Luego de ese prólogo cargado con un sexo gráfico que posiblemente excitará los ánimos censores en varios países, el director Radu Jude divide su cinta en tres secciones, cada una precedida de ilustraciones y títulos lúdicos. El tono es abiertamente fársico y por momentos surrealista. El contraste de ese espíritu festivo lo presenta la propia ciudad de Bucarest –gris, inhóspita, derruida– que la protagonista recorre consternada en su afán por detener la difusión del video escandaloso. Aunque la reposabilidad de su envío accidental a las redes recae sobre su marido, es ella quien tendrá que afrontar los saldos catastróficos del descuido. En pinceladas breves la cinta muestra una urbe caótica donde los ánimos de la población, en especial los automovilistas o la gente en un supermercado, están continuamente crispados, listos a la agresión verbal por cualquier motivo. La maestra padece esa hostilidad a flor de piel, misma que anticipa la rispidez extrema que le reservan algunos padres de familia en la junta escolar que decidirá su suerte.
Durante ese compás de espera de la atribulada pornógrafa involuntaria, la cinta levanta un inventario jocoso de las taras y prejuicios que abundan en una sociedad moderna crecientemente polarizada, y que van de la xenofobia abierta que actualmente levanta muros de contención a migrantes en sus fronteras, a la misoginia más ramplona que toma a la mujer como un chivo expiatorio para descargar las frustraciones de la miseria sexual o la precariedad económica. La comedia pícara que engañosamente inicia como un porno loco, se transforma en un drama social que, de manera casi teatral, coloca frente a frente a los padres de familia ofendidos –con paranoias y acusaciones precipitadas que lindan con un discurso de odio– y a una Emilia que defiende, impasible, su derecho a la privacidad. Es divertido el intercambio de opiniones filosóficas, religiosas, hasta lingüísticas, entre maestros colegas de Emilia, padres de familia indignados, y la propia acusada, en torno a cuestiones como el libre albedrío, la libertad sexual o la defensa de las personas menores expuestas a la pornografía en redes sociales muy abiertas.
Nadie tiene al respecto la última palabra, por supuesto, pero el tribunal virtual que se improvisa en el recinto escolar se revela como un microcosmos de la intolerancia que hoy gana terreno en varios países de Europa oriental. Una malicia de la cinta es ofrecer tres desenlaces posibles a este asunto delirante; otra, más cáustica, es desenmascarar la vulgaridad e hipocresía de los tutores bienpensantes. Posiblemente sean criterios relacionados con la pertinencia y novedad de los señalamientos sociales del director rumano, más que consideraciones estrictamente artísticas, los que hayan influido en la decisión final de concederle a Cogida caótica o porno loco el Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín 2021. Se trata, en todo caso, de uno de los platos fuertes más divertidos en el Festival de Cine Contemporáneo Black Canvas que este año celebra su quinta edición bajo augurios excelentes.
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