Tristeza y soledad
EL PAÍS
Madrid
A Catalina Sánchez los meses de marzo y abril del confinamiento no parecieron irle mal del todo. Mayo ya fue distinto. Según avanzaba la pandemia, dice, le “fue trayendo consecuencias fuertes”. Decidió que necesitaba un psicólogo.
Esta mujer a punto de cumplir los 70 vive en Leganés y por el teléfono se cuela el acento extremeño de Cáceres, donde nació. Sufre fibromialgia y miastenia gravis ocular, una enfermedad neuromuscular autoinmune y crónica que genera debilidad de los músculos voluntarios del cuerpo, en este caso, de los oculares. El confinamiento, no poder ver a sus hijos y nietos y la angustia que le provocaba la incertidumbre sobre todo lo que rodeaba al virus no hicieron más que “sumar una y otra y otra cosa”.
Asegura que nunca había pensado en acudir a terapia, pero en aquel momento supo “que era eso o eso”. Empezó a ir a una psicóloga antes de que comenzara el verano, su diagnóstico fue un cuadro depresivo. Continúa con sus citas semanales. No fue la única.
En abril del pasado año, la OMS ya advertía que el número de personas con problemas psicólogicos iba a duplicarse por el duelo, el aislamiento y la crisis económica. En julio, los psicólogos madrileños apuntaban citas para septiembre porque sus agendas estaban desbordadas hasta ese mes. Algo “tremendamente inhabitual”, según Fernando Chacón, presidente del Colegio Oficial de Psicología de Madrid (COPM). Lo normal, asegura, “es que la consultas privadas en verano se paralicen un poco. Llega julio, la gente dice ‘me encuentro mejor, ya hablaremos a la vuelta de vacaciones’”.
Sin datos cerrados, esta organización estima que en la región las peticiones de cita han subido entre un 20% y un 30%. Al principio fue la ansiedad, y después, según pasaban los meses, la depresión o síntomas de estar llegando a ella. Tristeza, soledad y desesperanza son algunas de las palabras que definen qué está ocurriendo entre la población de Madrid, como en muchos otros territorios. El 28 de marzo de 2020, solo un día después de que se activara el teléfono gratuito (900 124 365) de apoyo psicológico que la Comunidad puso en marcha con los profesionales del COPM, ya habían atendido más de 700 llamadas.
Aunque empieza a percibirse un cambio, el patrón sigue repitiéndose, según Chacón: se acude a estos profesionales más tarde de lo que es recomendable y lo hacen más mujeres que hombres. “La falta de cultura psicológica” afirma, no ayuda a lo que los especialistas dibujan como la siguiente gran ola: la de la salud mental.
Desde que comenzó la pandemia, la psicóloga Mercedes Bermejo, directora en un centro privado en Pozuelo de Alarcón y coordinadora de la Sección Clínica del COPM, asegura que los 25 profesionales que trabajan con ella percibieron un incremento “claro”: “La consecuencia de la situación actual es que se expone al humano a una incertidumbre crónica prolongada en el tiempo, con la necesidad de controlar, anticipar y planificar que tenemos”. En la población esto genera un “incremento de la alteración de los estados de ánimo, de la alimentación, del sueño, de las adicciones, ansiedad… La fatiga pandémica y el hartazgo hace que nuestra capacidad de supervivencia se lleve al extremo”.
De la ansiedad a la depresión
Cuando llega una situación de estrés, el cerebro se activa para solucionarlo. Eso, desarrolla Chacón, “produce ansiedad, y cuando no se soluciona durante un tiempo largo, llega la fase de agotamiento, y entonces aparece la depresión como trastorno o sus síntomas”. La repercusión del estrés depende de dos factores: “La intensidad del agente estresante (no es lo mismo un intensivista en una UCI viendo cómo muere la gente, alguien que ha perdido a sus dos padres, quien se ha quedado sin trabajo o a quien le afecta el confinamiento) y la vulnerabilidad (afecta más a personas vulnerables)”. Y es la desesperanza lo que más encamina hacia la depresión: “Cuando ves que la situación es negativa y que hagas lo que hagas piensas que no la vas a poder cambiar. Eso es un poco lo que ha pasado con la pandemia”.
