Faulkner y la imposible redención sureña

¡Absalón, absalón! William

Faulkner y la imposible redención sureña

(a 60 años del fallecimiento del autor)

Moisés Elías Fuentes

 

En 1936 se publicaron dos novelas dedicadas al sur estadunidense: Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, y ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner. Se trata de dos escritores sureños con intenciones distintas, porque Mitchell buscó romantizar al sur esclavista a través de Scarlett O’Hara, la impetuosa hija de una rica familia algodonera de Georgia, arruinada por la Guerra de Secesión, que Mitchell no percibe como una transformación histórica sino como una prueba impuesta por Dios al sur confederado, su nuevo pueblo elegido, que recobrará su gloria, tal como jura Scarlett O’Hara en Tara, la otrora boyante plantación familiar.

En el otro extremo, en ¡Absalón, Absalón! William Faulkner expuso el ascenso y caída de la estirpe fundada por Thomas Sutpen en el irreal condado de Yoknapatawpha, al noroeste de Mississippi, donde confluyen las muy reales contradicciones morales que aún hoy desgarran la vida colectiva y la individual de los sureños estadunidenses: racismo, conservadurismo, fanatismo religioso, rencor al norte vencedor, intolerancia al cambio.

Coincidentes en el año de publicación, estas novelas revelan dos visiones opuestas de Estados Unidos: Lo que el viento se llevó romantiza la etapa esclavista hasta elevarla a la categoría de edad dorada, de paraíso perdido que se debería recuperar. Por su parte, ¡Absalón, Absalón! muestra las llagas y purulencias de una sociedad que basó su prosperidad en la explotación inmisericorde de millones de mujeres y hombres africanos en las plantaciones de algodón, tabaco o caña de azúcar, y que, una vez derrotada, incapaz de reinventarse, se encerró en un inmovilismo intelectual, moral y sentimental que rige la existencia de los hombres y las mujeres que viven y mueren en las páginas de ¡Absalón, Absalón!:

 

Desde las dos, aproximadamente, hasta la puesta del sol, permanecieron sentados, aquella sofocante y pesada tarde de septiembre, en lo que la señorita Coldfield seguía llamando “el despacho” por haberlo así llamado su padre: una habitación cálida, oscura, sin ventilación, cuyas ventanas y celosías continuaban cerradas desde hacía cuarenta y tres veranos, porque, allá en su niñez, alguien opinaba que el aire en movimiento y la luz producen calor, mientras que la penumbra resulta siempre más fresca.*

 

Nacido el 25 de septiembre de 1897 en el estado de Mississippi, donde murió el 6 de julio de 1962, con ¡Absalón, Absalón! Faulkner coronó su primer ciclo creativo, en el que redactó novelas tan valiosas como El ruido y la furia y Luz de agosto, en las que consignó la perversión moral y sentimental del sur postesclavista, derrotado por el norte unionista en la Guerra de Secesión. Al contrario, en ¡Absalón, Absalón! asistimos al ascenso de la clase alta de hacendados del sur esclavista, con sus presunciones bíblicas; no por nada en la novela abundan las evocaciones a la Biblia, en particular al Antiguo Testamento, que dejan a la vista la ambición de fundar una realidad alterna sustentada en la duplicación de la palabra religiosa como algo inapelable e inamovible:

 

Quentin vio cómo dominaban silenciosamente las cien millas cuadradas de tierra tranquila y atónita, cómo extraían de la Nada silenciosa, con violento esfuerzo, una casa y un parque, y los arrojaban como barajas sobre una mesa bajo la mirada del personaje pontifical de las palmas elevadas, para crear el Ciento de Sutpen, el Hágase el Ciento de Sutpen, como antiguamente se dijo Hágase la luz.

