«El compromiso de las sombras», cinta que «al final es una construcción de afectos»
Juan Ibarra .
Ciudad de México.
La opera prima de Sandra Luz López Barroso es, de alguna forma, resultado de lo que ha ido descubriendo sobre su propio país. Creció en Oaxaca y se mudó a la Ciudad de México para estudiar antropología, y fue entonces cuando se enteró de que existían comunidades afrodescendientes en el territorio nacional.
“La Costa Chica llega a mi encuentro. Surge de la ignorancia de mi parte –estudiando antropología– de la existencia de grupos afrodescendientes o afromexicanos, y que además están en mi estado”, contó la documentalista en entrevista.
Sorprendida por su descubrimiento, decidió graduarse de la Escuela Nacional de Antropología e Historia con un documental. Viajó a la Costa Chica y empezó a establecer lazos de afecto con las personas que conoció durante un encuentro de pueblos negros. Sin embargo, cuando mostró su trabajo, sus profesores le pedían datos, explicaciones más precisas, sobre lo que había grabado.
“No pretendo explicar ni ser la voz de la Costa Chica; pretendo poder conectar desde la emoción con lo humano, que creo que es universal”, puntaliza la documentalista. Debido a eso, cuando ingresó al Centro de Capacitación Cinematográfica, encontró en el cine un medio que le daba la libertad de comunicar mejor lo que ella quería.
Su siguiente proyecto también lo desarrolló en El Ciruelo, poblado en el que había entablado amistad con doña Cata, mujer de cien años admirada por la cineasta. Cuando ella murió, Sandra conoció a Lizbeth, la afromexicana transexual a la que en el futuro dedicaría su opera prima.
Así, El compromiso de la sombras surge algunos años después, tras experimentar el fallecimiento de su padre y no poder despedirse de él de la forma en que le hubiera gustado a Sandra Luz. Centró su primer largometraje documental en los particulares rituales de despedida que siguen las comunidades afrodescendientes de Guerrero.
A través de Lizbeth, quien se encarga de los servicios fúnebres en su comunidad, López Barroso quería transmitir la manera en que esas personas se despiden de sus seres queridos. Aprendió de su protagonista a romper sus prejuicios sobre las personas transexuales; sin embargo, también se hizo consciente de lo complicado que es para Lizbeth dejar el lugar en el que es aceptada.
“Al final es una construcción de afectos. Tocada por mis propias emociones tengo la necesidad de explorar estos universos, sí, en este lugar, pero son emociones que me atraviesan personalmente”, aclara la cineasta sobre su interés por retratar la vida de estas personas.
Más que interés o gusto por dichas comunidades, lo que ha enamorado a la realizadora son las personas que ahí habitan. “Las personas que fui conociendo, con las que fui construyendo esta relación de afectos, que, creo, ha sido lo que me ha mantenido ahí. O sea no necesito hacer una película para charlar con Lizbeth”, puntualiza.
Además de encontrar amistad, también pudo reflexionar sobre su propia historia desde una perspectiva femenina. “Somos espejos resistentes al olvido, y yo siento que para mí doña Cata fue un espejo que me reflejó, y me dio el eco de las mujeres de mi familia, de mi madre, de mis tías. De mujeres independientes, autónomas, de un poco de empatía”, contó.
Aunque a López Barroso le gustaría dedicar una película a la figura de doña Cata, de momento la cineasta trabaja en un proyecto distinto. Su siguiente película será un falso documental, pues desea explorar nuevos caminos en su cinematografía.
El compromiso de la sombras se estrenó esta semana en el Festival Internacional de Cine de la UNAM.