Una reflexión sobre la palabra amor, que tanto calado tiene no sólo en la literatura, sino también en la historia

El amor como nombre y apellido

Clara Janés*

Una reflexión sobre la palabra amor, que tanto calado tiene no sólo en la literatura, sino también en la historia –con su inevitable contraparte, como sostiene Empédocles–, en la filosofía y en la ciencia.

 

De la palabra “amor”, dice el diccionario de la RAE: “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Con todo, tal vez podríamos añadir que entraña un carácter genésico –bien dijo Gandhi: “donde no hay amor no hay vida”. Yo lo siento como una irradiación per se.

Ciertamente se dan distintas clases de amor: filial, materno, místico, “amor cortés”… ¡Pero qué inesperada resulta la voz Amor como designativa! Ahí está, sin embargo, como nombre y apellido, partiendo de la iconografía mariana que incluye la Madre del Amor Hermoso. No debe, pues, sorprender la insistencia en mencionarse a sí misma como Elena Poniatowska Amor de la escritora mexicana.

¿Mexicana? Precisamente en su último libro, El amante polaco, devela que su linaje se remonta al primer rey de Polonia. Y, como reina de las letras, se alza ella en esta obra extraordinaria cuya concepción y forma salta por encima de los siglos. Frescura, luz, dinamismo nos arrastran como un cometa a su cauda. ¿Quién ha abarcado un espacio temporal-histórico-geográfico tan totalizador como el que ella, con su juventud de noventa años, se lanza, donde mezcla el siglo XVIII con el presente, implicando incluso al futuro? Leerla ratifica la creencia en la capacidad creadora de la palabra, la cual, por su pluma, se mueve en una danza, como las partículas que, sin que se sepa cómo, tan pronto aparecen aquí como allá. Ser y dejar de ser y seguir siendo, y hasta retroceder al ancestral antes de ser, porque la mente es creadora.

“El amor es una resonancia energética”, dice Basarab Nicolescu en sus Teoremas poéticos. Pero ¿no es el amor también un modo de armonía? Heráclito consideraba ya que “la armonía invisible vale más que la visible”. Sin embargo, quien dio en la diana fue Empédocles, para el cual amor y odio son los motores del mundo.

Platón, en el Banquete –y de ahí, sin duda, pasó a Dante, acaso a través de Averroes, aunque él le cortó el final– escribió: “el amor que mueve el sol y las demás estrellas se llama Astronomía”.

Y Lyotard, ¿pensaba en Platón cuando habló de los sidera? En ¿Por qué filosofar?, escribió: “La palabra deseo […] viene del vocablo latino de-side-rare, cuyo primer significado es comprobar y lamentar que las constelaciones, los sidera, no dan señal de que los dioses indiquen algo en los astros.”

 

*Barcelona, España, 1940. Escritora, traductora y editora, desde 2015 forma parte de la Real Academia Española de la Lengua.

 

 

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