Los domingos con y sin Hugol
Carlos Mapes
Sabíamos, sin platicarlo entre nosotros, que éramos aficionados de clóset del América, de aquel equipo que comandaba Carlos Reinoso, y de las chilenas de Hugo Sánchez. Jugada vistosa y compleja que dicen se originó en Chile o en algún lugar de Latinoamérica, de una manera un tanto rudimentaria, para mi gusto, pero que Hugol perfeccionó y patentó en la cancha con el nombre de huguiñas para todo el mundo. El poeta Manuel Andrade y yo entendíamos que con esa pirueta espectacular el futbol ya no sólo se desarrollaría en el césped sino también en las alturas, en la región más transparente del aire. Además sabíamos que para referirse a Hugo había que reconocer, primero, su gran valentía, porque él se jugaba la vida en esa sola acción y con ella se exponía al ridículo. Pirueta con la cual el Niño de Oro provocó una turbulencia, un cambio brusco, radical, profundo, en los mandatos del juego colectivo, dándole a éste un nuevo orden. El espíritu vital de Hugo, su carácter obstinado, el ir hacia adelante, fue el que lo impulsó a convertirse en un certero rematador que, por su destreza en los pies y astucia para crear espacios, era capaz de continuar o completar cualquier jugada; y, cuando había que finalizarla, lo hacía, casi siempre, de primera intención, sin controlar el balón. Individualidad en un juego de conjunto. Delantero por izquierda y por el centro del campo. “Es un jugador de movimiento y precisión”, como alguna vez lo describió Jorge Valdano. Cosmonauta del futbol; estrella que ilumina el gol o astro que gira alrededor de la pelota. Acróbata. Desde el momento en que Hugol se retiró del Real Madrid los domingos, para mí, retomaron su aspecto chato, en los cuales hay muy poco relieve, y, en cuanto a intensidad, ya nunca más fueron los mismos. Y, como resultado de la ausencia de los goles de Hugo y de su peculiar celebración, voltereta en el aire, para caer y reincorporarse en el mundo terrenal del futbol, apareció de nuevo el miedo inexplicable que produce ese primer día de la semana. Aunque las dianas del ariete mexicano fueron efímeras y pasajeras quedarán registradas para la posteridad como uno de los grandes dones.