En 1775 el médico rural inglés Edgard Jenner y la viruela

Hazaña médica

Ángeles González Gamio

En 1775 el médico rural inglés Edgard Jenner observó que las ordeñadoras de vacas de una granja cercana que se contagiaban de viruela bovina –que no era grave– quedaban inmunes a la viruela que les daba a las personas. Ésta causaba la muerte y feas cicatrices en quienes sobrevivían. Los que no se cuecen al primer hervor, que ahora se vacunarán contra el Covid-19, seguro recuerdan a los cacarizos, incluso por uno de ellos que manejaba el reproductor de un cine y no era muy avezado surgió el famoso grito de cácaro.

Jenner comenzó a estudiar la relación entre ambos tipos de viruela; después de experimentar con animales, descubrió que si tomaba un extracto de la llaga de una persona contagiada con viruela bovina y se la inyectaba a una sana ésta ya no se contagiaba del virus humano.

No fue fácil convencer a las autoridades de la efectividad de la vacuna, que recibió ese nombre por venir de las vacas. Finalmente, ante la severidad de la epidemia que se dice sólo en Europa acabó con la vida de 60 millones de personas, se probó el método y al comprobar su eficacia se propagó en todo el continente.

A España llegó en 1800 y de inmediato en Madrid empezaron las primeras vacunaciones. Ante el éxito obtenido, el médico personal del rey Carlos IV, Francisco Balmis, propuso un plan para extender la vacunación, sobre todo de niños, por todos sus territorios de ultramar. Al monarca le gustó la idea porque la viruela causaba estragos en esas posesiones.

Se organizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, pero la dificultad era cómo conservar el suero en un viaje que duraba tres meses. Se optó por llevar un transporte vivo: se seleccionaron 22 niños de un orfanato en Galicia, que eran inoculados brazo a brazo en el curso de la navegación. De esa manera conservaron el fluido vacuno fresco y sin alteración hasta llegar a su destino.

Ese método de cadena humana se utilizó en distintos lugares del continente americano, entre otros, por medio del ejército; inoculaban soldados y los mandaban a zonas alejadas a transmitir la vacuna de un brazo a otro.

Cuando estaba en proceso la restauración de El Caballito, incluido su pedestal, el doctor Héctor Pérez-Rincón García, miembro titular de la Academia Nacional de Medicina, me solicitó que publicara una petición: que en la placa del monumento se incluyera la frase que propuso el historiador de la medicina, el doctor Francisco Fernández del Castillo: Carlos IV envió a México la vacuna de la viruela y de aquí se distribuyó al mundo.

Desde entonces se vacuna en nuestro país; a partir de 1980 se organizaron jornadas intensivas con características y denominación diversas, pero con objetivos similares: primero fueron las fases intensivas de vacunación, que se volvieron los días nacionales, después fueron llamadas semanas de vacunación y por último semanas nacionales de salud.

Un lustro más tarde se publicó el decreto que establecía con carácter obligatorio la emisión de la Cartilla Nacional de Vacunación. En 1991 se creó el Programa de Vacunación Universal con el fin de integrar a todas las instituciones del Sistema Nacional de Salud y establecer un plan con propósitos, metas y estrategias iguales. Gracias a estos esfuerzos, nuestro país es reconocido en el continente americano por haber logrado una de las tasas de inmunización más altas.

Les comparto que hace unos días recibí la primera dosis de la vacuna contra el Covid-19 y fue una grata experiencia que de principio a fin duró 50 minutos. Se realizó en el edificio de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, entre la bella arquitectura de Mario Pani y árboles frondosos. Desde la calle nos recibían jóvenes de ambos sexos, con chalecos verdes, muy amables y eficientes, que guiaban en cada paso y daban explicaciones detalladas con gran paciencia. Era especialmente notable porque éramos cientos de personas y todo estaba perfectamente organizado. Ojalá funcione así en todo el país, aquí tienen el modelo.

Salimos tan contentos que nos fuimos a comer, por supuesto con todas las medidas de seguridad. Como estábamos cerca, fuimos a agasajarnos al Nico, en avenida Cuitláhuac 3102. Un dilema qué ordenar, todo se antoja. Optamos por un ceviche de callo de hacha con cítricos y uvas, la sopa de nata, joya de la casa, la barbacoa de conejo y el encacahuatado con tubérculos.

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