HISTORIA DEL PSICOANALISIS EN MÉXICO

HISTORIA DEL PSICOANALISIS EN MÉXICO

¿Compulsión a la repetición?
 
Hablar de psicoanálisis, en cualquier ámbito del saber humano, levanta una serie de posturas contrastantes que son de antaño conocidas. Desde sus inicios provocó diversas manifestaciones en contra, siendo tildado, Sigmund Freud su fundador, de libertino, promotor de la sexualidad e indecencia, pornográfico y dañino para la salud mental de los castos jóvenes.
 
En medio de tal revuelta, Freud se mantuvo firme e inconmovible frente a su insaciable búsqueda del progreso científico acerca del conocimiento de la psicopatología, el desarrollo psicológico del individuo, el funcionamiento de los procesos psíquicos, la psicoterapia, la interpretación de los sueños y, por excelencia, el estudio de lo inconsciente. 
 
Para luchar contra las asechanzas del vulgo, estableció conceptos que se han mantenido válidos y han sido ampliados por trabajos de psicoanalistas posteriores: inconsciente, transferencia, resistencia, investidura, etcétera. Algunos de los cuales tienen, desde su término y etimología, una íntima relación con la guerra (tal es el caso de “resistencia”). 
 
Louis Breger, en su obra Freud: El Genio Y Sus Sombras. Abarca con detalle esta perspectiva del psicoanálisis. 
 
Aún el mismo Freud se vio obligado a mostrar argumentaciones sólidas que justificasen sus obras, tal como puede verse en ellas. Así pues, en una grabación en video que realiza hacia el final de su vida, afirma que dicha guerra aún no ha terminado.  
 
Así se ha vivido el psicoanálisis desde su origen. Ha sido un campo que ha tenido que luchar, defenderse y sobrevivir a los ataques del resto de la comunidad científica y aún de los mismos psicoanalistas; ello explica la creación del Comité, en el cual un grupo de psicoanalistas (Jones, Ferenczi, Abraham) se establecieron como un grupo que se ocuparía de proteger la teoría y, en particular, al maestro. Ellos se encargaron de censurar y expulsar a cualquiera que intentara desviar la teoría y técnica psicoanalítica que Freud enseñaba (aun cuando muchas veces el mismo maestro reconocía la validez de los aportes de los disidentes).
 
De tal forma que el acceso a la formación psicoanalítica se fue limitando a cierto grupo de personas, se hizo elitista y se limitó el “privilegio” a unos pocos.  Tal parece que esta historia se ha repetido en diversos países en los cuales la conquista del psicoanálisis ha tocado tierra.
 
Rudinesco recopila una serie de datos que corroboran esta afirmación, cuando el psicoanálisis llegó a Francia y varios representantes (entre ellos Lacan) se debatían la supremacía teórica y autoritaria del psicoanálisis en las universidades. 
 
México no podía ser la excepción. Fernando Gonzales, en sus obras, narra los intensos conflictos que se derivaron de las distintas asociaciones que se fundaron en el país. De la API (Asociación Psicoanalítica Internacional) procedían los certificados que daban validez a las asociaciones nacionales, la APM era la embajada del psicoanálisis en México, aquel que aspirase a recibir una formación en este campo, debía cumplir con los requisitos que ella exigía, de tal suerte que en el camino muchos se quedaron fuera.
 
 No podemos evitar una analogía rescatada de las enseñanzas de Jesucristo: “muchos serán los llamados, pero pocos los escogidos”.
 Irónicamente, fue dentro del campo de lo religioso que el psicoanálisis en México acaparó la atención de todo el mundo, cuando Gregorio Lemecier introdujo el psicoanálisis al monasterio que presidía y desveló una serie de perversiones que se encubrían tras la fachada monástica. “Los ministros de aquel que lleva el anillo del pescador –diría Lemecier en uno de sus últimos sermones -varias veces han querido quitarme mi certificado de capitán y hundir mi barco. 
 