Covid de ricos, covid de pobres
Héroes verdaderos en un Madrid desierto, de ciencia ficción, que estuvieron en primera línea de la lucha contra la pandemia. Las calles se vaciaron de gente y por todas partes comenzó a reinar el silencio. <br><br> “Escribió Josefina Aldecoa en La fuerza del destino: “Por cegadora, arrasadora y terrible que sea la verdad, hay que aceptarla y defenderla”. Decidimos citar en su introducción del libro esta frase para subrayar la importancia de que los fotógrafos tengamos acceso a la realidad, por cruda que sea, para mostrarla. En la pandemia no ha sido así. Las autoridades limitaron demasiado nuestro trabajo bajo el pretexto de proteger la intimidad en los hospitales, por ejemplo. Ocultar los problemas infantiliza a la sociedad y priva a los ciudadanos de conocimiento objetivo en una época de desinformación”, explican Ricardo Garcia Vilanova y Gervasio Sánchez, coordinadores del libro.<br>
Durante la primera ola, recuerda el experto, sucedió la “activación del todos juntos para salir de ella”; después, en el verano, “parecía que lo habíamos superado, pero llegó la segunda y el impacto psicológico fue importante, por la sensación de que todo lo que habíamos hecho no había servido de nada”. Lo mismo ocurrió con la tercera. Ahora “existe el mismo riesgo, que parezca que todo el esfuerzo de febrero y marzo no valga”. El efecto acumulativo tras más de un año es “un peligro”, afirma.
Cuenta el psicólogo que se “han disparado mucho los trastornos en personas que no los sufrían y se han agravado los trastornos obsesivos”. En esta evolución, el factor económico es “clave”. Madrid cerró 2020 con 432.516 parados, un 27,46% más que el año anterior; y con un 2,17% menos de afiliados a la seguridad social que en 2019. Negocios que cierran, familias que se quedan sin ingresos, parados que agotan el paro, colas del hambre… “Son repercusiones que se están empezando a ver ahora, el estrés derivado de eso no aparece de forma inmediata, porque puedes tener ahorros, el paro, amigos que te ayuden o piensas que vas a encontrar algo pronto y eso te mantiene”, subraya Chacón.
Cuando todo eso dura demasiado, como ya está ocurriendo, “aparecen los efectos psicológicos”. Y aquí, el experto introduce la relación existente entre las crisis y los suicidios. Se producen alrededor de diez al día en España; en Madrid, el Instituto Nacional de Estadística cifra 349 para 2018, último año de datos consolidados: “El efecto de la crisis económica está empezando y es probable que se alargue, habrá que ir viendo cómo evoluciona”. En estas circunstancias, dice el psicólogo, un sistema público fuerte es “importante”.
Una red pública con carencias
En la comunidad hay 17.232 profesionales colegiados, la gran mayoría de ellos en consultas privadas; la red pública cuenta actualmente con 322 psicólogos clínicos y 593 psiquiatras, alrededor de cinco y nueve por cada 100.000 habitantes, respectivamente, según la estadística del Servicio Madrileño de Salud. Aún así, la autonomía ha sido una de las que más ha avanzado en este ámbito en las dos últimas décadas, es de las pocas que cuenta con psicólogos en atención primaria y ha doblado el número de clínicos en estos años.
Pero ningún territorio tiene los ratios que los profesionales consideran óptimos ni cuentan con la suficiente inversión; un problema que supone que haya parte de la población que no tiene acceso a esta atención. “Hay muchas familias que no tienen recursos económicos para estos tratamientos, que son prolongados y tienen un coste y es difícil que puedan ajustarse más”, alega Bermejo. En Madrid, el precio medio de la hora son 50,50 euros, según el estudio del pasado otoño del Observatorio de Precios de Mundopsicólogos.com.
El último informe sobre el año de pandemia del Defensor del Pueblo, de noviembre de 2020, recogía “la preocupación por la insuficiente atención en este ámbito, que sitúa a España como uno de los países más rezagados de su entorno: sus carencias se están revelando con especial intensidad en estos meses por la imposibilidad de atender una demanda muy creciente, relacionada con los efectos psicosociales de la pandemia”. El informe advertía que desde finales de julio, “se empezaron a recibir más quejas referidas al colapso de la actividad en diferentes centros de salud, o al mantenimiento del cierre de determinados centros y consultorios locales, quejas, por tanto, que refieren el desbordamiento de la atención primaria (muy especialmente en la Comunidad de Madrid, pero también en otras autonomías)”.
