Leonardo Da Vinci, nuestro contemporáneo
José María Espinasa
Uno de los polos intelectuales y literarios de Gabriel Bernal Granados es la obra –y la actitud ante la escritura– de Paul Valéry y por eso resulta casi natural que escriba un ensayo sobre Leonardo da Vinci. Por otro lado, es evidente que esa naturalidad no está exenta de una enorme ambición: ir más allá del maestro, no tanto mejorarlo (esa trivial idea de lo histórico) sin llevarlo al límite. Sin embargo, el texto de Valéry es uno de los primeros que escribió mientras que Bernal tiene ya unos quince libros publicados. También hay que tomar en cuenta que la ambición implica al idioma desde donde se escribe el texto, el español, y hacerlo sin el menor complejo, de manera que esa ambición aspira a un diálogo mas allá del idioma. El lector se habrá dado cuenta de que no se trata de un libro de divulgación –al menos no solamente–, sino uno con ambiciones interpretativas originales y un cierto afán exhaustivo de lo que sobre el paradigma renacentista se ha escrito. Sin embargo, no es en sentido estricto ni un libro de artes plásticas ni un libro de investigación histórica. Sí una reflexión sobre el acto creador y su sentido vital, por lo que implica una visión específica: la figura del genio.
Un elemento importante es que, si bien Bernal tiene esa ambición, no cae en el error de partir del arquetipo sino del hombre, y de las pulsiones vitales, ideológicas, sexuales, espirituales. Y Leonardo es el símbolo del artista moderno, con ese elemento esencial que es su libertad. Es eso –la libertad– lo que une al artista renacentista con el romántico. ¿No hay algo de la actitud del pintor en Hölderlin? Si Dante, otro paradigma, escribe su obra de cara a su contexto y a su época, Leonardo en cambio escapa –elige escapar– de ellos. Y creo que es esa la razón del elemento que quiero resaltar aquí: lo inacabado.
Hay una idea que ya se ha vuelto un lugar común: el poema no se termina, se abandona. Mientras leía El regreso de los dioses paganos pensaba en lo que su autor plantea sin decirlo: el matiz que hay entre lo inacabado y lo abandonado. Solemos manejarlos como sinónimos y no lo son, sobre todo si ese abandono no sólo es voluntario, sino que responde a una necesidad vital. Es decir, en la tesis de Valéry el abandono se produce porque la idea de acabar o “terminar” una obra es resultado de un proceso en el tiempo y de allí que el verdadero acabamiento es la muerte del autor. Pero la muerte no es, ni siquiera en el suicida, un abandono voluntario. Así, el abandono es una manera más radical, si se quiere, que la muerte, pues se abandona la obra mientras, que en lo segundo lo que se abandona es la vida.
Un elemento importante de la figura de Leonardo es su rostro –el asunto central del libro de Bernal son sus autorretratos–, a la vez de un artista eternamente joven y vital y de viejo sabio. También el hecho de que, a diferencia de Dante y Miguel Ángel, le interesa sobre todo el conocimiento y no el poder. Con Leonardo empieza de alguna manera el proceso de distancia con el príncipe; para el artista, la premisa de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios se transforma en dar –o tomar– lo que es del artista, que no es ni César ni Dios. Así, Bernal señala que muchos de los cuadros de Leonardo son proyectos inacabados y que en cierta manera ese inacabamiento trae implícita la enfermedad del inacabamiento. El caso de La última cena es paradigmático: su inacabamiento va más allá de la muerte del pintor, supuesto punto final, pues ese fresco se sigue aún hoy modificando, y podemos ver en ello la mano –la voluntad– de Leonardo.
En cierta manera el inacabamiento es un mensaje claro. No ha conseguido el autor la revelación que busca, sólo se ha aproximado a ella, y la imposibilidad de alcanzarla es su tragedia. Otra mirada sugiere que ese inacabamiento es voluntario y no producto de la impotencia o incapacidad, ya sea personal o inherente a la propia creación –todo creador es el Dr. Frankenstein o el rabino en Praga, toda obra es un Golem, un monstruo, un hijo mal amado–, sino el verdadero horizonte de la creación. Pido disculpas por lo ríspido de la expresión: el ser siendo y no el ser sido o aun por ser. Leonardo es uno de esos creadores –otro de sus rasgos de modernidad– en donde el arte es evidentemente una acción y no una contemplación. La voluntad de inacabamiento es entonces una actitud ante el mundo claramente individual que el conjunto social no entiende.
El problema del autorretrato es una constante en Gabriel Bernal Granados. El subtítulo del libro –El regreso de los dioses paganos– me parece, sin embargo, expresión de un deseo que el ensayo no consigue mostrar. No negaré el tejido hermético que recorre la obra de Leonardo, pero su mentalidad es –sigue siendo– cristiana. Es una discusión que rebasa el marco de esta breve nota. En todo caso, este es uno de los ensayos más estimulantes de los últimos tiempos.