El hombre oculto en José Emilio Pacheco
Nancy Hernández García*
La Jornada Semanal
Si hoy viviera, José Emilio Pacheco tendría ya ochenta y dos años de edad; su voz, ética, humana y profética, hace falta en la sociedad donde muchas cosas que anunció, tanto en su poesía como en sus textos críticos, tristemente son una realidad tangible. La humanidad se ha encargado de destruir el planeta y lentamente comienza el retorno a las algas, origen de la vida. Paralelamente, también se destruye la sociedad tal y como la conocíamos hasta la última década del siglo pasado. En los albores del nuevo siglo, la sociedad parece haber caído en otra época de oscurantismo ocasionada por la sobreinformación y la inmediatez. Una inquisición cibernética es el tribunal encargado de vigilar y castigar. ¿Qué diría José Emilio de todo esto?
Al pasar los ojos por los poemas, los cuentos, los ensayos y los textos que conforman Inventario. Antología, el lector encuentra no sólo la belleza del lenguaje sino también ideas, crítica, crónicas, imaginaciones. Los lectores de Pacheco son tan diversos como su obra y esa naturaleza ecléctica obliga a que el fenómeno de su recepción sea caleidoscópico.
Una decepción editorial
Uno abría la revista y empezaba por la caricatura de Naranjo y después se pasaba al “Inventario” de José Emilio, testimonian quienes lo seguían semana a semana. La declaración resulta impresionante porque Proceso es una revista de corte político-social, aunque con una sección cultural claramente establecida y conformada por el Inventario y las columnas de crítica de arte, cine, teatro, reseñas de libros e incluso deportes.
José Emilio Pacheco es un nombre sinónimo de prestigio y calidad literaria, los cercanos a él
lo describen con elogios y resaltan su congruencia entre el ser y el parecer. El escritor procuró mantenerse alejado de los reflectores, prefiriendo ser recordado por su trabajo; al igual que Octavio Paz, creía que la vida del poeta estaba en su poesía y, como Alfonso Reyes, rehuía de la vida pública y bohemia. En los últimos años, cuando los premios le llovían y las ceremonias y elaboración de discursos le quitaban tiempo de creación, se lamentaba, aunque agradecía la convivencia con sus lectores. Renegó del adjetivo intelectual porque su único objetivo fue ser un escritor.
Quizá por el prestigio y calidad que representa su nombre, tras su muerte, su casa editorial vio una gran oportunidad mercantil con la publicación de una antología de “Inventario”.
Esa edición, como lectora e investigadora de José Emilio Pacheco, me defraudó, pues no me queda claro cuál fue el criterio de selección. A simple vista, es el corte cronológico, textos de cada década: 1973-1983, 1984-1992 y 1993-2014, pero después no hay un camino claro de los muchos que pudieron seguir. Aunado a esto, la edición también tiene errores en las fechas de publicación de los textos. Uno diría que, pese a las fallas, la antología es valiosa porque se materializó un sueño de los lectores, pues de otra manera los textos seguirían empolvándose en las hemerotecas. No obstante, como investigadora, considero que no se cumplió cabalmente con el trabajo,
ya que Inventario. Antología es un libro de consulta y si un estudiante o investigador no experto en el autor cita un texto con fecha de publicación errónea, su trabajo reproducirá el error. Después de esto, entiendo perfectamente la renuencia de Pacheco a la edición en libro de su columna.
El escritor de la Roma-Condesa
La carrera literaria de José Emilio inició cuando era un niño y sus abuelos le regalaron una versión abreviada de Quo Vadis? Ese libro marcaría su destino, aunque iba en contra de los deseos de su padre, quien esperaba heredarle la notaría pública para que asegurara el sustento. Sin embargo, José Emilio se consagró a la literatura. Pocos son los datos biográficos conocidos del autor; escolarmente se sabe que abandonó los estudios de Derecho y nunca formalizó los de Letras, de su familia la información es todavía menos, salvo por la biografía escrita por su hija Laura Emilia, con la que derrumba dos grandes mitos: Pacheco no siempre vivió en la colonia Roma y tuvo una hermana: Carmen Sofía.
