, el maíz es fundamento de la cultura popular mexicana.
 
Hay, pues, por todo lo anterior, lo que podría llamarse un proyecto popular en relación con el maíz. Esta planta, con toda su compleja red de relaciones económicas, sociales y simbólicas que la tienen por centro, adquiere un significado profundo para el pueblo mexicano; es un bien económico fundamental y un alimento insustituible, pero es mucho más que eso.
 
Frente al proyecto popular, abiertamente opuesto a él, se yergue otra manera de concebir el maíz. Otro proyecto. Éste pretende desligar al maíz de su contexto histórico y cultural para manejarlo exclusivamente en términos de mercancía y en función de intereses que no son los de los sectores populares. Hace del maíz un valor sustituible, intercambiable y prescindible. Porque excluye, precisamente, la opinión y el interés de los sectores populares, los que crearon el maíz y han sido creados por él.
 

El enfrentamiento entre ambos proyectos está entablado

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