Eco, el lector de significados donde sólo veíamos cosas
Javier Aranda Luna
En 1974 pidieron a un joven reportero de televisión que entrevistara a Umberto Eco para que adelantara algo de lo que trataría en su conferencia. Se desarrollaba en Acapulco el Encuentro Mundial de la Comunicación. El puerto era un jolgorio y un punto donde coincidieron por varios días importantes teóricos y protagonistas de los medios masivos.
El reportero hizo la cita con Eco, semiólogo importante con una docena de ensayos en su haber, pero poco conocido por el gran público. Tenía 42 años y sólo dos de sus obras tenían una presencia importante en el mundo académico mexicano: La estructura ausente y Apocalípticos e integrados, que con los años se convirtieron en libros clásicos para los estudiantes de comunicación.
La cita fue en un salón del inmenso vestíbulo del hotel donde se hospedaba. Tras la presentación habitual, Eco preguntó de qué trataría la entrevista. De semiología, dijo el reportero con timidez.
¡Ah, bueno!, respondió el escritor, algo sé de eso, y empezó de inmediato.
–¿Ve esas inmensas cortinas púrpura que adornan al salón? Son de ese color porque ha sido el color de los reyes y los obispos. Y aquella mesita del fondo ¿la distingue? La cubre un textil blanco con motitas negras simulando al armiño, ese animalito que servía para confeccionar estolas y capas para los reyes… y los papas. ¿Y se ha dado cuenta de que herrajes y cordones e incluso las patas de mesas y sillas son doradas? El oro es el metal del poder desde hace siglos. Todo esto nos dice, sin decirlo, que para este hotel somos personas muy importantes.
Eco era un erudito, también un gran comunicador. Era capaz de definir un signo diciendo que era algo que nos dice algo de algo. O que los semiólogos eran personas que veían sentido donde los demás sólo ven cosas.
Umberto Eco sabía que el método científico, su principal herramienta de trabajo, en realidad es no tener método, cuestionar constantemente los saberes adquiridos. Para él, las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar. Como teórico de la comunicación, cuestionó a los medios en múltiples ensayos y en su novela Página cero de manera notable, pero también criticó a los nuevos medios digitales porque podrían haber tomado el lugar del peor periodismo.
Tampoco fue benévolo con el mundo literario al que se incorporó con una novela que imaginó no pasaría de la primera edición, que, sin embargo, lleva más de 40 millones de ejemplares vendidos. Una especie de novela policiaca medieval donde rinde un homenaje a uno de sus poetas favoritos: Jorge Luis Borges, el monje ciego de la novela: Jorge Burgos.
Desconfiaba de los autores que decían sólo escribir para sí mismos: Se escribe siempre pensando en alguien que nos escucha. También cuando uno habla solo, habla consigo mismo porque imagina que uno mismo escucha. Luego, escribir por el placer de la escritura es un sentimiento mixto que significa también escribir por el placer de esa escucha, de esa lectura que se imagina. Escribir es una actividad social, no es un vicio solitario.
Escribir y leer fueron para Eco un acto colectivo, y la novela, una máquina para generar interpretaciones.
Como el libro fue para él el objeto cultural por excelencia, tenía muy claro que Internet no era una amenaza para el mundo libresco: los enemigos de los libros, aclaró en una entrevista para el periódico La Stampa, son principalmente los hombres que los queman, los censuran, los encierran en bibliotecas inaccesibles y condenan a muerte a quienes los han escrito. Y no, como se cree, Internet u otras diabluras. Mas aún: Internet enseña a los jóvenes a leer y sirve para vender un montón de libros.
Para Eco Internet era la madre de todas las bibliotecas. Las redes sociales, claro, eran otra cosa, pues le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho de hablar que un premio Nobel.
Pocos escritores nos han dejado tantas herencias: un par de novelas que nos acompañarán por largo tiempo, cuatro o cinco ensayos académicos que seguirán dotando de herramientas a los jóvenes y una biblioteca de 50 mil volúmenes que seguirán animando en silencio al mundo que los hizo posibles. Este 19 de febrero se cumplieron cinco años de su desaparición… y sigue entre nosotros.