La escritura como instrumento de control y poder masculino

La escritura como instrumento de control y poder masculino

Angélica Gaspari Bustelo

Ginevra Bompiani (Milán, 1939) es una escritora, traductora y editora de larga trayectoria en Italia.
Como editora de Nottetempo ha publicado a autores como Agamben, Zanzotto y Butler, entre otros, y como traductora ha vertido a su lengua a Leonora Carrington, Emily Dickinson, Marguerite Yourcenar, Gilles Deleuze, Antonin Artaud y Louis-Ferdinand Céline. Sin embargo, su nombre y sus escritos en español no son tan conocidos. Recientemente, la editora argentina Adriana Hidalgo publicó su ensayo filosófico «La otra mitad de Dios», un libro por demás provocador y sugerente.

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Entrevista con Ginevra Bompiani

A partir de una revisión de los relatos fundacionales de las tradiciones judeocristiana y griega, así como de la mitología mesopotámica en tanto las precede e influye, la escritora, traductora y editora italiana Ginevra Bompiani sugiere que las historias tejen nuestro imaginario y que, sin ellas, éste simplemente no existiría. Por tal motivo, considera crucial interrogarse acerca de qué lo nutre o mantiene, cuáles son las diferentes versiones que se lo disputan, cuál de ellas ha sobrevivido imponiéndose, qué efectos –como la culpa, el castigo, la destrucción y la obediencia– ha tenido sobre nosotros y, sobre todo, si podríamos narrar una historia diferente. La autora no se anda con rodeos: la imagen de la diosa madre, que antecede por mucho a la de un dios padre y cuyo culto fue derrotado por el patriarcado, acabó siendo borrada de nuestra memoria. Esta diosa, que “no es simplemente madre, sino generadora y regeneradora, diosa de la fertilidad, de las artes y las técnicas, de la naturaleza, los animales y las plantas, del nacimiento, la vejez y la muerte” es desplazada por “el gran dios padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, amo de lo creado, dios de los ejércitos, exterminador de los enemigos, dios del castigo y de la venganza”. Este dios masculino, con su sentido de propiedad, su pulsión bélica y destructiva, así como su confianza en el progreso, ha ejercido un dominio histórico y es el fundamento del patriarcado, con el cual ya nada queda intacto: ni la diosa, ni los hombres, ni las mujeres, ni la naturaleza, ni la palabra fluida.

En efecto, desde Barthes, sabemos que el lenguaje, y en particular la escritura, están bajo acecho del poder, pero Bompiani va más allá: la escritura “es el aliado más poderoso que el mundo masculino haya tenido; hizo posible, estable y creativa la patriarcalidad, incluso la volvió poética”. A diferencia de la oralidad, que es el lenguaje de la prehistoria y lo matrilineal, la escritura –durante milenios exclusiva de los hombres– “interrumpe el flujo narrativo, detiene el pensamiento, encapsula la voz”, instaura las leyes y, desde su nacimiento, ha ensombrecido a la otra mitad de dios. En esta entrevista, la autora comenta algunos aspectos de su libro en relación con el mundo contemporáneo y apuesta por el ecofeminismo como una vía de escape al patriarcado.

–Su libro aborda pequeñas historias que conforman una historia más grande. Como usted dice: la escritura es un instrumento de poder explotado por el más fuerte para escribir su historia. En la primera parte, propone que estas escrituras condujeron al nacimiento de los monoteísmos y afirma que todo monoteísmo es machista. En este sentido, ¿los monoteísmos desaparecerán con el crecimiento de la conciencia femenina? O bien, ¿hay alguna vía de escape a todo esto?

–La verdad, no son tanto las pequeñas historias, sino las grandes historias que entran, un poco como fuente o como variante, en nuestra historia sagrada, en el relato bíblico. La escritura es un instrumento de control y de poder, sí, masculino, porque ésta ha sido hasta hace dos o tres siglos una prerrogativa masculina. Es cierto que hace dos o tres siglos había escritoras, pero de cualquier modo la legislación seguía vigente, continuaba siendo un instrumento en manos del hombre, aun cuando –según la mitología mesopotámica– quien inventó la escritura fue una mujer, y es posible o probable que haya sido así.

No es tanto que las narraciones conduzcan al nacimiento de los monoteísmos, sino que los justifican y los vuelven una evidencia de nuestro imaginario. Mi libro, sobre todo en la tercera parte, va en busca de las civilizaciones prehistóricas en las cuales la divinidad y los cultos eran femeninos. La divinidad era una diosa, así que en cierto sentido el monoteísmo era femenino, pero es muy distinta al dios masculino, porque es una y cien mil. No tanto como en el politeísmo griego, donde se dividen en divinidades cada una con su nombre, aunque en un Olimpo. Un poco como en los cuentos de hadas donde la figura materna se divide en bruja, madrina, madrastra, esposa del padre, madre de las hermanas, pero siempre la madre. En cierto sentido, también para la diosa es así, de manera que el monoteísmo tal como lo entendemos es, ciertamente, masculino. Pero no es que haya nacido a partir de la escritura sino que nacieron juntos. La escritura nació hace cuatro mil años aC., el patriarcado indoeuropeo al oeste y al sur comienza unos dos mil años antes, son coincidentes, van de la mano, y seguramente es la escritura de la Iglesia, y no digo la Iglesia cristiana, sino las Iglesias, la que ha hecho que el patriarcado sea dominador y triunfante hasta ahora. El cristianismo, en este sentido, se salva un poco por la figura de María, en la cual confluyen muchísimos rasgos de la diosa, en particular tres: la virgen, la madre y la acompañante a la muerte. Pero María no es una divinidad, como Jesús, que es un hombre y una divinidad. María tiene todos los atributos de ésta, pero no lo es. Considero que eso se debe, sobre todo, a que si lo fuera, su parecido con la diosa sería demasiado evidente, muy fuerte.

