«La vida no es literatura» ‘El quadern gris’, de Josep Pla muestra lo contrario.

 

Diarios en catalán: El quadern gris de Josep Pla

– José María Espinosa

La Jornada Semanal

Si se ha afirmado que la vida no es literatura, ‘El quadern gris’, de Josep Pla (1897-1981), multi premiado autor catalán, bien puede ser un ejemplo que muestra precisamente lo contrario. En este ensayo se habla del contexto de la obra y de los rasgos que la hacen peculiar en ese sentido, pues se afirma que la “máxima crítica de diferenciar a la persona de la obra es muy difícil en su caso”.

Entre la gran literatura catalana del siglo, xx una de las joyas es la obra de Josep Pla y su libro más conocido es El quadern gris, excepcional diario-crónica de sus años de estudiante universitario a finales de los años veinte. Los españoles llaman dietario al diario, y el de Pla es exhaustivo hasta el detalle más nimio: retrata la zona de Palafrugell, corazón de la Costa Brava catalana, joya natural hoy depredada por el turismo de altos vuelos. En el libro cuenta sus inicios como escritor, sus conflictos con la carrera de derecho, retrata el ambiente intelectual y estudiantil de la época, hace costumbrismo descriptivo de alto nivel y anota paisajes con genio, trufando todo con observaciones de un dosificado pero contundente escepticismo.

Se trata, pues, de un diario poliédrico, que igual anota lecturas sintéticas de grandes escritores –en narrativa, Jacint Verdaguer, Eugenio d’ Ors, Josep Carner– que relatos hilarantes de sucedidos locales en la zona. Es, sin duda, un libro extraordinario. Pero, también hay que decirlo, la figura de Pla en el conjunto de su obra y en su persona no es la de un escritor simpático. Conservador –carca, con la expresividad que esta palabra tiene–,
poco dado a la aventura a pesar de haber vivido algunas, y de haber escrito mucho periodismo y libros de viajes. Gran retratista, con penetrante mirada psicológica y no poca inteligencia reflexiva, sus retratos de artistas y escritores son extraordinarios.

Para empezar, el orgullo con que esgrime su progresivo conservadurismo, su papel ambiguo durante la Segunda República española y –sobre todo– su trabajo bastante oscuro como espía a sueldo del nacionalista catalán de derechas Francesc Cambó durante la Guerra Civil española. Es un aspecto extraño del escritor, con evidentes conflictos con su tiempo y su sociedad. Durante el régimen de Francisco Franco, Pla era visto con desconfianza por escribir en catalán; en la transición se le echó en cara su antiizquierdismo y se le negaron reconocimientos, aunque con el tiempo se ha impuesto como un clásico de esa lengua. A eso se suman sus escritos poco atendidos sobre la historia de la República española. Hubo un sector de la cultura catalana que se vio en esa encrucijada en los años treinta, muy similares a los que ese país vive actualmente. La derecha catalana, más allá de catalana, no deja de ser derecha, y la izquierda no deja de ejercer el dogmatismo. Por eso, leer a Pla es tan saludable para todos.

 

II

La espléndida prosa de Josep Pla, muy libre sintácticamente –el diario está escrito en la época en que el catalán fija su gramática y en ciertos momentos aparece en la página el filólogo Pompeu Fabra, autor de la primera gramática de ese idioma–, precisa, certera, y a la vez morosa –tiene incluso algo de proustiano, escritor del que refiere las primeras lecturas en la Cataluña de entonces–, mira con ternura ácida el mundo campesino y burgués del Ampurdán, y hace surgir con frecuencia la sonrisa en los labios del lector (lo que siempre se agradece). La máxima crítica de diferenciar a la persona de la obra es muy difícil en su caso, cuando la parte mejor de su extensa –extensísima– obra son los diarios. Y son diarios que no tienen esa condición fragmentaria que tienen algunos de los más famosos –Kafka, Valéry– ni tampoco la de ser un conglomerado de apuntes intuitivos e inspirados, como el de Canetti, por ejemplo. A su condición poliédrica, suma la de una clara continuidad narrativa que le da sentido. Por ejemplo, cuando se seleccionan anotaciones reflexivas, siempre penetrantes y sorpresivas, y se las saca del contexto narrativo, pierden consistencia, como si la descripción les preparara su lugar y sin ella perdieran el espacio –y el momento– que les es propio.

Por sus características, el texto permite reflexionar sobre diversos puntos. Si los diarios tienden en general a ser fragmentarios, incluso cuando se les lleva de forma disciplinada y sistemática, es porque la discontinuidad es una característica de la duración –no dura el tiempo siempre ni de la misma manera–, mientras que en El quadern gris hay una enorme cohesión sin interrupciones ni huecos –lo leí en una edición en español (1994, Ediciones Destino) en traducción de Dionisio Ridruejo que, en apretada tipografía, tiene más de 650 páginas, que cubren del 8 de marzo de 1918 al 15 de noviembre de 1919. A la vez no es un libro lento, si acaso moroso en ciertos pasajes descriptivos, sino ágil, que atrapa y pide ser leído de un tirón (otra diferencia con los diarios arquetípicos).

