Nada parece perturbar la armonía conyugal de la joven pareja que integran Manuel (José Pescina), y Lupe (Paulina Gaitán), excepto la desventura de cargar el primero con una condición irreversible de infertilidad, agravada por un evidente desánimo sexual. Luego de varios intentos fallidos por quedar embarazada, y transitando de la paciencia y comprensión mutua a un estado de exasperación creciente, los esposos procuran, con resultados de nueva cuenta frustrantes, la salida de una inseminación artificial. La solución providencial para la pareja se presenta por medio de Rubén (Jorge A. Jiménez), un colega laboral subalterno de Manuel, quien acepta ayudar a los esposos, como donador, a cambio de un apoyo económico para emigrar a Estados Unidos.
Esta premisa narrativa permite al realizador ahondar en lo que más le interesa: la observación y disección de dos conductas masculinas en un espacio claustrofóbico, ese hogar de la pareja crecientemente invadido por un intruso cuya presencia auxiliar fue primero solicitada, luego tolerada, y luego crecientemente padecida. El carácter inseguro y apocado del joven Manuel se sitúa en las antípodas de la malicia calculadora y el machismo prepotente que despliega Rubén, ese benefactor incómodo que acaba siendo un arrimado abusivo en el hogar en crisis. La imagen del varón doblegado y humillado que proyecta así Manuel frente al semental jactancioso que le disputa la atención de su esposa, desarticula una clásica representación de la masculinidad en el cine mexicano de la época de oro, como irónicamente lo ilustra la escena en la que el esposo lastimado lleva una patética serenata a su amada con la voz de Pedro Infante.
Es posible que en la elección de atmósferas oscuras (fotografía de Santiago Sánchez) para ese hogar, sin progenie ni alegría, que lo mismo es un espacio de frustración sexual que un remanso de goce erótico transgresor, el director haya pensado en las canónicas representaciones del melodrama negro estadunidense, tipo El cartero llama dos veces (Tay Garnett, 1946). Aunque ese modelo se antoja aquí evidentemente inalcanzable, Andrés Clariond consigue que su propuesta no naufrague en un mar de tremendismo o sensiblería. Todo lo contrario. El personaje de Lupe, muy alejado de un perfil victimista, desecha cualquier noción de femineidad doméstica manipulable, volviéndose árbitro paciente de una triste pugna entre dos masculinidades inseguras. Hay un asomo de reivindicación de un placer sexual femenino libremente consentido en el contexto de un aparente drama de infidelidad conyugal y confianzas traicionadas. Todo queda, sin embargo, sutilmente sugerido, desde el baile erótico entre tres que anuncia la capitulación sexual del esposo, hasta su propia resignación a volverse un oscuro comparsa voyeurista de los goces ajenos. El director ha decidido, prudentemente, no cargar demasiado las tintas. El actor José Pescina había interpretado antes el personaje fascinante de la muxe Mabel en Carmín tropical (2014), de Rigoberto Pérezcano. En la nueva cinta de Clariond la transformación es también audaz. Se trata ahora de una bestia herida disputándole con furia impotente la presa codiciada al macho animal que perversamente ha conseguido marcar ya su territorio.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional, 18:30 horas, y en Cinépolis y Cinemex.