Marco Antonio Cruz aborda el Metro
(notas para esbozar el contexto de una mirada)
Rafael Vargas
Estas notas fueron escritas hace diez años, para la presentación de la muestra virtual de Marco Antonio Cruz, Metro. Historias/viaje por 144 estaciones/9 líneas, realizada en el Centro de la Imagen el jueves 12 de mayo de 2011. En aquel acto intervinieron también Jenaro Villamil y, naturalmente, Marco Antonio Cruz.
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Al concluir la presentación de Metro. Historias/viaje por 144 estaciones/ 9 líneas, su autor, Marco Antonio Cruz, tuvo la bondad de pedirme mi texto para incorporarlo al sitio electrónico a través del cual se podía visitar su exposición, y en cuyo marco era posible leer ensayos relativos a ella de Jenaro y de Juan Villoro. Le dije que, por supuesto, podía disponer de mi escrito, pero le pedí que me permitiera añadir un fragmento más para hablar con detenimiento de una o dos de las fotografías que más me gustaban de la muestra, y para hacer una breve reflexión sobre lo que implica apreciar una exposición fotográfica a través de la red. Pero me enredé tratando de elaborar, a partir de una muy conocida metáfora bíblica (“Vemos como a través de un espejo opaco, Corintios 13:12), una analogía con lo que tal escaparate virtual nos permite ver. Tras batallar un par de semanas sin poder fundamentar mis hipótesis, acabé por desistir, pasé a otra cosa y no cumplí la promesa de enviarle el texto. Mi torpeza no mermó nuestra amistad. Conversamos muchas veces.
Trabajo y pandemia de por medio, en estos últimos años lo vi más bien poco. La noticia de su inesperada muerte me sacudió y me hizo recordar y buscar lo que escribí para ver si ahora era capaz de cumplir lo convenido, sólo para descubrir que aún no sé cómo desarrollar bien a bien lo que supongo acerca de la relación entre la fotografía y la red electrónica. Persistirá mi deuda. Quizá consiga solventarla más adelante pero, entretanto, quiero valerme de estos renglones que se quedaron inéditos para recordar a Marco a partir de uno de sus trabajos más significativos; sin duda, uno de los que más disfrutó hacer y, por ello, uno de los que más tiempo le tomaron –más de dos años de constante y paciente labor con su discreta pero reveladora cámara.
Ojalá esté cerca el día en que veamos desplegadas en túneles, escaleras y andenes del Metro, las imágenes que en ellos tuvieron su escenario. Los usuarios podrán entonces medirse contra ellas y darse cuenta del afecto y la sabia destreza con que el fotógrafo los captó.
R. V.
1
El tren metropolitano, ese medio de transporte masivo que todos llamamos “el Metro” es, por una suerte de justicia poética, la unidad de medida de nuestra ciudad. Si en vez de nueve fueran diez los vagones que componen cada convoy, la analogía con el sistema métrico decimal casi sería exacta. Aunque no es así, nada mejor que el Metro puede brindarnos una idea de las dimensiones que tiene el espacio en el que habitamos.
Todo en él alude a la ya inconcebible magnitud de lo que denominamos “vida urbana”: cada convoy pesa 150 toneladas. Su desplazamiento es posible gracias a veinticuatro motores que al momento de acelerar equivalen a 4 mil caballos de fuerza que en un par de minutos consumen como pastura cuatro y medio millones de watts. Diariamente los trescientosnoventa trenes que circulan la red ferroviaria recorren más de 120 mil kilómetros; es decir, el equivalente a dar la vuelta al mundo tres veces siguiendo la circunferencia ecuatorial.
No solemos imaginar estas cosas cuando lo abordamos, casi siempre perseguidos por la prisa. Pero aun si las ignoramos, y aun si la rutina le roba sorpresa a la aparición del tren en la boca del túnel, pensar por un minuto en los centenares de escalones, en los muy largos pasillos, en los millares de lámparas y, sobre todo, en los millones de usuarios, nos lleva a recordar que nos encontramos en una obra de escala faraónica, construida por mucha gente a lo largo de muchos años.
El Metro no recorre la ciudad (todavía no) de punta a punta, pero sus 144 estaciones cubren en longitud más de 180 kilómetros. Es prácticamente imposible visitarlas todas en un mismo día.
El Metro hace evidente algo que todos intuimos pero que no es sencillo hacer plenamente consciente: lo que llamamos área metropolitana es un territorio indefinible compuesto por varias ciudades que se traslapan y que cada día dan lugar a inmensos movimientos migratorios de los que, a querer o no, formamos parte.