Sin embargo, abandonado a su “llamado divino”, fundó el Centro Psicoanalítico Emaús, con la finalidad de dar atención psicoanalítica a toda aquella alma atormentada por la neurosis. 
 
Ya fragmentadas como estaban, la APM, AMPAG, CPM, comenzaron a abrir las puertas a varios psicoanalistas destacados de aquella época, argentinos y uruguayos, muchos de los cuales no había tenido una formación médica (criterio que fue usado por la APM para filtrar a los aspirantes). 
 
Ellos comenzaron a enseñar el psicoanálisis a los psicólogos, hasta entonces vetados del campo, y ofrecían conocimiento por encima de un título certificado. A pesar de lo cual, aún hay una fuerte tendencia de los psicoanalistas (formados en seminarios, cursos, instituciones privadas, etc.) a buscar la legitimación a través de una asociación “certificada”.
 
Quizá, una de las reflexiones que propicia el análisis de la historia del psicoanálisis, es la lucha constante que ha mantenido frente a los diversos campos de las ciencias sociales y los conflictos que ha despertado dentro de sus propios profesionales. 
 
No puedo más que pensar en el proceso psíquico descrito por Freud: la compulsión a la repetición. Donde un conflicto, o deseo no resuelto, se repite, reedita, en las diversas edades y áreas. En tal caso, ¿cuál es el deseo inconsciente de los psicoanalistas? ¿La lucha por el poder? ¿Erigirse en una posición de autoridad? ¿Derrocar al padre? ¿Devorarlo? Me parece sumamente interesante la línea que sigue el progreso y divulgación de esta teoría. 
 
Desde extremos diametralmente opuestos, aún podemos observar psicoanalistas que sacan brillo a su narcicismo al sentirse legitimados por cierta institución. En tanto que otros se esfuerzan en alcanzar una sólida y seria formación más que el “papel”, tal es el caso de la reciente apertura del “Taller del psicoanalista”.
 
Otra reflexión que debería rescatarse es la importancia de un profundo compromiso con la formación académica. En cualquiera de las disciplinas científicas, incluido el psicoanálisis. Un sentimiento de responsabilidad para con uno mismo, nuestra profesión y práctica clínica, hacia nuestros pacientes y nuestro interés por legítimo por ellos, debe guiarnos con miras al crecimiento intelectual.
 
 
 

El interés por intentar una historia del psicoanálisis en México surgió a partir de la lectura del libro «La batalla de 100 años. Historia del psicoanálisis en Francia» de Élisabeth Roudinesco. Inscrito en la tradición de la historiografía psicoanalítica, este texto narra el acontecer del psicoanálisis en el país galo.
 
¿Se había hecho algo similar para el caso de nuestro país?, nos preguntamos en primer lugar. Si la respuesta era negativa –como lo fue–, ¿valdría la pena el intento? ¿Cuál sería el sentido de hacerlo? ¿Habría suficiente e interesante material para construir la historia? ¿A quién le serviría ésta?: ¿a los psicoanalistas, a los historiadores? Las respuestas a la primera interrogante y a las derivadas de ella conforman el contenido de este trabajo.
 
El punto de referencia para el arranque –la historia del psicoanálisis en Francia– representaba, era fácil intuirlo, un gran contraste respecto a lo que podría ser el caso de México: con mucho, el psicoanálisis no ha tenido la misma significación para un país y para el otro. En Francia, aunque no deja de ser “tardío” su comienzo en 1926, impregnó prácticamente todos los aspectos de la cultura francesa durante los restantes años
del siglo XX, por lo que éste llegó a ser uno de los países del mundo con mayor número de psicoanalistas por población.
 
En México, en cambio, la existencia del psicoanálisis y su impronta en la cultura nacional ha sido considerablemente menor, sea en cuanto a su cobertura territorial y poblacional o en cuanto a su inserción simbólica en el pensamiento nacional, aunque debe observarse que su presencia ha ido creciendo desde mediados del siglo pasado.
 
