De entrada, se trata de un programa bien elegido y bien realizado, cuyo interés para el oyente es múltiple. Lo básico: se trata de música espléndida, interpretada con rigor, técnica depurada, intuición estilística y atención al detalle. Además, la coincidencia de estas músicas postreras de Schubert y Brahms permite hacer interesantes observaciones relativas a la cronología, la historia y el desarrollo del piano y su música a lo largo del siglo XIX. Lo datos duros: Franz Schubert (1797-1828), Johannes Brahms (1833-1897). De ahí, por ejemplo, el hecho de que Brahms murió justo un siglo después del nacimiento de su ilustre predecesor. Este álbum doble contiene las Sonatas D. 959 y D. 960 de Schubert, las últimas de su catálogo, y cuatro ciclos de piezas de Brahms, designadas con los números de Opus 116 al 119. Las sonatas fueron redactadas por Schubert un par de meses antes de su muerte, en septiembre de 1828, mientras que los ciclos de Brahms datan todos del año 1892, y al parecer fueron sus últimas creaciones para piano, ya que sus 51 Ejercicios, publicados en 1893, parecen haber sido escritos en fecha anterior. Es decir, hay un lapso de más de sesenta años entre las obras de uno y otro aquí reunidas, lo que permite, entre otras cosas, reflexionar sobre el gran arco que va desde la transición de lo clásico a lo romántico, hasta un romanticismo a la vez absolutamente maduro y disciplinadamente contenido.
En la Sonata D. 959 de Schubert, Osorio explora de manera diáfana y luminosa la combinación de lirismo e invención melódica que caracteriza a casi toda la música del compositor austriaco. Hay aquí, a la vez, una seriedad de intención bien asumida por el pianista, quien entiende que Schubert pudo haber tenido preocupaciones trascendentes al componer esta obra. Otra virtud de Jorge Federico Osorio en esta sonata (reflejada puntualmente en su versión a la Sonata D. 960) es el manejo sutil, sin aglomerar resonancias o generar confusión, de esa deliciosa (y a veces dolorosa) ambigüedad armónica tan característica en Schubert. Entre los numerosos detalles destacados en estas ejecuciones de Osorio se encuentra, por ejemplo, el refinamiento con el que el pianista disuelve en la nada el final del Allegro inicial de la Sonata D. 959, así como la introspección con la que aborda el espíritu reflexivo de los movimientos lentos de ambas sonatas, en los que hay mucho del estado de ánimo de las canciones tardías de Schubert. Como contraste, Osorio aborda los fugaces scherzi de ambas sonatas con una apreciable y bien calibrada combinación de energía vital y delicadeza, cualidad esta última que bien pudiera sugerir puntos de contacto con la música de Mendelssohn. Y ya que he mencionado el contraste, otro acierto del pianista en este sentido es la energética extroversión que aplica en la ejecución de la última de las piezas que Brahms escribió para el piano, la Rapsodia op. 119, no. 4, en la que el compositor se aparta por momentos de la severidad de las otras obras de estos ciclos. Mención particular merece, asimismo, la ejecución pulcra y mesurada, con drama pero sin melodrama, del nostálgico Andante sostenuto de la Sonata D. 960 de Schubert, leído con pasión pero sin excesos.
De modo general, en este destacado álbum de músicas crepusculares de dos enormes compositores destaca el conocimiento de causa de Jorge Federico Osorio para marcar los diferentes estados de ánimo de estas obras, más luminoso y extrovertido en el caso de Schubert, más reservado y contemplativo en el caso de Brahms. Esto no impide notar, sin embargo, que en algunas de las 20 piezas de Brahms aquí registradas es posible apreciar una vena más ligera… más schubertiana, pues, como en el caso del Intermezzo op. 117, no. 1. Tan recomendable es la audición de este par de discos compactos como la de El álbum francés, de Jorge Federico Osorio.