Los empresarios se acuerdan de ganaderías con bravura y los toreros de enfrentarla

Triunfan Caparica, Llaguno y Ortega en la Plaza México

Tarde memorable en el quinto festejo de reapertura

Dos orejas para el novillero Juan Pedro Llaguno. en La Plaza México
Leonardo Páez
La Jornada

Cuando las empresas se acuerdan de ganaderías con bravura y los toreros de enfrentarla, la fiesta de los toros recupera la emoción que la caracteriza. Así de complicado.

Como ocurrió ayer en la Plaza México en la tercera novillada y quinto festejo de reapertura, donde ante un bien presentado encierro de la ganadería mexiquense de Caparica actuaron el hidrocálido José Miguel Arellano, el joven de Querétaro Juan Pedro Llaguno y el tlaxcalteca José Alberto Ortega, que hacía su presentación.

Las cosas empezaron a tomar forma desde el bello quite por fregolinas de Juan Pedro Llaguno al que abrió plaza. Luego de recargar en dos varas el de Caparica llegó a la muleta con una embestida clara y alegre y el espigado Arellano, primer espada, ligó magníficas series por el derecho, bien rematadas. No lo quiso ver por el lado izquierdo, retomó los muletazos por la diestra y escuchó un aviso luego de dos pinchazos y descabello.

Con el cuarto de la tarde, Arellano consiguió pases aislados y volvió a estar pesado con la espada, si bien pinchando arriba y escuchando tibias palmas.

Lo más memorable de la tarde vino con el joven Juan Pedro Llaguno, quien desde sus inicios mostró un potencial digno de mejor suerte. Lucidamente llevó a su primero al caballo, luego quitó por ceñidas chicuelinas y precioso remate a una mano, cubriendo con emocionante lucimiento el tercio de banderillas. En seguida, con la plaza hecha un hervidero, supo sujetar y aprovechar cabalmente la embestida de un astado con son y transmisión, a base no sólo de técnica sino de profundo sentimiento y expresión. A su imaginación y variedad muletera añadió un defecto: la brevedad en tandas de dos o tres muletazos y el remate y ahogando un tanto en el cite. Cobró una certera estocada y recibió del obsequioso juez dos orejas, mientras a los despojos del toro se les concedía el honor del arrastre lento y daba merecida vuelta. Con el quinto consiguió templadas cordovinas y lucido remate, un certero par al violín y otro al quiebro por los que recorrió el anillo en triunfal vuelta. Con la muleta algunos detalles a un astado que acabó manseando. ¡Vaya porvenir el de este joven!

Sobrado de sitio y entrega, José Alberto Ortega, anduvo bien con su primero, aunque dijo poco, y con el cierraplaza, volvió a estar imaginativo con el capote siendo prendido aparatosamente al rematar de rodillas. Maltrecho y sin casaquilla realizó un trasteo macho y explicablemente breve rematado con ceñidas manoletinas. Dejó una estocada trasera y cortó una oreja, dando merecida vuelta y saliendo a hombros con el ganadero Roberto Viescas. Así sí, empresa.

 

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