El dato del domicilio es interesante porque se trata de la identidad del escritor; considerarse vecino de una colonia es tener raíces allí, arraigo, y si Pacheco se consideró siempre habitante de la colonia Roma-Condesa es porque allí estaba su memoria. Ahora bien, el dato de la hermana sorprende porque José Emilio siempre dijo ser hijo único. En su discurso de recepción del doctorado Honoris Causa de la Universidad de Campeche, habla de su padre y de su valentía al negarse a firmar el acta de un inexistente consejo de guerra de la matanza de Huitzilac, motivo suficiente para condenarlo a ser fusilado, pero por intervención de Álvaro Obregón se salvó, y su madre “recién casada, perdió a su primer hijo y a todos los que siguieron. Otro milagro –como el de Obregón– permitió que yo naciera en 1939.” Carmen Sofía no aparece nunca. Y escribió estos versos: “De mis hermanos muertos/ No sabré nada nunca.//
En cierto modo les gané:/ Estoy vivo.// Fui Caín sin saberlo.”
Una cuestión intelectual
Carmen Sofía, como Mariana, su personaje más famoso, está en la neblina; la única prueba de su existencia es la fotografía donde aparece niña abrazada a un José Emilio también niño. ¿Por qué la ocultó?, ¿murió siendo niña y optaron por ocultarla para no poner el dedo en la llaga?, ¿un pleito separó a los hermanos? Laura Emilia tampoco da más información, toca al lector imaginar.
Luego de algunos años dedicada a la investigación de la obra de Pacheco, he leído y escuchado muchas anécdotas, pero ninguna queja o comentario negativo. Confieso que al principio sospechaba de esta actitud de bondad pura, ya que todo tiene dos lados, y temía encontrarme alguna vez con algo desagradable. Un día por fin di con eso; sin embargo, el causante de la querella no fue José Emilio, sino José de la Colina, quien antes fuera su amigo.
La crítica achaca este pleito más bien a una cuestión intelectual. A principios de los años noventa, la generación de lectores era la de los nacidos en los sesenta, contexto por el cual sus inquietudes literarias eran muy distintas de las que el poeta les ofrecía. Para ellos, José Emilio “se convirtió en una bestia negra disfrazada de cordero, cuyos lamentos aburren por reiterativos, melodramáticos y facilones, esquelas lacradas de pésame por la miseria y la corrupción de México, país que Pacheco entierra cada semana”.
Hacia 1991, jep recibió el único golpe traidor del gremio. Luego de unos años de trayectoria impecable, el escritor José de la Colina y jóvenes partidarios suyos iniciaron una serie de ataques cuyo blanco era Pacheco. Las “críticas” iniciaron en 1989 con un texto de Fernando Fernández, “Y la vocecita no deja de llorar”, en El Semanario Cultural de Novedades, supuesta reseña a Ciudad de la memoria (1989), donde plasma su desprecio a la poesía de Pacheco porque le parece una queja interminable y finaliza diciendo que le hubiera parecido más interesante saber la opinión del poeta sobre el clima o sobre las palmeras de la Condesa. A éste le siguieron más textos en el mismo tono sardónico escritos por Fernando García Ramírez, quien años después se convirtió en su yerno, y Josué Ramírez; todos los textos aparecieron en el suplemento dirigido por José de la Colina.
José Emilio expresó su molestia en “Inventario”. En mayo y junio de 1991 el poeta utilizó la columna para responder. El segundo texto va dirigido expresamente a José de la Colina y es duro; le dice que entiende su coraje porque él es un cartucho quemado, una promesa literaria que se quedó en promesa. A esta serie de ataques personales disfrazados de crítica también se sumó Gerardo Deniz, quien le dedicó varios textos negativos recopilados en Anticuerpos (1998). Por justicia poética, los mencionados permanecen en las sombras y Pacheco es Pacheco.
Uno imagina que los escritores viven encerrados leyendo y escribiendo, inteligencia pura… nada más lejano de la realidad. Los escritores son personas de carne y hueso, susceptibles de sucumbir a las pasiones propias de la naturaleza humana y José Emilio fue un hombre como todos, con los mismos problemas e idénticas obligaciones. La imagen del escritor incansable sumergido en montañas de libros no es falsa, pero tampoco exacta.
No obstante, a lo largo de su vida mantuvo la esencia del niño que la primera vez que se enamoró regaló su edición pirata de Veinte poemas de amor y una canción desesperada y dijo: “Estos son los poemas que yo hubiera querido ser capaz de escribir para ti”; creyó en la poesía como medio para expresar lo que no se puede decir.