Una policía de la memoria despoja de objetos y recuerdos de los mismos a las personas. Es el brazo ejecutor de un régimen totalitario cuya política es el olvido. Arrestan a quienes guardan de manera clandestina algún recuerdo del mundo que se pierde o esconden.
La distopía de Ogawa es una novela sobre el poder de la memoria y su pérdida. Es una magnífica metáfora sobre el poder político que para subsistir busca el olvido y el silencio. Eliminar a las cosas y sus recuerdos es destruir también las vivencias y sensaciones que nos provocan. Una rosa no es una rosa, es una cosa entre las cosas que se olvidan.
Hace unos días, a consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania, varios funcionarios gubernamentales de Occidente decidieron castigar a Vladimir Putin prohibiendo en sus países las expresiones de la cultura rusa a manera de represalia.
Un buen número de festivales e instituciones culturales decidieron cancelar la presencia de artistas rusos en sus programas. Los festivales de Cannes, Venecia, la Feria del Libro Infantil de Bolonia y la Feria del Libro de Guadalajara se unieron al veto.
El ministro de Cultura y Deporte español, Miquel Iceta, hizo un llamado a instituciones públicas y privadas a suspender proyectos e iniciativas con la Federación Rusa. Aunque estaba seguro de que sabemos distinguir perfectamente entre un país y un pueblo, seguiremos leyendo a Tolstói, pero condenamos al gobierno ruso
y no todos lo entienden así.
Algunos han tirado más de la cuerda al pedir que se cancele la participación de cualquier creador ruso que no condene a su presidente. Y más aún: en Florencia se pidió derribar una estatua de Dostoievski.
Tantas han sido las presiones contra los artistas rusos que el director musical del célebre Ballet Bolshoi, Tugan Sokhiev, renunció a su cargo… pero también al cargo que tenía en la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse en Francia.
En una carta pública manifestó que nunca ha apoyado ningún conflicto, pero también que no puede ver a sus colegas amenazados, tratados sin respeto y transformarse en víctimas de la cultura de la cancelación
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Y más: Me piden que elija una tradición cultural sobre la otra
. No quiere llegar al punto en que le pidan elegir entre Chaikovski y Beethoven o entre Stravinski y Debussy. Ya está pasando en Polonia, país europeo, donde la música rusa está prohibida
.
El arte y la guerra tienen una larga y antigua relación. Troya y la guerra que la hizo célebre ya sólo existe en los hexámetros de Homero que dan cuenta de un cielo oscurecido por las lluvias de flechas y la Revolución Mexicana sólo podemos verla con claridad en las obras de Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y Nellie Campobello. Gracias a ellos sabemos que no hay guerra buena, que al final todos pierden y son ruina y muerte bajo un cielo vacío, como dice el poeta Juan Goytisolo.
Si el arte y la cultura son memoria, imponerles códigos de silencio precariza al mundo. Fue terrible la historia de las mujeres de solaz
coreanas: 200 mil niñas secuestradas y obligadas a prostituirse brutalmente para el ejército japonés. Ocultaron más de medio siglo esa atrocidad Japón, Corea y Estados Unidos.
Nada podría haberse remediado vetando exhibir La gran ola de Hokusai. Y nada habríamos ganado vetando a Borges por el dictador Pinochet ni a Paul Auster por las constantes guerras emprendidas por los ex presidentes de Estados Unidos en Irak o en Vietnam.
La lucha del hombre contra el poder –ha escrito Milán Kundera– es la lucha de la memoria contra el olvido. Fomentar el silencio en el arte y la cultura es apostar por el olvido. Protejamos el derecho a ser políticamente incorrectos, nos aconseja Nadine Gordimer, incluso frente a la apasionada lealtad que naturalmente sentimos hacia cualquier nuevo orden que arraigue nuestras más grandes esperanzas y convicciones de democracia
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¿No sería un mejor veto a Putin dejar de comprarle gas y petróleo a Rusia en lugar de censurar la proyección de la cinta Solaris de Tarkovski? No conviene que una policía de la memoria invisibilice al mundo.