Giorgio Agamben y el vértigo de Rimbaud

Giorgio Agamben y el vértigo de Rimbaud

Alejandro García Abreu

*En 2021 se conmemoran 130 años de la muerte de Arthur Rimbaud (Charleville, 1854-Marsella, 1891). En este ensayo se evoca al genio a través de las lecturas que el filósofo italiano Giorgio Agamben (Roma, 1942) realizó de la obra del autor de ‘Una temporada en el infierno’ e ‘Iluminaciones’.

 

Recibamos todos los influjos de vigor y de ternura real. Y con la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.

Arthur Rimbaud

Traficando en lo desconocido

Arthur Rimbaud (Charleville, 1854-Marsella, 1891) buscó un nuevo orden de las estructuras literarias y vitales basado en el concepto de libertad.

La vida inquieta, impulsiva e intensamente idiosincrásica de Rimbaud se percibe como el sueño de un biógrafo. Tras una breve y fulgurante carrera como el enfant sauvage de la literatura francesa, dejó de escribir poesía a los veintiún años, se convirtió en vagabundo, en traficante de armas y en explorador africano. Murió dolorosamente en un hospital de Marsella a los treinta y siete años, recordó el escritor inglés Charles Nicholl en Literary Review.

Es una historia trágica. Alcanza ese estatus en parte debido a la extraordinaria calidad de la poesía que Rimbaud escribió a principios de la década de 1870, y en parte porque su vida posterior parece de alguna manera perseguir las “peligrosas agendas de la poesía en una dura realidad existencial.” Afirmó que estaba “traficando en lo desconocido”, una frase resonante de una de sus cartas africanas, concluyó Nicholl.

La confusión entre el arte y la vida

En El fuego y el relato (traducción de Ernesto Kavi, Sexto Piso, Madrid, 2016) el filósofo italiano Giorgio Agamben (Roma, 1942) se decanta por separar la vida de la obra de Rimbaud, el gran mito literario moderno:

Permanece la singular, la tenaz impresión de que la decisión de abandonar la poesía para vender armas y camellos en Abisinia y en Adén forme parte integrante de su obra. En la biografía de Rimbaud, la extrema anexión de la vida a la obra no tiene, obviamente, ningún fundamento: su biografía da cuenta de la perdurable confusión que el romanticismo […] ha producido entre el arte y la vida.

El pensador y ensayista romano infiere que la biografía no es parte de la obra y la importancia está en la clarividencia de la poesía:

La fascinación que la obra que nos ha legado abruptamente no cesa de ejercer sobre sus lectores, deriva precisamente de la doble dimensión en la que parece consistir y moverse. Que la ascesis tenga la forma de un “largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos” no tiene importancia: decisivo es, una vez más, el trabajo sobre sí como única vía para acceder a la obra, y la obra literaria como protocolo de una operación ejercida sobre uno mismo. “El primer estudio del hombre que quiere ser poeta”, recita programáticamente [en la Carta del vidente, misiva dirigida al poeta Paul] Demeny, “es el conocimiento de sí mismo, por completo; busca su alma, la inspecciona, la pone a prueba, se instruye en ella. Al conocerla, debe cultivarla […]. Digo que se debe ser vidente, hacerse vidente.”

Agamben intuye que para Rimbaud la creación literaria puede e incluso debe ir unida a un proceso de transformación de sí mismo: la escritura poética tiene sentido sólo si se transforma en un vidente.

En el romanticismo el artista tiene “el rostro demacrado del místico y del asceta, su obra asume un aura litúrgica”. El poeta, dice Agamben, se revela como un cuerpo viviente, “sólo una vida desnuda, que se presenta como tal para exigir sus derechos inhumanos. En todo caso, en la decisión de Rimbaud logramos una total conciencia de la derrota de la tentativa romántica de unir la práctica mística y la poesía, el trabajo sobre sí y la producción de una obra”.

Una ópera fabulosa

Para Agamben Una temporada en el infierno presenta una paradoja: es una obra que “pretende describir y verificar una experiencia no literaria”. El sujeto se transforma y logra escribir dicha “experiencia.” “El valor de la obra deriva del experimento, pero éste sólo sirve para escribir la obra; o, al menos, atestigua su valor sólo a través de ella.” Rimbaud afirmó: “Soy una ópera fabulosa.” Agamben dice que la obra es “un espectáculo” en el que las “simples alucinaciones” y el “sagrado desorden de su mente” participan de la mirada desencantada “como sobre el escenario de un teatro de tercer orden”. Es la razón por la que el poeta se cansó pronto tanto de su obra como de los “delirios” que plasmaba. Por eso abandonó “sin lamentos la literatura y Europa”.

Después de Rimbaud, una multitud de poetas –según el escritor parisino Zéno Bianu en Les Poètes du Grand Jeu– ha representado, a veces con más dolor, la poesía vivida. El joven poeta de Charleville se inclinó por lo absoluto, dijo que buscaba sólo lo esencial, entendió la vida como vértigo.

 

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