Hospital de Jesús.

Legado cortesiano
Ángeles González Gamio
La culpa, el remordimiento y el temor a los horrores del infierno motivaron muchos actos de generosidad desde la llegada de los españoles. Uno de los primeros fue la construcción del Hospital de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, mejor conocido como Hospital de Jesús. Lo mandó levantar Hernán Cortés en un paraje denominado Huitzillan, donde se dice que tuvo el primer encuentro con Moctezuma.

Expresa en su testamento: se ha de hacer un hospital en reconocimiento de las gracias y mercedes que Dios le ha hecho en el descubrimiento y conquista de la Nueva España … e para descargo e satisfacción de cualquier culpa o cargo… que pudiera agraviar su conciencia.

El Hospital de la Purísima Concepción custodiaba una imagen de Jesús Nazareno a la que se atribuían grandes milagros, razón por la que se cambió el nombre por Hospital de Jesús. Se cree que el proyecto fue del alarife Pedro Vázquez, ya que Cortés se refería expresamente a él en su testamento.

Las fachadas verticales recubiertas de tezontle, de una ampliación de los años 30 del siglo XX, que realizó el afamado arquitecto Villagrán, no permiten imaginar las maravillas que hay en el interior. Al ingresar por alguno de los túneles con locales comerciales, se queda deslumbrado al encontrarse con dos hermosos patios jardinados y sendas fuentes, separados por una majestuosa escalera de tres rampas y pasamanos con remates de bola que comunican los dos pisos. Un imprevisto salto en reversa del siglo XXI al XVI. De esta centuria data un friso de grutescos, en un corredor de la planta alta, que lo traslada a la época; dos albas enfermeras caminando con paso rápido lo vuelven a la realidad.

En la planta baja, en donde era la sacristía del templo adjunto –hoy oficina del director–, sobrevive un techo artesonado, obra de arte del ebanista español Nicolás Illescas, quien lo talló entre 1578 y 1582. Es un adorno de madera en forma de cajón que se va angostando hacia el fondo en forma piramidal. Está compuesto por 153 octaedros tallados con primor en maderas finas y al fondo luce exquisitas rosetas cubiertas de pan de oro. Entre cada fila de octaedros hay una cadena labrada con forma de puntas de diamante, unida por una cruz de malta, también recubierta de oro sobre fondo azul. Aunado a su belleza intrínseca, tiene el añadido de ser el único del siglo XVI que se conserva en la Ciudad de México.

El templo adjunto no desmerece. La fachada lateral es manierista y está adornada con relieves de las virtudes: la fe, la esperanza y en donde debería estar la caridad se colocó a la Virgen de las Maravillas; vaya usted a saber por qué; la principal presenta un primer cuerpo bastante parecido al de la anterior y en un nicho central aloja la escultura de Jesús de Nazareno. El interior, muy modificado, ha perdido todos los retablos barrocos que lo adornaron. Milagrosamente aún conserva algunas pinturas del siglo XVII y una escultura estofada de Jesús de Nazareno de la misma época.

En la bóveda del coro, José Clemente Orozco pintó entre 1942 y 1944 una de sus obras más importantes: su revisión personal del Apocalipsis. En este lugar se encuentran los restos de Hernán Cortés, quien pidió en su testamento que fuesen depositados en México. Se puede ver la placa en el costado izquierdo del altar mayor.

En este hospital se realizaron en 1646 las primeras autopsias para la enseñanza anatómica de los estudiantes de la Real y Pontificia Universidad de México. A principios del siglo XVIII se estableció en el nosocomio la Regia Academia Mariana Práctica Médica, que desempeñó una importante labor en la enseñanza de la medicina en la Nueva España. Como parte de su interesante historia está el hecho de que durante 400 años –como lo estableció Cortés en su testamento– sus descendientes estuvieron incluidos en la administración del hospital; fue hasta 1932 que su dirección pasó a manos de eminentes médicos mexicanos sin parentesco con el conquistador y… sigue funcionando.

Como siempre que andamos por este rumbo, vámonos a comer al restaurante La Rinconada, que se encuentra en la plaza adjunta. Hay que subir al segundo piso de la hermosa casona del siglo XVII para sentarse junto al balcón y gozar la vista. Ofrecen sabrosa comida corrida o a la carta y, como siempre, les recuerdo que los jueves hay pacholas, esos ricos bisteces hechos en metate.

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