2
El primer tren subterráneo comenzó a funcionar en Londres en 1863. Es decir, es una invención que está a punto de cumplir 150 años de existencia. (Es casi de la misma edad que la fotografía, cuyo nacimiento suele datarse en 1839.) Hoy, sesenta y cinco ciudades del mundo cuentan con ese sistema de transporte, y en todas ellas desempeña un papel bastante similar: trasladar comunidades enteras que buscan sustento, educación, entretenimiento. En ese proceso hacen visible, como en ningún otro espacio público, eso que los sociólogos bautizaron desde hace largo rato como “la multitud”.
La multitud, por supuesto, se dejó ver mucho tiempo antes en plazas, en grandes avenidas, incluso en espectáculos, pero la multitud aparecía en momentos determinados, a ciertas horas del día, y desaparecía después, casi sin dejar rastro.
En el Metro la multitud está presente casi a cualquier hora. Es efervescente y se derrama por los pasillos, las escaleras, los andenes.
En México, al entrar al Metro uno siente que entró en un río en el que, a menos que quiera dejarse llevar por su caudal, con frecuencia es necesario nadar a contracorriente. Si en algún momento podemos experimentar qué es la sobrepoblación, es entonces: tratando de abrirnos paso. Podemos optar por el codazo y el empujón, pero lo mejor será siempre recurrir a la urbanidad.
Como dice un chiste popular: “¿Cómo se abre paso Supermán en el Metro? ‘Con su permiso’.”
No hay que olvidar que uno es también parte de la multitud que dificulta el paso a los otros.
3
El Metro es, lógicamente, un sitio fascinante para un artista. Y las pruebas de esa fascinación son múltiples. Poetas, pintores, músicos, fotógrafos, narradores, cineastas, han encontrado en él inspiración, tema, escenario, punto de partida.
En 1913 –hace casi un siglo– Ezra Pound, el gran poeta estadunidense, entonces un joven de veintiocho años, bajó a la estación de La Concordia, en París, y se encontró con el hermoso rostro de una mujer, luego el de un niño, y después vio varios rostros más que lo llenaron de admiración. “Todo el día traté de encontrar palabras para decir lo que esa experiencia me había significado”, contaría Pound tiempo después. Primero escribió un poema de treinta versos que destruyó casi enseguida. Seis meses más tarde volvería sobre el asunto. Esa vez produjo la mitad de versos. Al cabo de un año logró por fin lo que quería: expresar la emoción que sintió como lo habría hecho un pintor. El resultado es el poema que en español conocemos como “En una estación del Metro”: “La aparición de esos rostros en la multitud:/ pétalos en una rama negra, húmeda.” Su extraordinaria capacidad connotativa dio lugar a todo un movimiento poético: el llamado imaginismo que, como su nombre indica, busca que la depuración de la imagen sea el fundamento del poema.
4
El primer pintor, el primer artista visual que sintió la necesidad de ocuparse del Metro en sus cuadros, fue un francés: Jean Dubuffet.
Nacido en 1901, Dubuffet quiso pintar desde que tenía dicisiete años de edad. Pero, obligado a hacerse cargo de la empresa vitivinícola familiar, sólo pudo dedicarse por completo a la pintura hasta 1942.
Era un usuario habitual del Metro, medio de transporte que le encantaba por colorido y popular. Le divertía que en una ciudad considerada como una de las más bellas del mundo la gente pasara tanto tiempo trasladándose bajo tierra.
En la primavera de 1943, con su estilo primitivo e infantil, hizo un óleo y después una serie de doce aguadas en los que retrataba grupos de personas a bordo de vagones del Metro parisino, ya fuera conversando o ensimismados en sus asuntos.
Esos cuadros dieron origen a un libro espléndido de uno de los más grandes y menos traducidos autores franceses de nuestro tiempo: La metromanía o los subsuelos de la capital, de Jean Paulhan.
Para Dubuffet, el Metro habría de convertirse en uno de los temas recurrentes de su obra.
5
Quizás el primer fotógrafo que desarrolló un proyecto de gran aliento con relación al Metro fue el estadunidense Walker Evans.
Como es bien sabido, en 1936 Evans colaboró con el escritor James Agee para realizar un artículo sobre las condiciones de vida de los campesinos algodoneros de Alabama, que se encontraban en la miseria tras el desplome de la bolsa en 1929.
Trabajaron durante ocho semanas del verano de ese año al cabo de las cuales decidieron que sería preferible convertir el proyecto en una serie de libros de la cual sólo llegó a publicarse, en 1941, el primer volumen: Elogiemos ahora a hombres famosos, una de las piedras fundacionales del llamado new journalism que hasta el día de hoy se estudia como ejemplo de originalidad periodística.