 

Reproducción que deriva en tergiversación, por lo que, en lugar de la creación del mundo y la germinación del pueblo elegido por Dios, según relata el Pentateuco, ¡Absalón, Absalón! exhibe al sur latifundista, sumergido en el caos, simbolizado por el discurso de los personajes, despendolado entre la razón y la insensatez, el orden y la incoherencia. Para relatar esta indefinición, Faulkner plagó ¡Absalón, Absalón! de neologismos, giros sintácticos y rupturas cronológicas, recursos que a ratos colindan con el atropellado monólogo interior del discapacitado intelectual Benjy Compson en El ruido y la furia salvo que, mientras el monólogo viene de la mente de un discapacitado, la narración de ¡Absalón, Absalón! procede de inteligencias sanas, afanadas por convencerse de que su infortunio no emergió de sí mismos, sino que llegó de un afuera desconocido y amenazante:

 

Esta tía fue quien enseñó a la señorita Rosa a considerar a su hermana como a una mujer que había dejado de pertenecer no sólo a la casa y al círculo familiar, sino a la vida misma, enclaustrada en un castillo como el de Barba Azul y transmutada allí
en una máscara que miraba con pasiva e irremediable desesperación hacia el pasado de un mundo irrevocable….

 

Negación de pecados que impide al sur, en lo colectivo y lo individual, reconocerse como padre de su derrota moral y social, al igual que le ocurre a Thomas Sutpen, quien engendró a Henry y Judith con su esposa Ellen Coldfield, al tiempo que engendró a Bon con una prostituta negra. Hijos funcionales, no amados, nacidos por requisitos sociales, los primeros, y por desfogue sexual, el tercero, herederos no de los bienes materiales del padre, sino de sus pecados, y que lo precipitarán a la derrota.

Desmesurado, el peso de los yerros paternos es particularmente ominoso para los hijos de matrimonio, de ahí que no extraña la fascinación que ambos sienten por el medio hermano mulato, bastardo, quien con su sola existencia amenaza con hundir el ciento, ya que Bon sí conoce la visión del esclavo y la del amo, según devela cuando, atildado y brusco, espeta a Henry un discurso que liga la inhumana realidad de las esclavas con la doble moral de los amos que explican la prostitución de algunas: “[…] y sin nosotros sería vendido al primer bruto que pudiera pagar el precio, y no por una noche, como se vende a una prostituta de raza blanca, sino para siempre […]”.

 

Historias de la ficticia (pero muy real) Yoknapatawpha

Según el bíblico Segundo libro de Samuel, Amnón, hijo del rey David y una concubina, violó a Tamar, hija de matrimonio del rey, por lo que Absalón, hermano de la joven, mató al medio hermano ofensor. Enfrentado a la disyuntiva de permitir o no el enlace incestuoso de Bon y Judith, Henry decide ser Absalón, pero lejos del bíblico, porque al sureño lo sojuzgan la inconfesable atracción homosexual hacia Bon y el horror a la mezcla de la “degradada” sangre mulata con la sangre “limpia” de Judith. El medio hermano trasfigurado en liberador de deseos, y en condena infernal, que seduce con su condición impura.

Maestro del retrato literario, Faulkner consiguió en ¡Absalón, Absalón! un intenso mural colectivo del sur estadunidense, al tiempo que una serie de penetrantes óleos de individuos. La sociedad sureña descrita en sus generalidades y en sus particularidades, pero también la sociedad estadunidense toda, donde el racismo, el clasismo, la intolerancia religiosa y política y el individualismo campean en los más diversos espacios sociales.

Publicadas en 1936, está casi por demás decir que Lo que el viento se llevó fue un éxito de ventas inmediato, en tanto que ¡Absalón, Absalón!, si bien tuvo buena recepción de crítica y público, nunca ha podido evitar las pullas de aquellos que la han tildado de ofensa a la historia de un país que se consideró y se considera elegido por Dios para presidir al mundo; un país tristemente incapaz de volver sobre su historia para reinventarse,/ inmovilizado en la Atlanta cierta, pero fársica, de Mitchell, en vez de andar por los caminos del ficticio, pero muy verdadero, Yoknapatawpha de William Faulkner.

 

*¡Absalón, Absalón! (Título original: Absalom, Absalom!), William Faulkner. Traducción del inglés de Beatriz Florencia Nelson. Alianza Editorial, Madrid, 2014. Las citas de la novela provienen de esta edición, que retoma la versión hecha por Nelson para Emecé en 1950, aún hoy de las mejores en español.

 

 

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