El Colegio de San Ildefonso, imponente construcción barroca, una de las más bellas de la ciudad.

Legado jesuita
Ángeles González Gamio
La Compañía de Jesús, conocida como los jesuitas, se creó entre 1538 y 1541 en un momento histórico en el que se producía una profunda renovación de la espiritualidad. Promovió su creación el vasco Ignacio López de Loyola, quien habría de alcanzar la santidad. Estableció como misión preponderante impartir educación de calidad.

A la Nueva España arribaron en 1572, cuando la conquista espiritual estaba prácticamente concluida, por lo que se dedicaron de lleno a las labores docentes, particularmente con los jóvenes criollos. Les donaron unos predios atrás de la Plaza Mayor y de inmediato comenzaron a construir colegios: San Pedro, San Pablo, San Gregorio, San Miguel, San Bernardo y el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Para alojar a los estudiantes erigieron el Colegio de San Ildefonso, imponente construcción barroca, una de las más bellas de la ciudad.

Tiene dos patios principales: el enorme del colegio grande, de planta cuadrada con sobrias arcadas y tres plantas, y el de los pasantes, con características similares pero de menores dimensiones. En el primero se encuentra el salón de actos conocido como El Generalito, que resguarda la hermosa sillería del coro de la antigua iglesia de San Agustín.

El edificio padeció un primer abandono en 1767, a raíz de la expulsión de los jesuitas que ordenó el rey de España en todos sus territorios. En 1816 Fernando II restituyó la orden, pero a su regreso, la mayoría de las instalaciones estaban dedicadas a otros usos y finalmente a mediados de esa centuria las abandonaron definitivamente por la Leyes de Reforma. San Ildefonso padeció diversos usos, muchos de ellos denigrantes.

Poco antes del fallecimiento de Benito Juárez, en 1872, Gabino Barreda le propuso crear la Escuela Nacional Preparatoria, que aprobó gustoso, y escogió como sede el viejo internado jesuita.

Alrededor de 1910, al incorporarse a la recién creada Universidad Nacional, se decidió ampliar el inmueble y la obra se la encargó al arquitecto Samuel Chávez, quien sólo logró concluir el anfiteatro Simón Bolívar; dos décadas más tarde, en 1929, una vez lograda la autonomía, la obra se terminó con el edificio estilo neocolonial que da a la calle Justo Sierra.

Unos años antes, José Vasconcelos como secretario de Educación recogió las ideas nacionalistas surgidas de la Revolución e invitó a artistas a pintar los muros de los edificios públicos para llevar el arte al pueblo. Uno de ellos fue San Ildefonso, donde Diego Rivera hizo el primer mural al fresco en el anfiteatro Simón Bolívar. Continuaron Fernando Leal, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.

A partir de que cambió su carácter de escuela a espacio cultural hace más de dos décadas, a esta suma de arte se vienen a añadir continuamente muestras temporales de otros artistas.

Un ejemplo es la exposición actual Cauduro es un Cauduro, (es un Cauduro), que en el marco de los 100 años del muralismo celebra las cinco décadas de trabajo de un artista notable que puede o no gustar, pero sin duda estremece. Algunos han clasificado su obra como hiperrealista, término que no le agrada porque ve más su trabajo como una realidad y ficción que conviven, una especie de realismo mágico.

Son alrededor de 160 obras de pequeño y gran formato con el estilo y técnicas peculiares de Rafael Cauduro. Cada persona percibe de manera distinta la inmersión entre seres, objetos y personas que emergen y desaparecen entre los muros de las fachadas e interiores deteriorados.

Su obra quizás más icónica y también polémica, es la que realizó en la escalinata principal de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: Los siete crímenes mayores, en la que hace referencia con estremecedor realismo a temas como la tortura, el asesinato y el secuestro, entre otros.

Ahora a lo amable y feliz: la comida. Como estamos a unos pasos y se come sabrosísimo, vamos a Guatemala 32, a la Casa de las Sirenas. Ahora la vista desde la terraza, de por sí privilegiada, se engalana con las jacarandas que custodian la parte norte de la Catedral con su majestuosa cúpula de Manuel Tolsa.

Acompañamos los tequilitas con escamoles, guacamole y tortillas que en ese momento echaba en un comal la señora que prepara los antojitos. El plato fuerte fue el filete cazuela bañado con salsa mocajeteada, nopales y cebollitas. Inigualable.

Para Manolo

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