Las redes sociales contra el grafiti

Las redes sociales contra el grafiti

José Rivera Guadarrama

Desde la aparición y auge de las redes sociales digitales, el arte callejero, como el grafiti y otras muestras de creatividad colectiva y social, han disminuido en actividad. Esta problemática ha sido intensificada, además, por la situación pandémica a nivel mundial. Sin que esto se tome a tragedia, sí puede afirmarse un notorio cambio en las actitudes de fomento a la libertad imaginativa. Al escuchar la palabra “grafiti” o al ver trazos pictóricos de esta actividad, se piensa en vandalismo, en cierta transgresión de espacios públicos y privados. Sin embargo, este modo de expresión configura un testimonio de las relaciones entre ciertos sectores de la ciudadanía y el espacio urbano. Se puede entender también como espacio de conflicto y lugar de encuentro e intercambio, negación desconstructiva o reconstructiva, o aportación en búsqueda de la definición o redefinición del ámbito y los modos de vida de sus habitantes.

 

En sus inicios, el grafiti en la calle respondía a una posición contracultural. Con el paso del tiempo, en la medida en que fue tomando relevancia, se generaron nuevas experiencias y se insertó en la rutina de las sociedades alrededor del mundo, donde el individuo construye un entorno ficticio con un sinnúmero de estímulos visuales y sonoros de ambiente natural, que al mismo tiempo lo absorben y liberan de su cotidianidad.

Todas las cargas negativas, la palabra o la actividad del grafiti hace referencia a dibujos o letras pintadas en la calle, en muros o paredes. Diversos estudios lo han relacionado a otras inscripciones gráficas a lo largo de la historia, dotándolo de una remota aparición. Etimológicamente el término proviene del griego graphein, o del italiano, cuyo plural es graffito, que en ambos idiomas significa “marcas” o “rayas”. Este vocablo, además, fue empleado por el arqueólogo Raffaele Garrucci, quien lo difundió en el siglo xix, y de ahí se volvió un término común para referirse a estas pintas que los arqueólogos encontraban en diversas construcciones, antiguas o recientes.

 

Marcar o definir un territorio

No entraremos aquí en el debate de si los inicios del grafiti contemporáneo se pueden ubicar en Filadelfia y no en Nueva York, como muchas veces se ha creído. Los estudios para determinarlo se concentran en un personaje que utilizaba el pseudónimo de CornBread (pan de elote). Su nombre oficial es Darryl McCray, un chico afroamericano que creció en aquella ciudad en 1953. La historia cuenta que, debido a diversas circunstancias, pasó un tiempo en un reformatorio. Ahí, todos los días entraba a la cafetería a molestar al cocinero preguntándole: “¿Dónde está el pan de elote?” Cuando obtuvo su libertad, comenzó a usar el sobrenombre en las paredes de las calles de Estados Unidos.

En torno a esta actividad se engloban otras formas de expresión como el rap, el hip-hop, el skate, etcétera. El grafiti es hoy una actividad genérica que engloba a muchas escrituras de tipo mural, letras, stickers, entre otras, tales como las realizadas en el street art, sobre cualquier superficie y con cualquier tipo de contenido.

Como contradiscurso, durante sus primeros años de utilidad el grafiti evidenciaba un determinado trasfondo de las problemáticas sociales y económicas que se generaban dentro del desarrollo multicultural de las urbes. Era, además, una forma de expresión libre, regida por algunos trazos que daban significado o pretendían evocar algo. Esto es natural, debido a que nuestra mirada selecciona, prioriza, secunda, omite o sobredimensiona los aspectos presentes en diversos espacios a la hora de caracterizarlos y, por tanto, dotarlos de una identidad o personalidad concreta. En este hecho juega un papel imprescindible el uso de lo estético en el marco del espacio público, de la calle, como elemento distintivo a la hora de caracterizar determinados lugares. En la urbanidad, en lo exterior, en la calle, en los muros, se marcan o definen territorios.

 

Redes sociales: la creatividad cooptada

En las redes sociales digitales sucede algo muy curioso. En ellas nos circunscribimos a lo que apreciamos de los demás, a una cierta sobredimensión de lo narrado o expresado por nuestros contactos, también llamados “amigos virtuales”. En estas últimas dinámicas se genera una falsa configuración o alteración de situaciones, adversas o benéficas, que casi nunca coinciden con lo que se expresa. Aunado a ello, y más alarmante, es que no debemos olvidar que el posteo en las redes sociales está originado por una cuestión comercial y comercializable, no sin antes adaptarse a las pautas o condiciones establecidas por los dueños de esas plataformas, que al mismo tiempo se podrían convertir en propietarios intelectuales de todo el contenido vertido en ellas, enriqueciéndose con los datos que cada uno de nosotros proporciona.