La región, la que menos porcentaje sobre el PIB invierte en Sanidad —el 3,7%, frente a una media nacional del 5,6%, según la última Estadística de Gasto Sanitario Público del Ministerio de Sanidad— y en atención primaria y la segunda por detrás de Andalucía (1.262 euros) que menos gasta por habitante, 1.340 euros, ha visto a lo largo del último año cómo la pandemia agudizaba las insuficiencias que ya arrastraban los centros de salud. Además, desde marzo de 2020 mantiene cerrados los servicios de urgencias, que suplen la atención en este ámbito durante los festivos, las noches y los fines de semana.
Aunque la Consejería de Sanidad no ha ofrecido datos de la lista de espera para estos pacientes, un portavoz explica que en enero de 2020, el 59% de los que llegaban a los Servicios de Salud Mental de la Comunidad de Madrid lo hacían derivados desde atención primaria; ese porcentaje bajó al 34% en marzo y al 11% en abril. La pandemia provocó una disminución de la asistencia al sistema público. En los meses posteriores, las derivaciones desde atención primaria fueron recuperándose. En junio alcanzaron el 42%, “por encima de lo esperado”, dice el portavoz; en agosto se llegó al 45% y en octubre, al 50%. Desde ese momento, la recuperación fue más lenta. Recuerda que la Comunidad cuenta con un Plan de Salud Mental en el que se han invertido “más de 33 millones de euros”, además de “un Plan de Respuesta Asistencial Prioritaria en Salud Mental en la postcrisis por covid-19, dotado de 3,5 millones de euros adicionales”.
Un refuerzo que comenzó el 1 de junio de 2020 “y se mantiene en funcionamiento con tres líneas específicas de actuación: atención a profesionales sanitarios, a pacientes covid-19 y a familiares de pacientes o de fallecidos por covid-19”, concluye. Esos 36,5 millones de euros suponen alrededor de un 0,44% del presupuesto que el Ejecutivo regional manejaba para 2020 (con los presupuestos prorrogados de 2019), 8.165,9 millones de euros. Para los profesionales no es suficiente. Resume Mercedes Bermejo que “ahora más que nunca, los recursos públicos son importantes para que esta pandemia no deje más herida emocional que la que ya estamos viendo”.
NIÑOS, NIÑAS, ADOLESCENTES Y JÓVENES: «NECESIDADES, NO DESEOS»
La psicóloga Mercedes Bermejo explica que las circunstancias sociales afectan de forma distinta según el grupo de edad. En Madrid, desde el pasado verano, es entre los jóvenes donde se producen la mayoría de contagios. El boletín epidemiológico de la Consejería de Sanidad, que se publica cada semana, repite una tras otra desde entonces la misma conclusión: “En los últimos 14 días la mayor incidencia acumulada de casos corresponde a personas entre 15 y 24 años”. La desescalada, en junio, tras tres meses de confinamiento, provocó un aumento de la salida de esta parte de la población; solo en julio, las denuncias por botellón aumentaron un 71%.
“En lo que no nos fijamos es en que en estas etapas evolutivas hay necesidades, y hablo de necesidades, no deseos, como la socialización. Sus iguales son sus referentes y necesitan esa parte de la vida”, explica Bermejo. Esta especialista en población infanto- juvenil recuerda cómo insistía durante el confinamiento en que los niños y los adolescentes eran “la población invisible”: “Se adaptan perfectamente, sí, pero hay una serie de carencias que les afectan”. Esto, dice, “se ha visto compensado con otras conductas, como el uso o abuso de la tecnología, la dinámica familiar, la pérdida de puestos de trabajo y los problemas de la conciliación que provocan un mayor estrés en los núcleos familiares y que desarrollan una serie de secuelas y sintomatología de las que es importante ser conscientes”.
En estos meses ha tratado “diferentes tipos de conductas regresivas, problemas de adaptación, ansiedad, alteraciones del sueño y la alimentación”, entre otras. Y añade que con su gabinete contactan desde padres hasta “orientadores de colegios por alumnos con pesadillas”. Dar respuesta a esta población implica darles “una base segura para el desarrollo de su personalidad y autoestima, que es lo que no han tenido. Han sufrido caos e incertidumbre provocadas por la pandemia, que causan malestar”, ahonda. “Hay un incremento muy importante de problemas derivados de esto y todos aquellos que no se resuelven en la etapa infanto-juvenil aparecen en la etapa adulta traducidos en enfermedad mental, es importante que podamos actuar y acompañar con información y recursos”.