Aunque la pandemia no ha terminado –según lo comprobé en persona– los cuidados y precauciones de 2021 habían desaparecido. Por suerte, ya no era necesario hacerse pruebas de antígeno cada 48 horas y, de hecho, a pesar de que era la opción recomendada, eran contadas las personas con cubrebocas en el interior del Palais o de sus salas cinematográficas, dando la impresión de que la vida había vuelto a la normalidad.
Normal también puede considerarse la forma cómo la prensa ha sido aislada de los demás acreditados. Ahora todas las funciones de prensa ocurrieron en la tarde/noche y sólo unos cuantos privilegiados –entre quienes me cuento– teníamos acceso a funciones especiales en la mañana y al mediodía de las películas en competencia, exclusivamente en la incómoda sala Bazin. Eso dividía al gremio –hubo colegas a los que nunca vi– y causaba un comprensible resentimiento. Digo, ver diariamente a las 22:30 horas películas en promedio de dos horas de duración ha de causar un creciente y desmoralizante cansancio.
Todo eso responde al miedo que el director artístico Thierry Frémaux tiene a las redes sociales y a que la crítica negativa de las concursantes sea conocida antes de sus funciones de gala. Como si se pudiese evitar la mala leche congénita de los tuits. (Por ejemplo, me tocó leer cómo un colega de La Voz de Galicia pedía a gritos por Twitter la dimisión de Frémaux).
Eso y el muy defectuoso sistema de pedir en línea los boletos para las diferentes funciones, conseguían que uno estuviera efectivamente vetado de la gran sala Lumière y con limitados accesos a la Debussy, que eran por tradición donde veíamos las películas en concurso.
Cuando la solución obvia para evitar la proliferación de comentarios negativos es… programar mejores títulos. Este año se confió en los nombres de prestigio cuando es bien sabido que ya nadie es garantía. La consecuencia fue un puñado de películas mediocres amparadas por la fama de sus respectivos realizadores. Escasos fueron los ejemplos de correspondencia entre las expectativas y el resultado.
Además, Frémaux insiste en la estrategia de retacar la sección oficial con películas, con el efecto de estrangular a las secciones paralelas, la Quincena de los Realizadores y la Semana de la Crítica. Entre la competencia, Una Cierta Mirada, los títulos fuera de competencia, las premieres y las funciones de medianoche conté un total de 70 largometrajes. La sección se estrangula a sí misma. Así, restringido por la disponibilidad de boletos, uno encontraba imposible conjugar los horarios de unos y otros programas. Por ejemplo, quise ver los documentales dedicados a David Bowie y Jerry Lee Lewis, así como la biopic de Elvis. No pude ver ninguno.
Así pues, con el estorbo de los boletos electrónicos, los horarios imposibles para la prensa y el confundir la cantidad con la calidad, mucho se le ha quitado de placentero al festival de Cannes.