Lo anterior no tiene nada que ver con estar en contra del uso recreativo o humorístico de esas herramientas digitales. Incuso, las podemos utilizar como herramientas de trabajo, y funcionan muy bien en esos aspectos. Además, la recreación o el goce es parte del desarrollo de la historia humana. Ya Mark Cousins, en su obra Historia y arte de la mirada, cita la forma en la que los griegos manejaban sus comedias cómicas; otros textos antiguos tenían entremeses cómicos; en Shakespeare abundan la locura humana, la confusión de género y la obscenidad. En general, en la literatura el género cómico tiene un final feliz que proporciona escapismo o da un respiro, como en la comedia tradicional. También en la pintura y en otras artes la mofa es tan vieja como el tiempo.

En condiciones normales, fuera de las redes digitales, nada nos parece tan seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad, de nuestro propio yo. Este yo se nos presenta como algo independiente y unitario, bien demarcado frente a todo lo demás. Esta autonomía es la que resalta en el acto, vandálico o legal, de la estética urbana propia del grafiti. Aquí, el individuo está siendo y haciendo al mismo tiempo; está provocando una discursividad que engloba toda una problemática que requiere ser discutida.

 

La homogenización del individuo

Con las redes sociales sucede lo que Sigmund Freud indica al inicio de su obra El malestar en la cultura, cuando afirma que “no podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece”.

En esta orientación estética del grafiti, la belleza no tiene utilidad evidente ni es manifiesta su necesidad cultural y, sin embargo, la cultura no podría prescindir de ella. Mientras, en las redes digitales el concepto de belleza es sustituido y falseado por una utilidad comercial. Una especie de thelos a la deriva, sin un sustento que lo revalorice. De ahí que sea evidente la confusión de términos y grados de propiedad individual o colectiva, humana.

Contrario a esto, en la calle, podemos elegir detenernos a observar determinados trazos, dibujos, una flor o árboles. En cambio, en las redes sociales no podemos saltarnos cada post de nuestros contactos. No es extraño, en un momento histórico donde lo visual y la imagen adquieren una notable importancia cultural y son fundamentales en la configuración de un frente visual o presentación pública de lo que es o se pretende que sea un territorio.

Todo lo anterior puede tener diversas consecuencias, que ya había analizado Walter Benjamin, quien decía que la reproductividad técnica contribuyó a homogenizar a los individuos transformando su comportamiento, presentándoles muchas cosas a su servicio para su supuesto confort; de igual manera, llevó a que los individuos centraran su atención en esos distractores, desviando su atención de aspectos de verdad importantes para su vida como la política, lo que se constituyó en uno de los muchos factores que contribuyeron a la instalación de regímenes totalitarios en la primera mitad del siglo xx, que supieron explotar la propaganda y todos los instrumentos de publicidad existentes para generar la atmósfera propicia para hacerse con el poder.

 

La catarsis digital

¿Qué nos ofrece la mayoría de las actividades en las redes sociales? De manera jerárquica, los mismos usuarios de esas herramientas digitales han realizado clasificaciones. Por ejemplo, a Facebook le dan la definición de una plataforma llena de malos comentarios, de usuarios que emiten juicios y opiniones denigrantes y provocadoras. Twitter era, al comienzo, una plataforma con comentarios positivos, breves pero no hirientes, bien aceptada por los consumidores. Sin embargo, ahora ha sido acaparada por el odio, el revanchismo y los diletantes, mientras que Tictoc e Instagram son, por ahora, los favoritos de las redes. Estos internautas aseguran que ahí prevalece el buen comportamiento, la buena convivencia. Esto, de igual manera, puede ser generado por la sensación de posibilidad que otorgan estas redes sociales. Al tener diversidad de herramientas, las posibilidades para crear nuestros propios memes, dibujos, videos o enlaces, nos hacen recrearnos en ellos y así disminuye la necesidad de salir a expresarlo en las calles, sobre todo en lugares prohibidos o en otros espacios creados para estos propósitos.

El efecto estético de la catarsis obedece al crecimiento desmesurado de las ciudades y la complejidad de su desarrollo. Lo digital también es una barrera, un muro, no es en realidad un entrecruzamiento de experiencias o aprendizajes, sino el resultante de una linealidad encaminada a productos comerciales y mercantilizables.

El grafiti surgió en la intransigencia y se expone en la ilegalidad; de ahí que se le clasifique como una especie de actividad marginal. Sin embargo, en las redes sociales digitales hay algo más perverso en el fondo: en ellas se ocultan múltiples irregularidades y, sobre todo, mediante dichas redes las empresas multinacionales lucran con nuestros datos e información que deberían, por ley, ser preservadas y nunca dejar de ser confidenciales.

 

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