Biblioteca fantasma
Eve Gil
No se lo he preguntado directamente a Socorro Venegas, pero sé que los fragmentos en tercera y primera persona del Diario de tapas rojas, consignados en su libro Ceniza roja (Páginas de Espuma, Madrid, 2022), hermosamente ilustrado por Gabriel Pacheco, cuyas estilizadas y embrujadoras figuras remiten a las de Remedios Varo, son absolutamente reales… si acaso sometidas a cierto proceso de corrección. Me inclino a pensar, sin embargo, conocedora de la obra total de Venegas, desde el primer libro hasta el más reciente, también publicado por Páginas de Espuma, La memoria donde ardía, que, si fuera el caso, no debió serle complicado dado el dominio de la prosa poética que se advertía ya en La risa de las azucenas, publicado en 1997 por el Fondo Editorial Tierra Adentro. El tema de la viudez prematura, por otro lado, es recurrente y más acentuado en su extraordinaria novela Vestido de novia (Tusquets, 2014).
Ceniza roja da seguimiento a un proceso de duelo para el que María, la protagonista, no estaba preparada. Ninguna joven recién casada se lo plantearía siquiera, y experimentar semejante dolor a una edad en la que la muerte parece excepcional, distante, algo que les ocurre a los demás y nunca a una, incrementa el elemento trágico de la obra. La agonía provocada por una enfermedad nos alerta sobre
la posibilidad. La brutalidad de un accidente o un crimen nos devasta, pero, al mismo tiempo, nos hace objeto de empatía, de atención, fortalece nuestros lazos con la comunidad. Qué pasa, entonces, con las muertes súbitas, absurdas, que caen con la contundencia de un rayo sobre una persona sana y fuerte, no mayor de treinta años, que nunca ha dado signos de enfermedad alguna. Nadie que huela a leche y a hogar tendría por qué morir. “La última vez que hicimos el amor me pediste que abriera los ojos. Dentro de mí, me mirabas. Un bosque de ilusiones moría joven, y no lo vi, no lo vi.”
María emprende entonces lo que ella describe como una especie de nueva extranjería. La muerte de su esposo desestabiliza el mundo que tan amorosamente habían forjado juntos. Se lo quita todo. No es que quiera abandonar su hogar pero tampoco puede permanecer ahí, un lugar ideado para una pareja, donde cada objeto tiene su complemento. Donde todo lo que alguna vez le perteneció a él exhibe algo demasiado parecido a la orfandad, a un instante suspendido del que sólo es posible escapar empezando de cero. En un principio hay compasión en las miradas de amigos y conocidos, pero al pasar el tiempo surge lo intolerable: cuestionamiento. Reproche. Una viuda joven ingresa al terreno de lo minoritario, de lo anómalo, de lo que implica cierta peligrosidad. ¿Sobreviviente o muerta por decreto? “Duele morirse así y no encontrar descanso./ Tú has muerto. La agonía soy yo.”
María sigue con su vida sin estar realmente en ella, pero una fuerza interna, una esperanza no manifiesta aún la empuja a buscar ayuda psiquiátrica; medicamentos que le permitan hacer lo que se espera de ella o, mejor, lo que ella espera de sí misma. Consigue un nuevo empleo, una nueva casa, pequeña, “más que yo”. Pero incluso entonces continúa buscando la espalda de Alan del otro lado de la cama, durmiendo, supongo, en la orilla, costumbre dura de perder, si se pierde alguna vez. “No tener el cuerpo, la presencia amada, es lo mismo que estar a la intemperie.” La desolación impregna cada objeto nombrado, cada frase que aspira al optimismo, cada tímido intento por corresponder al interés amoroso de otro hombre. Llega el momento en que echa de menos al hijo que nunca tuvo, que Alan pidió no tener.
Ceniza roja es un libro atesorable más que simplemente hermoso, escrito con un dolor en tiempo real, inenarrable en origen, que se va configurando en el alma del lector que no puede dejar de experimentar como suyas esas palabras, esas emociones, esa poética en sordina que encierra un discurso tumultuoso y desgarrador. Socorro Venegas, para quien albergue duda antes de asomarse a estas páginas, es una de las narradoras mexicanas más genuinas, potentes y formidables de los últimos años.