El fruto extraño del racismo y las lecciones del profesor Meeropol
Juan Manuel Aurrecoechea
En septiembre de 1974, el escritor afroamericano James Baldwin recibió una carta de Abel Meeropol. Aunque no reconoció de inmediato al remitente, su lectura seguramente le despertó dolorosos recuerdos de su “época de terror sin fondo” –como describía su adolescencia–, pero también una de las sonrisas que lo caracterizaron. “He querido escribirle durante muchos años y como soy mucho, mucho mayor que usted, será mejor que lo haga antes de dejar de existir”, le decía, quien treinta y cinco años atrás había sido su profesor de inglés en el DeWitt Clinton High School del Bronx neoyorkino, y quien en todo ese tiempo no había olvidado los “pequeños abrigos blancos”, una metáfora que uso Badlwin –aquel “niños de ojos grandes”– para describir la nieve que cubría las casas en invierno. Por la carta, Baldwin también supo que su maestro de secundaria era el compositor de “Strange Fruit”, la canción emblemática de la lucha antirracista.
El 7 de agosto de 1930, nueve años antes de que Baldwin escribiera aquella metáfora, una muchedumbre ansiosa de sangre sacó de la cárcel de Marion, Indiana, a Thomas Shipp, Abram Smith y James Cameron, tres adolescentes afroamericanos sospechosos del asesinato de un obrero y la violación de una joven blanca, para colgarlos del álamo situado frente al Palacio de Justicia del condado. Cameron logró escapar, pero Shipp y Smith fueron linchados. La fotografía de sus cuerpos tomada por un fotógrafo local devendría emblemática. Resulta terrible no sólo por lo que muestra o por los gestos de satisfacción de la gente que se agolpa en torno a los cuerpos ahorcados, sino por su comercialización y porque muchos estadunidenses la enviaron como postal a sus seres queridos con mensajes inscritos al reverso.
La imagen indignó tanto a Meeropol que no lo dejó dormir en paz durante días, de manera que, para canalizar la desazón que le provocó, escribió una canción que tituló “Strange Fruit”. Su esposa Ann la empezó a cantar en asambleas del sindicato de maestros de Nueva York y en mítines del Partido Comunista de los Estados Unidos, en el que militaba el matrimonio Meeropol. En una de esas reuniones la escuchó Barney Jonhson, un admirador de la cultura afroamericana, hombre de izquierda y fundador del Café Society, un
club de jazz de la ciudad en el que se presentaba una cantante de blues llamada Billie Holiday, apodada Lady Day, a quien Barney convenció de estrenar la canción en el Society.
La noche del estreno dispuso que Billie la cantaría al final de su presentación, momento en que se dejarían de servir tragos y todas las luces se apagarían, excepto un reflector que la iluminaría mientras cantaba: “Los árboles del sur dan una fruta extraña/ Sangre en las hojas y sangre en las raíces/ Cuerpos negros balanceándose al viento del sur/ Frutos extraños colgando de los álamos.// Una escena pastoral del caballeroso sur/ Los ojos saltados y las lenguas torcidas/ Esencias de magnolias dulces y frescas/ Luego el repentino olor a carne quemada.// Aquí hay una fruta para los cuervos/ Para que se funda con la lluvia/ Para que el viento la absorba/
Para que el sol la pudra/ Para que caiga del árbol/ Aquí hay una cosecha amarga y extraña.”
Al apagarse la voz de Holiday, la audiencia quedó estupefacta y, mientras la gente se recuperaba, Billie desapareció del escenario para refugiarse en el baño y vomitar empapada en lágrimas. En su autobiografía cuenta que cantar “Strange Fruit” la afectaba tanto que la ponía mal, haciéndola sentir desdichada y feliz al mismo tiempo.
Billie imprimió a la canción la emoción de sus experiencias de abandono, violación, prostitución, drogas y discriminación racial. En cierto sentido la convirtió en un testimonio autobiográfico, en la biografía de su comunidad, y la transmutó en una semilla de indignación y rabia que germinaría en las marchas del Movimiento por los Derechos Civiles de los años sesenta, en los legendarios actos encabezados por los Black Panthers y en las movilizaciones convocadas por Black Lives Matter. “Será relevante hasta que los policías comiencen a ser condenados por asesinar personas negras”, declaró en 2020 Michael Meeropol, uno de los hijos de Abel Meeropol en el contexto del asesinato de George Floyd.
