Biblioteca fantasma
Evelina Gil
Mauricio Molina figura entre las más dolorosas bajas sufridas por la literatura mexicana contemporánea, a consecuencia de complicaciones relacionadas con el Covid-19. Nos abandonó el 13 de junio de 2021, recién cumplidos sesenta y dos años, en medio de un clima de confusión y consternación por parte de alumnos, lectores, amigos, familiares y su pareja, la también destacada narrada Cristina Rascón. Unas horas se le vio, como siempre, risueño y conversador, temperamento muy distinto al esperado en el creador de personajes trágicos, torvos; casi siempre con una pátina de estratégico patetismo. Estamos no sólo ante una de las más estilizadas prosas de la literatura actual, también una portentosa imaginación nutrida por un cúmulo de lecturas científicas, metafísicas, ocultistas, etcétera, que le permitieron acceder a un universo hermético y sumamente personal. Aunque ha abordado prácticamente todos los géneros literarios, una obra de teatro incluida, no hay uno solo de sus textos que no esté nimbado de una atmósfera entre enrarecida y sobrenatural, perspectiva empleada incluso en sus ensayos literarios que enfocan un lado larvado de temas acaparados por la crítica academicista.
Su último libro, la novela Planetario (Almadía, México, 2017) lleva, más lejos que ninguna de sus creaciones previas, las obsesiones que transitan, aunque de forma matizada, la totalidad de su obra. Con más temperamento de cuentista que de novelista, esta obra podría leerse como un compendio de relatos que, por momentos, parecen entretejer historias diversas, dada la transformación radical de su protagonista que pasa de poeta medio bobalicón a feminicida ritual. Hay aspectos sumamente inquietantes en esta rara novela que, más adelante, y de mazo, cobran sentido, como, por ejemplo, la fijación del personaje innombrado por una quinceañera a la que le dobla la edad. O, más adelante, los asesinatos en los que las víctimas se nos presentan no sólo predestinadas sino propiciatorias, es decir, salvo un par de excepciones, ellas se consideran honradas de formar parte de los aberrados engranajes que mantienen la vitalidad de la divinidad encarnada, sacerdote de una glamorosa secta cruza Alastair Crowley y ciencielogía, frecuentada por personajes famosos. El protagonista perpetúa la misión de otros tantos, desde el principio de los tiempos, que mantienen vigente la alquimia de la eterna juventud. Más allá de una novela de elementos fantásticos y metafísicos con toques de novela negra y bildungsroman, explora los amores del protagonista con nueve mujeres que representan a cada uno de los planetas de nuestro sistema solar, al tiempo que juegan un rol determinante en la maduración y/o adquisición de conocimientos del protagonista. Tatiana/Mercurio, bailarina adolescente, es un primer y tardío amor que, él no lo entenderá sino hasta mucho tiempo después, lo entrenará en el arte de la crueldad, orillándola al suicidio. Esta es la única que ignora formar parte de un plan. Las demás, incluida la madre de Tatiana, personaje en verdad aterrador, saben de antemano cuál es su función. El sufrimiento intenso forma parte esencial de la, digamos, capacitación de este hombre sencillo que se vuelve extraordinario. María, quien representa a la Tierra y pareciera ajena a su destino trazado, le asestará a su amado un golpe tan inusitado como en principio lo fue el desgarre de su relación con la joven Tatiana, y le arrebatará la esperanza de recobrar la normalidad.
El protagonista deambula por el mundo, siempre al filo de la vida y de la muerte; sueño y realidad, orillas y extremos; adquiriendo experiencias que oscilan entre la más abyecta indigencia y el lujo principesco. A mi parecer, el más fascinante de sus viajes, que es un relato en sí mismo, es el emprendido por los diversos barrios chinos del mundo y es que, como señala el propio narrador, los barrios chinos están conectados en una suerte de rizoma que se ramifica en todas direcciones y carecen de centro.