Dada nuestra formación en el lacanismo, la historia del psicoanálisis en Francia nos representaba un atractivo especial, pues la presencia en ella de Lacan es contundente. Una buena parte de esta historia tiene como eje fundamental las enseñanzas teóricas y clínicas y los movimientos organizacionales que se conformaron alrededor de su figura.
 
Indudablemente, la narrativa hecha por Roudinesco nos ayuda a profundizar en el pensamiento de Lacan. Sin embargo, más allá de esto, y más allá de Lacan mismo (dado que no es, evidentemente, el único actor de esa historia), ¿qué otra significación podría aportarnos la investigación de la historiadora francesa para lo que empezaba a ser nuestro propósito: la historia del psicoanálisis en México.
 
Es claro que la investigación de Roudinesco se nos presenta como un punto de referencia, bajo una perspectiva de método comparativo. Justamente, por ejemplo, la mención de Lacan como factótum en el psicoanálisis francés proporciona una desemejanza con la situación mexicana: no tenemos una figura fundadora como la que representa este personaje. 
 
No podíamos, por lo tanto, seguir el modelo de investigación de Roudinesco: la realidad aquí es otra. Si bien Lacan no deja de representar un
caso especial, que difícilmente se presta como modelo, no es desde luego un suceso único. Tenemos casos como los de Melanie Klein, para Inglaterra y Heinz Hartmann, para los Estados Unidos, quienes aparte de suscitar que la historia psicoanalítica de sus respectivos países girara en torno a ellos, generaron escuelas: el kleinismo y la Ego Psychology, respectivamente. 
 
En México, en los momentos de inicio del psicoanálisis, contamos con la presencia, prolongada, de un psicoanalista de impacto mundial: Erich Fromm, ¿no es una figura fundante, un padre fundador que nos permita aplicar este patrón? Si bien el psicoanálisis tiene un sustento universalista, que le permitiría ser pensado como Uno, esa fue la pretensión de Freud.
 
la historia ha mostrado la eclosión de una pluralidad de escuelas, tanto como un repertorio de experiencias –de recepción, de implantación, de transformación– circunscritas a realidades nacionales; es decir, aunque estrictamente no podemos hablar del psicoanálisis mexicano o francés, porque el psicoanálisis es uno, no podemos dejar de hablar de una vivencia singular, producto del encuentro entre un discurso –de los más vigorosos del siglo XX  y la estructura histórica de discursos, prácticas e instituciones que caracteriza a una nación.
 
¿Cuáles son las peculiaridades de esta aproximación entre la realidad mexicana y el psicoanálisis?
 
Esta es la cuestión general que guía nuestro trabajo.  Al revisar el estado de la cuestión, nos percatamos, en principio, de que no existía una historia general del psicoanálisis en México. Sin embargo, sí contábamos con una incipiente historiografía psicoanalítica mexicana. Encontramos ahí un motivo, una justificación para realizar nuestro trabajo: hacer esta historia, atender la falta, intentar llenar el hueco o, como el alfarero, construir alrededor del vacío. 
 
Pero ¿con qué objeto? ¿Sólo por no soportar la carencia? ¿Para qué el recurso a la historia, al pasado? ¿Porque no estamos satisfechos con el presente y buscamos, en el pasado, la razón de esta disconformidad? Por otro lado, ¿tiene que haber una finalidad, más allá de la de cubrir un faltante? Se ha recurrido a la historia para legitimar, para formar identidad, para construir mitos, para demolerlos, etcétera.
 
Nos quedamos, en nuestro caso y en un primer momento, con la de atender un déficit en un campo de investigación –la historiografía psicoanalítica– consolidado a nivel internacional. Si al hacer esto se cubre alguno de los otros fines mencionados, habremos obtenido una ganancia adicional.
 
El recurso a la historia se traduce, por sí mismo, en construcción de subjetividad. ¿Buscamos construir la subjetividad psicoanalítica en México al pretender esta historia? Más allá de esta subjetividad, circunscrita al campo psicoanalítico, ¿reconstruir la relación que hemos tenido como nación con un discurso primordial de la Modernidad, como el psicoanalítico, ¿nos ayuda a la construcción de nuestra subjetividad como mexicanos? La relación con este discurso moderno ¿nos ilustra acerca de nuestra relación con esa modernidad? ¿Qué tanto estamos inscritos
en ella? ¿Qué tanto tenemos que estarlo? 
 