–Usted escribe, precisamente al retomar el Génesis, que hay dos creaciones: la de los Elohim y la de Jahvé. En su opinión, ¿qué hubiese pasado si se hubiera seguido contando la historia de Elohim y no la de Jahvé?

–La historia de los Elohim se ha seguido contando hasta ahora, no sólo porque es parte de la Biblia, sino porque le da inicio. Es la primera creación –incluso si fue escrita doscientos años después de la que aparece como la segunda, que en realidad sería la segunda de un autor diferente–, pero ciertamente se ha relatado y se ha escrito. El problema es, simplemente, que la hemos olvidado, porque si ahora le pregunto a cualquiera que me hable sobre la creación del hombre, me cuenta un resumen de las dos primeras; es decir, no las distingue. Incluso los lectores de la Biblia, creyentes o entusiastas, muchas veces olvidan que hay dos creaciones y que son totalmente diferentes: una más espiritual y otra más física, material. En realidad, la historia de Jahvé, que es un dios corpulento, parecido a nosotros, un dios celoso, vengativo, ruidoso (sus pasos se escuchan en el Paraíso terrenal), impacta más en el imaginario. Mientras que la de Elohim –que en realidad es plural, aunque a veces habla de sí mismo en singular– es una creación mucho más misteriosa, y cuando crea a la mujer dice: “Elohim creó a la mujer a su imagen…”, no lo dice Jahvé, no es la imagen de Jahvé, es la de Elohim. La creó a su imagen, macho y hembra, los creó juntos, al hombre y a la mujer terrestres inmediatamente, y enseguida los manda a reproducirse, los deja, los arroja al mundo, no les crea un jardín a propósito, los deja libres y solos. Si bien Jahvé no deja nunca solo al hombre, tampoco lo deja libre. El hombre, la criatura de Jahvé, no es libre, es privilegiada, recibe continuos dones de Dios, su amor infinito, con el lastre de las prohibiciones que conllevan castigos espantosos y así se crea esta afinidad entre el proceso de prohibición-transgresión-castigo y el proceso amante-amado. Son dos procesos muy afines, la diferencia entre ellos es la reciprocidad; el castigo no es recíproco, mientras que el amor sí, y cuando no lo es, es exactamente prohibición-transgresión-castigo. El tiempo sin castigo existe incluso antes del inicio de nuestra historia. Esta comienza con el castigo y con la escritura. Evidentemente hay una relación muy estrecha entre ambos, porque al fin y al cabo la escritura empezó con los ordenamientos administrativos.

–¿Considera que su generación ha desmantelado algo de esto?

–Mi generación, ciertamente, ha destruido, nacimos con la guerra. Walter Benjamin describe el carácter destructivo de una forma muy seductora: es un ángel, el ángel de la destrucción, que no me seduce para nada. Yo no creo que para construir un templo, como dice Nietzsche, sea necesario destruir otro; no, se puede construir un templo cerca de otro. No creo que la guerra sea liberadora, ni siquiera creo, como Einstein y Freud decían en el ‘32, que la guerra sea un destino humano ineludible. Considero que es un destino masculino y que quizás el fin del patriarcado podría disminuir o acaso eliminar la guerra. Pero no me gusta pensar que la destrucción sea un carácter ineluctable, sino patriarcal y masculino. La mujer es bastante más creativa que destructiva, podría decirse que la destrucción es la forma que el hombre usa y cree necesaria para crear. Todas las generaciones han destruido y lo siguen haciendo, pero no cualquier cosa, ahora estamos destruyendo la tierra.

–Si hoy pudiera imaginar una revolución, ¿cómo sería?

–Digamos que más que imaginarla, la esperaría. Me gustaría una revolución feminista, que de hecho ya está un poquito en marcha, y me gustaría una revolución ecológica; pero en realidad, es una sola y se llama ecofeminismo. Les aconsejo que lo estudien; digamos que su representante más famosa es la india Vandana Shiva. El ecofeminismo es un término que surgió en Francia en el ‘74 y que pone en relación al feminismo, o sea, la mujer con la naturaleza, con los animales, como tres víctimas del patriarcado. Creo que esto realmente podría ser una ruta de escape, porque para tener una salida, no hay necesidad de escombros, basta con producirla.

Traducción del italiano y nota de Vania Rocha e Iván García

 

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