Todo empezó hace cosa de un mes, cuando leí La biografía: una muy corta introducción (traducción mía del título), de Hermione Lee, publicado en Inglaterra por la Oxford University Press, de una serie de Muy cortas introducciones, que empezó en 1995, y que incluye los más variados temas, como historia, filosofía, religión, ciencias y humanidades, y que pretende convertirse en una biblioteca de 300 títulos, desde el antiguo Egipto y la filosofía de India hasta el arte conceptual y la cosmología.
Debo decir que no recuerdo cómo llegué a La biografía: una muy corta introducción, pero confirmo que fue una lectura, de 140 páginas, muy agradable. Salta a la vista lo informada que está la autora, y lo bien dispuesta a cumplir con la brevedad requerida sin dejar nada en el tintero.
Leí la ficha de Hermione Lee, que es impresionante. Nació en 1948, en Winchester, Hampshire y, aparte de prolífica autora, biógrafa y crítica literaria internacional, ha sido una prestigiosa académica y profesora con tantos cargos y honores que pierdo la cuenta. Así, no ha de extrañar que, en cuanto cerré La biografía: una muy corta introducción, buscara y encontrara su propia Virginia Woolf, de Vintage Books, la adquiriera y, entusiasmada, la empezara a leer, aun cuando no fuera la primera que leía sobre Virginia Woolf, olvidadiza lectora como soy, siempre es grato volver a un tema que de entrada te interesa.
Sin embargo, el entusiasmo con el que arranqué en mi lectura, de pronto empezó a decaer. No por otra razón, sino porque no podía obviar que el libro tuviera mil 382 páginas y, aun cuando admito que soy una lectora olvidadiza, y no me importa volver a las páginas anteriores en busca de una frase o un dato (sobre todo ahora que, contrario a mis prácticas de juventud, no subrayo lo que quisiera tener presente siempre, lo que me llama poderosamente la atención, ni mucho menos escribo mis propios comentarios en los márgenes), en esta ocasión fue más fuerte que yo y, sencillamente, de la página 70 no pasé. Cerré el libro y admito que me sentí derrotada. La idea de la cantidad de páginas que me faltaba leer me hizo desistir del todo. Pensé que nunca me atrevería a admitir la razón de mi derrota. He leído, y gozado, libros más extensos, que incluso he releído. Pero en la biografía Virginia Woolf, de Hermione Lee, como digo, de la página 70 (¡de mil 382!) no pude seguir, ni quise, por vergonzoso que sea.
Entonces la buena fortuna se me presentó y me rescató, con ventajas muy gratificantes.
Sucedió que el lunes pasado, junto con Pura López Colomé, me invitaron a comer los Gaxiola Lappe, al tener en cuenta que nuestra amistad es de varias generaciones, nos consideramos familia. Vivimos tan cerca que me ofrecieron que Armando, de dos hijos el menor, pasara por mí a pie. Es un joven estudioso de letras renacentistas en la Universidad de York, que pasó el verano en la Ciudad de México para regresar en unos días a la universidad. Además, es poeta y escritor. Y cuando nos vemos solemos hablar de literatura. Me preguntó qué estaba yo leyendo ahora y, con toda naturalidad, sin morderme la lengua, a pesar de que me había hecho el propósito de nunca confesar, a nadie, que, por su extensión, había tenido que desistir de la lectura de Virginia Woolf, le admití mi vergüenza.
Educados y cultos como son los cuatro miembros de la familia, dándome la salida, me preguntó, casi seguro de que mi respuesta sería positiva, si conocía Virginia Woolf: El diario de una escritora, que es una edición de Leonard Woolf, de 355 páginas, en las que recoge y presenta fragmentos de los cuantiosos volúmenes en que consiste la totalidad del diario de Virginia Woolf. Le dije que no; le pedí los datos exactos para conseguirlo. Pero, al acompañarme de regreso a mi casa, de su morral sacó Virginia Woolf: el diario de una escritora, y sin más me lo regaló. Quiero decir que leerlo me ha hecho feliz.