El psicoanálisis es uno de los pensamientos de avanzada del mundo occidental, producto del industrialismo, la urbanización y la declinación del patriarcado. ¿Nos dice algo de nosotros en tanto mexicanos la particular relación que hemos establecido con este discurso?
 
Estas últimas preguntas, sin duda fundamentales, rebasan nuestros propósitos de investigación, aunque no descartamos que nuestros resultados puedan ser útiles a un debate sobre la cuestión. Nos quedamos con la pretensión, desprovista de ingenuidad positivista, de reconstruir los hechos significativos como fundamento para la producción de las interpretaciones. 
 
En un primer momento, tuvimos la intención de llegar con nuestras conclusiones a la actualidad del campo psicoanalítico mexicano, como creemos debe hacerlo todo proyecto historiográfico: alcanzando el presente. Sin embargo, la carencia de un tronco común, de una base histórica, nos llevó a circunscribirnos al momento fundante del psicoanálisis en México, la década de los cincuenta del siglo pasado, y a revisar los procesos históricos que lo posibilitaron, que se remontan por lo menos a 1910. Erigir ese momento, el de la fundación, es un paso ineludible para llegar a la actualidad psicoanalítica. A partir de la reconstrucción histórica de ese tiempo inaugural se tiene que hacer el trabajo historiográfico que permita llegar al presente psicoanalítico. 
 
Esta decisión, metodológica en sí misma, nos permite, además, poner cierta distancia, también metodológica, respecto de la actualidad psicoanalítica de la cual formamos parte. Determinado por las circunstancias, este alejamiento nos ha permitido cierto grado de objetividad respecto a nuestro objeto de estudio, particularmente con relación a los actores de la historia. 
 
Así, recortamos nuestro propósito amplio y general de hacer una historia del psicoanálisis en nuestro país, para proponernos ahora reconstruir las circunstancias en que emerge el psicoanálisis en México.
 
Como podrá verse a lo largo de nuestro estudio, considerar los comienzos del psicoanálisis en nuestro país –en la década de los cincuenta del siglo pasado– no implica suponer que antes de este tiempo no hubo ningún tipo de relación entre el psicoanálisis y la historia cultural y científica de México. Por el contrario, y a contrapelo de la opinión de la historiografía oficial mexicana del psicoanálisis, partimos de la hipótesis de que la aparición del discurso psicoanalítico en México se remonta a una época anterior al inicio de su emergencia como práctica.
 
Aún más: este momento anterior es testigo de una de las mayores implicaciones que ha tenido el psicoanálisis, aunque en forma sesgada, en una temática que ha ocupado al pensamiento nacional: la pregunta por el “ser” del mexicano. Iniciada en los años treinta, en el campo filosófico y en el contexto de la intelectualidad mexicana, surge una corriente de pensamiento: los estudios sobre la identidad del mexicano, que llegó a formar cierta tradición y a involucrar a filósofos, literatos, psicoanalistas y científicos sociales. Comienza con Samuel
Ramos, quien toma la noción de complejo de inferioridad de un exintegrante del campo psicoanalítico, Alfred Adler, para aplicarla al estudio de la personalidad del mexicano. 
 
Toca el turno, posteriormente, a la literatura: Octavio Paz, con su Laberinto de la soledad, abona esta línea de investigación, que proseguirá,
ahora sí desde el interior del campo psicoanalítico, con el libro de Santiago Ramírez: El mexicano, psicología de sus motivaciones
 
Una serie de textos sobre esa temática, y desde diferentes disciplinas, prosiguió a estos trabajos iniciadores, hasta la aparición de un estudio que desde la antropología criticó los fundamentos mismos de este conjunto de investigaciones. Roger Bartra, en La jaula de la melancolía, cuestiona la noción misma de identidad nacional considerándola imaginaria. 
 