En la época de El quadern gris, la opción del periodismo como camino laboral y de comunicación con el lector fomenta un tipo de libros con características de diarios, cuando se suman las colaboraciones en un volumen. Pienso en el Glosario de Eugenio d’Ors, en algunos libros de Pío Baroja (autores a los que Pla lee y admira, y lo refiere en su cuaderno). Justamente la idea de cuaderno en él es distinta de la de Valéry. Al de Pla no lo podemos calificar, aunque tenga momentos reflexivos, de diario intelectual; las ideas en él son parte del paisaje, son elementos descriptivos, coloratura, son –algo que no tienen los de Valéry– narración. Pero también sería un error decir que es un diario novelado, no es eso lo que ocurre. Sus características son muy propias, sin ostentación de esa personalidad es, a pesar del aire de época, una escritura única. Los retratos de tintas cargadas que hace de algunos de sus profesores en la escuela de Derecho son una muestra de su poder expresionista; por otro lado, los que hace de algunos amigos y compañeros de tertulia son en cambio muestra de su amabilidad mesurada de liberal de viejo cuño. No deja de ser curioso que, al menos en este libro, el catalanismo no es un problema y tampoco la convivencia de idiomas (Pla, como muchos escritores de su tiempo, podía escribir con igual nivel en ambas lenguas, pero siempre se sintió mejor en catalán y sólo escribió en español con cierta constancia en los años posteriores a la guerra, cuando el catalán estaba prácticamente prohibido). La literatura en esa lengua había iniciado un renacimiento a fines del siglo XIX, mejor decir que una resurrección, un par de décadas antes, y si bien para Pla aún no es una lengua del todo sutil y flexible, tiene ya características literarias específicas y un trecho andado con cierta prisa y brillo.

 

III

Lo que llama la atención es que El quadern gris, publicado originalmente en catalán en 1964 es, en cierta manera, por aquello de las intervenciones, un falso diario, rescrito y trufado por la memoria, en el que se reinsertan pasajes que habían servido para otros libros narrativos. Eso indica que a Pla lo que interesaba era el libro final y las redacciones en el momento son siempre provisionales, y que cuando decide publicarlo es ya un autor de prestigio y lo hace como pieza central de su extensa obra –Ediciones Destino, cuando decide publicar la obra completa, lo sitúa como la primera entrega– y no como un documento testimonial. ¿Destruye su condición intervenida el pacto de veracidad que pide el lector a todo diario? En realidad, la sustituye por una condición de verosimilitud más propia de la narrativa. Y, sin embargo, sigue siendo un diario modelo. Sería un error, a pesar de ello, leerlo como una obra de ficción en forma de diario, no porque perdiera valor la parte descriptiva de una época de formación personal y social, sino porque pondría al lector en una situación equívoca.

Es un diario muy peculiar. En catalán, como en español, no eran frecuentes los libros adscritos a este género, como sí lo eran en otros idiomas, fundamentalmente en francés. Siempre he pensado que los diarios, sean de un tipo o de otro, a lo Valéry, a lo Virginia Woolf, a lo Tolstoi, a lo Canetti, tienen siempre una característica o condición burguesa en el mismo gesto de escribirlos. Pla no fue en su juventud hijo de una familia rica (en El quadern gris se consignan las dificultades económicas) pero sí perteneció –ese matiz, a veces muy distinto de la bonanza económica– a una familia acomodada. Y ¿qué caracteriza a esa condición burguesa si no una condición de disponibilidad del tiempo? Por eso la cumbre de la literatura burguesa no es Thomas Mann sino Marcel Proust. Esto también se ha dicho de la novela, pero creo que con un sentido diferente. El tiempo recobrado de Proust donde mejor se plasma es en los diarios y, más precisamente en la lectura de los diarios. Se necesita una disposición ante ellos, en el sentido de tener tiempo y estar dispuesto a usar ese tiempo, esa condición del tiempo. Por eso un autor con una obra tan extensa –se habla de más de 30 mil páginas y cincuenta volúmenes de

sus obras completas– no es un autor excesivo. Entre nosotros, el único comparable es
Alfonso Reyes.

Cuando se lee El quaderno gris uno siente el impulso de separar los pequeños relatos que hay en su seno, los aforismos, las máximas, las observaciones del paisaje, los juicios sobre la belleza del mar, y, sin embargo, el libro es un todo que no hay que tocar, un organismo vivo al cual lastima cualquier corte que se le haga. Y otra rareza en un diario: invita a la lectura continua y secuencial, y no tanto al picoteo tan habitual para este tipo de libros. Esa condición de unidad a la vez no merma en nada su condición diversa, por eso es un buen autor para las relecturas.

Un último detalle: el diario se acaba con la inminencia de su viaje a París. Pla vivió tanto en su Cataluña natal como en los lugares que visitó y en los oficios que desempeñó como periodista y corresponsal la época de las vanguardias, pero pareció insensible a ellas. Si digo “pareció”, es porque tengo pendientes muchas páginas por leer de este autor. Una buena noticia para el lector mexicano es que Pla ha roto la barrera que impide conocer la literatura catalana en México con cierta fluidez, se le traduce poco y las traducciones no llegan, pero Pla está más o menos presente en librerías (hay una antología publicada por la unam) e incluso en Mercado Libre se consiguen sus libros a buen precio.

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