Hablar de México, es hablar de un país con una enorme tradición histórica.

Hablar de México, es hablar de un país con una enorme tradición histórica.

Es mover los hilos de un enorme tejido de culturas que tienen su propio pasado y su propia herencia.
Desafortunadamente, esta multiplicidad ha sido negada a lo largo de los años que han pasado desde la conquista, y se ha visto a las diversas culturas asentadas en nuestro territorio exclusivamente bajo la mirada y los patrones occidentales.

Al tratar de integrar a las culturas indígenas al desarrollo nacional, lo único que se ha hecho es negar su origen y segregarías de este México imaginario, que se ha creado tomando como modelo a las civilizaciones extranjeras.
En este texto el autor hace un llamado a la conciencia nacional, para formar un México nuevo que se forje en la multiplicidad de sus herencias culturales. «Hay que redigerir occidente». México será plural y la civilización Mesoamericana será protagonista.

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Siempre tienta la posibilidad de hacer cambios en el texto cuando se decide publicar una nueva edición. Por esta vez, resistí la tentación. No porque piense que éste es un libro acabado, al que no le sobra ni le falta nada, porque desde que lo planeé tuve plena conciencia de que se trataría de un texto abierto, lleno de interrogantes, lagunas e ideas preliminares, apenas esbozadas muchas veces, que requieren mejor sustentación y un desarrollo más amplio. Al mismo tiempo, sin embargo, creo que para superar esas limitaciones sería necesario escribir una obra diferente.

Como está, me parece que este México profundo cumple la intención principal con que fue pensado. Quizá perdería su posible valor de estímulo intelectual y político si yo pretendiera ahora redondear argumentos y hacer opciones rotundas que cerraran, a partir de mis propios juicios, el abanico de alternativas que he querido contribuir a abrir para repensar nuestra historia, el presente y el futuro que deberemos construir. Por lo demás —se ha dicho muchas veces— un libro tiene su propia vida, hace su camino y ni el mismo autor, una vez puesto el punto final, tiene
derecho a interferir modificándolo. Así pues, decidí que quede tal cual.

Aprovecho la oportunidad de añadir este breve prefacio para abordar algunos hechos recientes y tratar de verlos desde la perspectiva general de este libro. En el año y poco que ha transcurrido desde que circuló la primera edición, el país vivió momentos insólitos, particularmente en torno a las elecciones del 6 de julio de 1988. «El país cambió», «México es otro», son frases que se convirtieron en lugares comunes durante los meses siguientes.
Amplios sectores de la sociedad quedaron sorprendidos, casi conmocionados; unos con entusiasmo, otros con temor, pero todos dispuestos a aceptar que era indispensable revisar visiones y convicciones sobre las que se fundaba la imagen misma del país. Lo que ocurrió el 6 de julio, en efecto, mostró un México diferente, al menos para quienes no ven más allá de los límites del México imaginario. Y la pregunta queda flotando:

¿dónde residen, a fin de cuentas, los resortes que fueron capaces de movilizar una y otra vez a centenares de miles de mexicanos, de las condiciones más variadas, para expresar simultáneamente su protesta y su renovada esperanza desde una oposición antes impensable?

¿Hasta dónde, preguntémoslo así, despertó en verdad el México profundo, las aldeas, los pueblos, los barrios que han permanecido al margen de la actividad política imaginaria, impuesta por ese otro México irreal, dominante, pero sin raíces, carne ni sangre?

De lo que conozco, poco se ha reparado en un hecho que para mí resulta fundamental: la propuesta cardenista, más allá de su falta de precisión y su perfil desdibujado y en muchos aspectos contradictorio, fue percibida por muchos como una esperanza de dar marcha atrás, sin saber quizás hasta dónde, pero en todo caso atrás, hacia un punto previo; una invitación a comenzar de nuevo después de desandar lo andado. Es una propuesta reaccionaria, dirán algunos. Y no, si las cosas se ven desde el otro lado, con la óptica del agredido, del que nada tiene y aún así se pretende negarlo. Con este giro de visión, dar marcha atrás es necesario, indispensable para avanzar por fin por el camino correcto, el que sí tenga salida y conduzca a otro sitio que no sea el desastre. Yo interpretaría lo ocurrido en las últimas elecciones, siguiendo las ideas básicas que sostengo en este libro, como la expresión política (una de ellas, manifiesta en el ejercicio electoral) de lo que grandes sectores viven y sienten: el fracaso rotundo del modelo de desarrollo que se trató de imponer a partir del México imaginario. La vuelta atrás significaría la recuperación de un nacionalismo verdaderamente arraigado (y no en vano la gente —los jóvenes incluso— cantó el himno nacional con una convicción conmovedora, totalmente ajena al cumplimiento obligado de un
ritual hueco).