Se trata, dice Bartra, de una construcción que responde a intereses histórico-políticos de la élite gobernante mexicana y que, basada en el mexicano del centro de la república, desconoce las diferencias existentes entre las distintas regiones del país. Independientemente de la validez o no de este tipo de trabajos, e incluso sin considerar lo certero o no de la injerencia psicoanalítica, queremos destacar para nuestros propósitos la incidencia del psicoanálisis en una temática que ha ocupado a grandes sectores del país y en un momento en que no se registra, oficialmente, su presencia. Quizás, como en ningún otro caso, el discurso psicoanalítico ha tenido aquí una intervención notable en una problemática de interés nacional.
 
Por traer a colación la intromisión del psicoanálisis en problemáticas nacionales, este punto nos remite al comentario de inicio: la remisión al psicoanálisis en Francia.
 
Una de las vías por la que se despliega nuestro estudio es la de una constante referencia a la situación internacional del psicoanálisis con relación a lo que sucedía en el país; lo nacional frente a lo internacional. Y no podía haber sido de otra manera, dada la naturaleza misma de nuestro tema de investigación.
 
El psicoanálisis es, sin lugar a dudas, un saber euro centrista, cuya expansión se explica por los procesos de consolidación del sistema mundo, impulsados por el capitalismo mundial. Es un discurso importado que, a pesar de que nos haya llegado gracias a la extensión colonialista, no se inscribe en su lógica, sino que más bien la impugna radicalmente, al socavar, como algo intrínseco a su práctica, y de manera estructural, todo presupuesto colonizador, sea económico, político, ideológico, mental.
 
En esta alusión a lo internacional, las historias del psicoanálisis en países como España y Argentina nos han proporcionado también datos y maneras de abordar los problemas propios del campo historiográfico del psicoanálisis. Particularmente, el caso de la nación sudamericana es más que ejemplo o modelo, ya que el psicoanálisis en México guarda una relación genealógica muy estrecha con el de Argentina. Una de las certezas que nos ha dejado la comparación entre las historias del psicoanálisis de diferentes países es la de la singularidad de cada caso, sin que
esto signifique que no se puedan señalar semejanzas.
 
Así, la forma como empezó el psicoanálisis en México no tiene parangón con alguna otra sociedad. Transitó por dos carriles: la llegada de un intelectual europeo, Fromm, y la salida, en busca del saber psicoanalítico, de intelectuales mexicanos. 
 
Carriles que parten del mismo punto, que se bifurcan, que tratan de reencontrarse y que, finalmente, chocan de forma estruendosa. Los flujos migratorios de portadores o buscadores del saber psicoanalítico son propios del movimiento psicoanalítico internacional y, por lo tanto, no constituirían en el caso mexicano la razón de su singularidad, la que quizás podría estar dada, en todo caso, por haber ocurrido simultáneamente los movimientos migratorios opuestos: inmigración de Fromm, emigración de mexicanos. 
 
La existencia de un conflicto entre los grupos resultantes de estos dos caminos tampoco podría otorgarle peculiaridad al comienzo del psicoanálisis en México, ya que este tipo de enfrentamientos suelen ser comunes entre grupos de investigadores o profesionistas.
 
¿Qué es entonces lo que confiere singularidad a la emergencia del psicoanálisis en nuestro país?
 
Otra tensión que recorre todo nuestro estudio es la generada por la relación entre el psicoanálisis y la historia. Tratándose de un estudio que aproxima dos disciplinas, obligaba a pensar la relación entre las mismas. El nexo está dado, de origen, nos parece, por la vocación “natural” del psicoanálisis a la historia, por su quintaesencia histórica. No podía, por lo tanto, no aplicar esta vocación a sus organizaciones, a sus actores, a sus debates, a sus teorías, a sus procedimientos, en fin, a su movimiento; se constituye, de este modo, la historiografía del psicoanálisis. Si el psicoanálisis, remitiéndose a su pasado y auto aplicándose su estrategia, se abre a la historización, ¿cómo será entonces su relación con la disciplina de la historia? ¿Cuál será el sentido de esta relación y cuáles sus términos? 
 
