Grand Union: Zadie Smith y la dialéctica del vacío
Moisés Elías Fuentes
La voz narrativa en tercera persona cuenta que “mientras su hija se untaba lo que parecía aceite de cocina en la tersa piel del vientre, la mujer dejó caer con disimulo el ala del pollo en la arena antes de taparla furtiva y apresuradamente echando más arena con los pies, como si quisiera enterrar un zurullo”. Sin embargo, no es dicha voz la que completa el párrafo, sino otra, insospechada, que apunta con cruel puntualidad: “Y los polluelos, cientos de miles, o quizá millones, pasan cada día de la semana por una cadena de montaje: los sexadores de pollos les dan la vuelta y echan a todos los machos en enormes tanques donde los trituran vivos.”
Con esta ruptura narrativa cierra “La dialéctica”, el primero de los diecinueve cuentos que integran Grand Union, de Zadie Smith (Inglaterra, 1975), colección sellada en efecto por la presencia de la dialéctica, pero no como método filosófico sino como recurso subversivo que se manifiesta a través de la ironía y la disrupción. Subversión, sí, a la uniformidad asfixiante que rige las vidas y muertes de las y los personajes que deambulan por los relatos de Smith, como ocurre a las vacaciones de la anónima narradora de “El río Vago” y el hotel español con su corriente de agua de una sola dirección:
Unos pocos (menos tatuados, a menudo con estudios universitarios) se empeñan en ir en la otra dirección, decididos a dar brazadas contra la corriente, sin avanzar nunca, manteniéndose en su lugar, aunque sea por un momento, mientras los demás pasan de largo flotando.uyh
Mujer de la clase media inglesa, más que la crónica de unas vacaciones familiares en Almería, lo que refiere la narradora es su permanencia en un lugar que podría estar en España o en cualquier otra parte, porque el viaje se reduce al espacio del hotel y las actividades y diversiones que ofrece, tan prefabricadas como la vida de familia de clase media, emocionalmente incapacitada para salir de sí misma.
Imposibilidad para dejar de ser yo y encontrarme en la otredad, disminuyendo al yo social y al individual, lo que hace engañosa la franqueza sexual de un cuento como “Educación sentimental” porque, más que educación, es la deserotización de una mujer desde su adolescencia hasta su edad adulta, hecho que Smith reseña con agilidad al entrelazar las voces narrativas en segunda y en tercera persona. De ahí la puntual reflexión que resume el proceso: “El problema es que te ‘faltaba’ algo. Ahora, un cuarto de siglo después, vio que lo que había parecido un caso de carencia era de hecho una cuestión de exceso inoportuno. ¿Exceso de qué? ¿Puedes padecer un exceso de ti misma?”
Sustitución del deseo sexual por un exhibicionismo pornográfico que anula a mujeres y hombres, que les arrebata la otredad erótica porque no anhelan el encuentro con la pasión ajena, sino la extensión de su propia sexualidad,* extensión que es inmovilidad del pensamiento, como la que impone en “Letra y música” Myron a las hermanas Candice y Wendy, en un parco diálogo en que las mujeres, aunque disienten de la opinión de Myron, declinan externarlo, con una suerte de cansancio mental y anímico:
No nos convence, pero nos reímos con él. Entonces se pone serio y dice:
–¡Joder! Eran tiempos mejores en Estados Unidos, eso seguro.
Nosotros no estamos tan seguros. ¿Nixon? ¿La crisis de los rehenes en Irán? ¿Jim Jones? ¿La caída de Saigón? Aun así, quizá tenga razón.
Colección revisionista y experimental, en Grand Union Smith ofrece una panorámica de algunos de sus recursos estilísticos como novelista, al tiempo que expone temas y recursos de nuevo cuño (relatos distópicos, combinación de personas narrativas, la inestable relación de espacio y tiempo), de lo que resulta un libro a ratos disparejo, pero no malogrado, porque en cada relato destacan los arrestos de la autora inglesa por dar más y mejores argumentos y tonos a su prosa creativa.
En el caso de Grand Union, el eje temático que encontró Smith es la dialéctica que aparece, ya sea con sutileza o con descaro, a lo largo de los diecinueve relatos, como agente del caos en un mundo sin anomalías; tal es el caso del niño Donovan Kendal en “A la perfección”, cuyos padres rechazan el mundo enajenante y opresivo de la gente común y crean un mundo de la imaginación igual de enajenante y opresivo. Mundo del vacío, sustentado en la seguridad de las cosas precisas, al que Zadie Smith opone una dialéctica desafiante porque cuestiona y contrasta y porque se permite inventar y fallar y volver a inventar.
* En más de un aspecto, las y los personajes de Grand Union coinciden con los fenómenos sociales estudiados por el filósofo Byung-Chul Han en libros como La sociedad de la transparencia y La agonía del Eros.