“El Día de la Hispanidad es la fiesta de todos los hispanohablantes.

La pausa
José Blanco
El 12 de octubre de 2015, el medio español El Jueves publicó que el rey de los españoles, Felipe, habría dicho: “El Día de la Hispanidad es la fiesta de todos los hispanohablantes. Y cuando digo todos, me refiero a todos. Tanto a los españoles, como a los panchitos”. Habría soltado también una parrafada de barbaridades sobre el hecho de la Conquista. Según ese mismo medio, la nota circuló más de 5 mil veces y recibió más de 400 comentarios. Resultó ser una broma fabricada por El Jueves. El medio argentino Chequeado realizó en marzo de 2019 una consulta formal al gobierno español sobre el asunto: no hubo respuesta.

Ciertamente en más de una ocasión Felipe se ha referido a los mexicanos como los panchitos. La altura, la sobriedad, la mesura que, se dice, revisten a la corona, son emblemas relajadamente escorados por esa dignidad para referirse a los mexicanos: no es extraño así que un medio satírico haga bromas con ese referente. Tal definición chistosa es un modo de infantilizarnos: somos unos mocosos identificados, además, con las hipérboles que nos cuelgan por el habla, la tortilla, el mariachi, el chile y el largo etcétera consabido. Las burletas de José María Aznar dirigidas a AMLO, con motivo de su propuesta de pedir perdón, por los estados mexicano y español, por los horrores de la Conquista, son parte del cotilleo español con los mexicanos. Aznar tuvo un nutrido público que rió y aplaudió ruidosamente las mofas de ese ignaro ex presidente. Los votantes del Partido Popular y los de Vox, suman 37 por ciento de los electores, no son unos cuantos. Las culturas occidentales parecen tener en común el hacer chascarrillos, a veces de dudosa comicidad, sobre los modos de ser de los otros, los de otras culturas. Pero no se espera de un jefe de Estado, en ninguna parte, que participe públicamente de ese jueguito porque ipso facto adopta una índole distinta y nada chistosa: el aludido entiende que así me ves, así me tratas; esa deriva del poder no puede sino provocar agravios torpes. Qué habría pasado si el presidente López Obrador hubiera dicho: “Cuando me toca entrevistarme con el gachupín de Iberdrola, que le estoy planteando que debemos de buscar un acuerdo, y me empieza a decir que todo está legal y legal y legal, con una arrogancia, comportándose con prepotencia…” La cita es textual, salvo el conocido mote.

El modito cuenta y se suma a lo sustantivo. El Presidente ha explicado inumerables veces, con enojo apenas contenido, cómo con una legalidad inicua hecha para que nos roben, empresarios españoles nos han saqueado. No obstante, con una sensibilidad paquidérmica el gobierno español ha dicho que rechaza tajantemente lo dicho por el Presidente: España no ha hecho ninguna acción que pueda justificar una declaración de este tipo. ¡No han cometido el saqueo!

A los empresarios y políticos españoles puede importarles un pito, pero los mexicanos conscientes estamos encabronados, para decir lo menos. No somos panchitos susceptibles de ser timados, aunque hemos tenido presidentes panchitos corruptos y claudicantes, como Calderón, Fox o Peña Nieto. El Presidente hará bien en sacudirse las amenazas, dizque apenas insinuadas, acerca de que estarían en riesgo de largarse las inversiones españolas. Ningún empresario español le hace un favor a los mexicanos con su inversión: están enormemente beneficiados con profusas e inmerecidas ganancias; no les debemos nada. Invierten porque ven esas ganancias como retorno, que luego se llevan fuera de México; si es así, si hay ese mercado, eso puede verlo cualquier otro empresario, mexicano o de otra nacionalidad. Que no nos asusten con el petate del muerto, dice el muy mexicano refrán.

El historiador español Pedro Pérez Herrero estudió antropología e historia de América en la Universidad Complutense de Madrid. Dejó la España gris de finales del franquismo para cursar su doctorado en El Colegio de México. El 26 de mayo de 2016, en entrevista con el diario español El País, dijo que había vivido en una capital con un clima intelectual envidiable. Dijo más, entre otras cosas: “Hay un desprecio en España hacia lo latinoamericano, pero al mismo tiempo un carácter paternalista… La sociedad española tiene una concepción estereotipada de América Latina de gente bajita, morenita, desigual, atrasados, subdesarrollados, sudacas. Es una concepción negativa. Son los panchitos”.

La pausa debe servir a la reflexión. Entendamos que las empresas españolas no tienen la sartén por el mango con sus inversiones, y debemos ver si los españoles y su gobierno socialista quieren revisar nuestros reconocimientos mutuos en un plano de igualdad. Hay aquí temas culturales profundos. Los estereotipos pueden servir para los malos chistes. No para una relación civilizada. Hay que ver, por ejemplo, el modo desvencijado con que el influyente diario El País retrata a México en sus páginas; una incomprensión nula, alimentada por voces de la derecha mexicana. Pensémoslo.

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