Tres descargas eléctricas
“Nunca se me ocurrió, por supuesto, que uno de mis profesores escribiera ‘Strange Fruit’”, escribió Baldwin en su respuesta a Meeropol. Por aquella carta también se enteró de que, en 1953, el profesor y su esposa Ann adoptaron a los niños Robert y Michael cuando sus padres, Ethel y Julius Rosenberg, fueron ejecutados en la silla eléctrica, acusados de proporcionar el secreto de la bomba atómica a la Unión Soviética.
El juicio y la ejecución de los Rosenberg constituye una de las páginas más cínicas y tétricas de la historia del anticomunismo. Por mecanografiar el “secreto” –que ni siquiera existía, como declaró Robert Oppenheimer, el llamado “padre de la bomba”–, a Ethel Rosenberg se le aplicaron no una sino tres descargas eléctricas, pues la silla no operó con eficiencia en su pequeño cuerpo, lo que fue ampliamente difundido en los medios, no tanto para provocar indignación pública, sino para impartir una lección ejemplar a la izquierda estadunidense
en uno de los momentos más álgidos de la Guerra fría. Qué mejor que presumir el cuerpo incendiado de Ethel para advertir a los comunistas lo que Washington estaba dispuesto a hacer con ellos. Una vez más el linchamiento público como pedagogía, esta vez ejecutado por la mano del Estado.
Abel y Ann dejaron de militar en el Partido Comunista poco después de adoptar a hermanos Rosenberg; renunciaron a sus carreras como maestros de escuela pública y se mudaron a Los Ángeles, donde Abel encontró trabajo como compositor. Lo hicieron para proteger a sus hijos adoptivos, pues durante el juicio de sus padres habían sido expuestos públicamente en los medios como “hijos de espías comunistas” y expulsados de la escuela donde estudiaban. En su carta, Abel le reveló a Baldwin lo siguiente:
Mi esposa, Anne, al igual que yo, sabía que en algún momento de sus vidas Michael y Robert como adultos perderían el anonimato que era esencial cuando eran jóvenes y expondrían la trampa que les tendieron a sus padres. Anne murió el 13 de septiembre de 1973. Me alegro de que viviera lo suficiente para ver a Mike y Robby luchar para limpiar los nombres de sus padres. Ambos estábamos muy orgullosos de los chicos.
En 1990, los hermanos Meeropol crearon el Rosenberg Fund for Children para apoyar a niños “cuyos padres han sido reprimidos por su participación en movimientos progresistas, incluidas las luchas para preservar las libertades civiles, promover la paz, salvaguardar el medio ambiente, combatir el racismo y la homofobia y organizarse en nombre de los trabajadores, presos, inmigrantes y personas cuyos derechos humanos están amenazados.”
En su carta de respuesta, Baldwin le decía a Meeropol que se enorgullecía de haber sido su alumno. “No recuerdo lo que recuerdas –le confesaba–. Sólo recuerdo el pizarrón y el terror sin fondo en el que vivía en esos días, pero si escribí la línea que recuerdas, entonces debí haber confiado en ti.”
Aunque no lo recordara, muy probablemente lo que Baldwin aprendió de su profesor fue a confiar en sí mismo, es decir a desmontar en su propia persona esos enfermizos y paralizantes efectos del racismo que describiría con claridad muchos años después en una carta a Angela Davis:
El triunfo estadunidense, en el que la tragedia estadunidense siempre ha estado implícita, fue hacer que los negros se despreciaran a sí mismos. Cuando era pequeño me despreciaba a mí mismo… Y esto significaba, aunque inconscientemente, o en contra de mi voluntad, o con mucho dolor, que también despreciaba a mi padre. Y a mi madre. Y a mis hermanos. Y a mis hermanas.
Finalmente, la fotografía de Lawrence Beitler se convertiría en la foto más divulgada de un linchamiento y la revista Life la incluirá en el libro 100 fotografías que cambiaron la historia. Pero la fama de la imagen –que no fue tomada con la intención de cambiar la historia sino con el objetivo de producir dólares– se debe no tanto a lo que registra, sino por haber sido la fuente de inspiración de un profesor judío, cuya composición cantaba una afroamericana apodada Lady Day.