La otra cara de la medalla: en importantes regiones indias el voto, en cambio, arrojó
resultados que confirman la tradición de predominio absoluto del PRI. ¿Son los pilares del
sistema, los más conformes con los beneficios recibidos? Me voy con la interpretación
propuesta por Arturo Warman: votaron «en corto», esto es, a partir de consideraciones a
corto plazo que nada tienen que ver con programas políticos que plantean alternativas en el
modelo de sociedad para lo futuro. El voto se ve ahí más como un recurso para aquí y ahora,
se ejerce contra la promesa de terminar un camino, construir una escuela, introducir agua
potable, empujar las gestiones para la titulación de la tierra y otros pequeños apoyos que
ayuden a resolver los problemas cotidianos, ancestrales, los que abruman todos los instantes
de la vida. Lo demás sigue siendo asunto de «los otros», el mundo sobrepuesto forjado por
el México imaginario. Mucho habrán de cavar los partidos para llegar al fondo y tocar los
resortes capaces de movilizar políticamente al México profundo. Algo se avanzó en el 88,
pero sería un error de mirada miope suponer que a partir de entonces este país (en su
conjunto, no sólo parte con voz audible y rostro visible) es realmente otro.
No pretendo restar trascendencia a los procesos sociales y políticos recientes; intento,
sí, relativizar y complementar una visión centralista, urbana y de alguna manera elitista,
según la cual lo que ocurre a mi alrededor ocurre igual en todas parles. Como en la
revolución mexicana, en las elecciones del 88 concurrieron motivaciones muy diversas y se
produjeron convergencias de coyuntura que no necesariamente son compatibles a mediano
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plazo. Pero, sin duda, los acontecimientos fueron importantes. En amplios sectores se
despertó lo que llamaré una conciencia de inconsistencia, esto es, una puesta en duda de
convicciones arraigadísimas que parecían inconmovibles. Hay una apertura intelectual que
parece dispuesta a revisar las explicaciones del país, completar la imagen amputada de su
realidad, replantear el futuro posible. Afortunadamente, los dogmatismos están a la baja.
Hay un espacio intelectual más favorable a la pluralidad. ¿Seremos capaces de aprovechar
el momento para dar pasos firmes en la tarea de poner a nuestro país sobre sus pies y no,
como lo tenemos hoy, de cabeza?
Estas novedades, aunque confinadas en su mayoría dentro de los límites del México
imaginario, obligarían a un desarrollo amplio y actualizado de algunas ideas que están
solamente apuntadas en la tercera parte de esta obra. Y, seguramente, habría que añadir
otras, para cubrir aspectos que ni siquiera aparecen mencionados. Varios lectores y algún
reseñador han señalado insuficiencia en los dos capítulos finales. Lo admito plenamente. Y
me propongo trabajar más sobre el tema, aunque con la conciencia clara de que la reflexión
sobre nuestro futuro es cuestión de todos y las contribuciones individuales, aunque
indispensables, son sólo eso. Hay que abrir el debate y darle los espacios y la amplitud que
merece. Y no se trata de debatir mis ideas (que por lo demás, lo digo en el texto, son en
muchos casos ideas de otros, que he empleado sin remordimientos para construir una
argumentación de mayor amplitud); si tales ideas existen es sólo por la preocupación de
entender la realidad y es esa realidad, y sus problemas, lo que importa analizar y discutir.
Hay un reto a la imaginación, que sólo podemos enfrentar a partir de un auténtico
reconocimiento de nuestra realidad. Y encontraremos ahí, al develar prejuicios, al liberar
nuestro pensamiento colonizado, al recuperar la decisión de vernos y pensarnos por nosotros
mismos, al protagonista central de nuestra historia y al componente indispensable de nuestro
futuro: el México profundo.

G. B. B.
Ciudad de México, abril de 1989

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