Mientras hacían ese libro, concibieron la idea de hacer también un reportaje sobre el Metro de Nueva York, y en febrero de 1938 Evans comenzó a fotografiar de manera subrepticia –ocultando su cámara bajo el abrigo– a decenas de pasajeros.
A Evans nunca le agradó involucrarse con la gente a la que fotografiaba, y la idea de captar los rostros de las personas en una situación en la que se olvidaban de sí mismos y abandonaban toda impostura –como era el caso mientras viajaban en el Metro– le entusiasmó. Le gustaba la singularidad de esos rostros que no obstante formaban parte del tejido colectivo.
Continuó retratando pasajeros en el Metro neoyorquino hasta enero de 1941.
Un año antes James Agee escribió un breve y certero ensayo que serviría como introducción a la obra, del cual extraigo esta cita:
Los usuarios de los trenes subterráneos de Nueva York suman varios millones. Los hechos relativos a sus vidas son tan comunes que casi se han vuelto insignificantes, de la misma manera en que es imposible tener cabal conciencia de la muerte en épocas de guerra. Tales hechos –quiénes son, y las cosas que les ocurren al viajar en el Metro–requieren, más que una breve reseña, meditación cuidadosa.
Son miembros de todas las razas y naciones del planeta. Son personas de todas las edades, clases, temperamentos y ocupaciones que se puedan imaginar. Cada uno tiene una existencia propia, tan única e irrepetible como una huella digital o un copo de nieve. Cada uno lleva en las posturas de su cuerpo, en sus manos, en su rostro, en sus ojos, los signos que una época y un lugar en el mundo imprimen en una criatura para la cual el término alma inmortal no es sino una benigna y vulgar metáfora.
Este otro libro de Walker Evans y James Agee se llama Many are Called (Son muchos los llamados), y sólo fue publicado hasta 1966, once años después de la muerte de Agee, y se reditó sólo hasta 2004, para conmemorar el centenario del Metro de Nueva York.
6
Ahora Marco Antonio Cruz aborda el Metro de Ciudad de México para proponernos un viaje relativamente parecido al que hizo su afamado colega hace setenta años, aunque esta vez el fotógrafo no trata de concentrarse en los absortos rostros de los pasajeros, que es casi imposible captar desprevenidos, pues se saben asediados por decenas de miradas y tratan de ocultarse en sí mismos mientras se trasladan, sino que intenta describir el fenómeno que constituye el Metro en su conjunto.
Así, recorre las estaciones de las diversas líneas y, a la vez que recoge en cada una de ellas el rasgo arquitectónico que las distingue, mira con atención a sus fugaces pobladores.
Un rasgo muy notable singulariza su recorrido: no le interesa descubrir personajes “folclóricos”, registrar la variada fauna de vendedores y merolicos ni insistir en el insensible aislamiento de los individuos en la muchedumbre.
Lo que busca destacar son las relaciones comunes y habituales que todos los que utilizamos el Metro conocemos pero que, de tan cotidianas, dejamos de apreciar.
Marco Antonio Cruz sabe que en el vagón o en el andén ocurren encuentros inesperados entre lo público y lo privado de los que, de una u otra manera, como actores o testigos, todos somos parte. El Metro es un teatro en el que todos los espectadores se encuentran arriba del escenario.
En las hermosas imágenes en blanco y negro que componen esta exposición, Marco Antonio Cruz no busca documentar el frenesí o la ansiedad, sino los oasis. Y al hacerlo nos dice cosas importantes: vivimos tiempos muy difíciles –los rostros mismos de las personas con las que viajamos en el Metro nos lo dicen: todos enfrentamos problemas que a ratos se antojan insuperables–, pero nuestra sociedad no puede estar tan empozada ni tan triste como a veces creemos si hay tal abundancia de gente besándose. No podemos estar vencidos si sabemos bromear, sonreír y abrazarnos.
La fotografía es una fuente de eduación continua, tanto para quien la realiza, como para quien la admira. Cuando uno contempla con detenimiento el paisaje humano que colma día con día las vastas instalaciones del Metro –como nos invita a hacerlo Marco Antonio Cruz con esta magnífica serie de fotografías– se da cuenta, como lo hizo Pound en la estación de La Concordia, de que la belleza, para nuestra fortuna, se encuentra en todas partes –a condición de saber descubrirla.
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¿No es un elaborado guiño del Hado el que el primer nombre de una persona que se dedica a extraer momentos específicos de la realidad para cristalizarlos, sea Marco?.