Es claro que la relación historia-psicoanálisis no se reduce a la cuestión de la historiografía psicoanalítica, sino que abarca otros aspectos. De acuerdo con esto, la hemos abordado más allá de lo que concierne al campo específico de la historiografía psicoanalítica; sin embargo, sí adquiere éste un lugar privilegiado en nuestro trabajo, ya que pretendemos inscribirlo justamente en ese campo historiográfico que, como señalábamos anteriormente, tiene una existencia poco robusta en nuestro país. 
 
La búsqueda por esclarecer las condiciones de posibilidad de la emergencia del psicoanálisis en México nos llevó, inevitablemente, a los procesos históricos en los que está engarzado este momento fundante, privilegiando los correspondientes a la historia interna de la disciplina. De acuerdo con los datos aportados por nuestra investigación y aplicando categorías del análisis historiográfico, hemos hecho una propuesta de periodización de la presencia del psicoanálisis en México, que proponemos a la consideración de los lectores de este texto, junto con otras afirmaciones relativas a la pregunta que guio la urdimbre de este libro: 
 
¿cómo pudo surgir el psicoanálisis en México en el momento en que lo hizo?
 
 
El problema de la historia del psicoanálisis ha despertado interés prácticamente desde los comienzos de esta disciplina. La historiografía psicoanalítica, a lo largo de sus casi 100 años, ha presentado ya varias de las posiciones que suelen darse en el trabajo de los historiadores: la del mito de auto creación del sabio, en el que brota el saber; la historia oficial, la historia experta (que introduce el largo plazo) y el revisionismo.
 
1 se trata, sin lugar a dudas, de un campo de estudios consolidado. En la década de los setenta del siglo pasado, es notorio un elevado interés por la cuestión de la historia del psicoanálisis.
 
2 aunque no son la fuente exclusiva de esta curiosidad, los estudios arqueológicos de Michel Foucault explican en buena medida esta tendencia de investigación, que se manifiesta tanto en psicoanalistas como en investigadores sociales.
 
Por la importancia que confiere al psicoanálisis entre los discursos de la modernidad, Foucault imaginará la idea de hacer una genealogía del psicoanálisis: Cómo pudo formarse el psicoanálisis en la fecha en que ha aparecido. Temo simplemente que respecto al psicoanálisis suceda lo mismo que sucedió con la psiquiatría cuando intenté hacer la “Historia de la locura”: había intentado contar lo que había pasado hasta
comienzos del siglo X1X. Pero los psiquiatras han entendido mi análisis como un ataque a la psiquiatría. No sé qué pasará con los psicoanalistas, pero temo que entiendan como “anti psicoanálisis” algo que no será más que una “genealogía”.
 
3 ¿Ya se hizo esta historia del psicoanálisis a la manera de la genealogía de inspiración foucaultiana? ¿Ha enfrentado ya el psicoanálisis la cuestión de su historia? ¿Cómo lo ha hecho? Estas preguntas operaron como guías generales en la hechura de este texto. Si bien se atendieron en el plano universal del psicoanálisis, el énfasis principal fue intentar su respuesta en el espacio recortado de la situación mexicana.
 
Nuestro trabajo de investigación partió de considerar que una buena proporción de lo que entenderíamos por “la cuestión de la historia del psicoanálisis” se encuentra en la primera parte de la siguiente cita de Foucault: “Cómo pudo formarse el psicoanálisis en la fecha en que ha aparecido…”, frase que resume su concepción de la genealogía del poder. Justamente, es en este punto en el que se centró el interés específico de nuestro libro: establecer las condiciones de posibilidad de emergencia del psicoanálisis en México, cómo fue posible que apareciera
en el momento en que lo hizo y no en otro, en el suelo de qué a priori histórico surgió, para posteriormente extraer todas las

consecuencias posibles de este hecho.

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