Mujeres valerosas de ayer y hoy
Ángeles González Gamio
Mañana se conmemora el Día Internacional de la Mujer, cuyas raíces se remontan a la huelga que un grupo de trabajadoras textiles realizó por mejores condiciones de trabajo. El dueño de la fábrica las encerró y la incendió; a las que sobrevivieron la policía las apresó. Murieron 120. Esto sucedió en Nueva York el 8 de marzo de 1857 y fue el detonador de muchas acciones en los años subsecuentes, así como de una toma de conciencia de la situación de profunda desigualdad y discriminación que padecían las mujeres en todo el mundo.
En 1945 se formó la Organización de Naciones Unidas (ONU), con el fin de fomentar la cooperación internacional tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial; en las normas que la rigen, se estableció el primer acuerdo internacional que consagra la igualdad de género.
Treinta años después, en 1975, la ONU estableció el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, que coincidió con el Año Internacional que se les dedicó. A partir de entonces y cada día con más fuerza, se celebra esta fecha en gran parte del orbe.
Este año también se conmemora el bicentenario de la consumación de la Independencia en nuestro país. A las justas exigencias que se van a expresar mañana en la marcha, que a pesar de la pandemia anuncia con ser multitudinaria, habría que añadir el reconocimiento a las cientos, quizás miles, de valerosas mujeres que participaron en el movimiento insurgente que a muchas costó la vida.
Vamos a recordar a algunas poco conocidas que participaron como combatientes: Manuela Molina, a quien conocemos por la mención que hace en el diario de campaña el secretario del general Morelos, el licenciado Juan Nepomuceno, el 9 abril de 1813: Llegó doña María Manuela Molina, india natural de Taxco, capitana titulada por la Suprema Junta. Esta mujer, llevada del fuego sagrado que inspira el amor de la patria, comenzó a hacer varios servicios a la nación hasta llegar a acreditarse y levantar su compañía. Se ha hallado en siete batallas y entusiasmada con el gran concepto que al señor generalísimo le han acarreado sus victorias, hizo viaje de más de 100 leguas por conocerlo, expresando después de lograrlo que ya moriría gustosa, aunque la despedazara una bomba de Acapulco: ojalá que la décima parte de los americanos tuviera los mismos sentimientos.
Intrépida combatiente fue Altagracia Mercado, oriunda de Huichapan, Hidalgo, quien formó y financió su propio batallón que se enfrentó en diversas ocasiones al ejército realista. Finalmente, el 24 de octubre de 1819 su compañía fue derrotada, se dispersó y muchos fueron capturados. No obstante haber quedado prácticamente sola, siguió enfrentando a las tropas virreinales; el comandante que la capturó le perdonó la vida. Se cuenta que el militar español afirmó: Mujeres como ella no deben morir.
Mariana Toro de Lazarín, casada con un rico minero, organizaba tertulias en su casa a las que asistían simpatizantes independentistas. Al enterarse de la detención de Hidalgo y los otros jefes, expresó en una tertulia: Hemos de aprehender al virrey y ahorcarlo. Estas palabras dieron lugar a una conspiración, cuyo fin se moderó, buscando apresarlo y, en lugar de ahorcarlo, hacerlo prisionero. Mariana participó activamente en el plan, junto con los jefes de la guarnición que lo apoyaban. Fracasó porque uno de los conspiradores, temeroso de perder la vida, acudió a confesarse y el sacerdote lo denunció con el virrey, quien de inmediato ordenó aprehender a los Lazarín y a la mayoría de los involucrados; el precio: 10 años de prisión en las lúgubres cárceles de la Inquisición.
Oriunda de San Juan de los Lagos, Rita Pérez se casó con el insurgente Pedro Moreno y participó en la guerra junto con su marido en el Fuerte del Sombrero. Se encargaba de cocinar y repartir la comida, así como de curar a todos los rebeldes lesionados en combate. Por su entereza la apodaron La Generala. Al ser tomado el fuerte por los realistas, los hombres escaparon y Rita y sus cuatro pequeños hijos fueron detenidos. Las penalidades del encierro, el hambre y las enfermedades causaron la muerte de los dos más pequeños. En prisión recibió la noticia de la muerte de su hijo mayor y del asesinato de su querido esposo. Al salir, con la hija que le quedaba, regresó a San Juan de los Lagos, donde atendió un expendio de tortillas hasta su muerte.