Sergei Eisenstein, autor de «El acorazado Potemkin»,  y «Diez días que transformaron al mundo»

Cinexcusas

Luis Tovar

A finales de los años treinta del siglo pasado, el célebre cineasta ruso Sergei Eisenstein, autor de El acorazado Potemkin (1925), después de filmar Octubre (1928), también conocida como Diez días que transformaron al mundo –en la que habla del inicio de la Revolución rusa–, concibió un proyecto que hoy podría parecer francamente imposible, o cuando menos descabellado, pero que en aquel contexto y proviniendo de un cineasta soviético por completo convencido del movimiento político que instauró el socialismo en su país, resultaba apenas congruente y lógico: hacer una película basada en El capital, de Karl Marx. Pero no sólo eso, pues las profusas notas que pergeñó acerca del proyecto dejan ver que su intención era asociar creativamente la obra cumbre del filósofo y politólogo alemán con la de otro gigante: el Ulises, de James Joyce, que para cuando Eisenstein pensaba en su audaz idea no tenía ni una década completa de haber sido publicada.

El filme nunca se realizó; a comienzos de la siguiente década, los años treinta, el genio ruso viajó a Europa, Estados Unidos y México, y en ninguno de estos lugares logró lo que se proponía –incluyendo la frustrada ¡Que viva México!, cuyo pietaje fue usado muchas veces de distintos modos, con diferentes títulos. Este último hecho, por cierto, ejemplifica bien lo que se dijo antes: el montaje o edición de secuencias y escenas es tan determinante, que basta un acomodo diferente o cierto grado de alteración, ya sea visual o auditiva, para considerar que se está frente a una película distinta a la que le da origen.

 

Hasta el extremo

Da la impresión de que Javier Toscano –doctor en Filosofía, curador y artista visual además de cineasta–, quien previamente había realizado trabajos audiovisuales como los documentales Potentiae y Somos de la tierra, quiso llevar hasta sus últimos extremos las dos líneas de trabajo que se desprenden de lo apuntado aquí; es decir, por un lado la intención de llevar a cabo lo que indican las notas de trabajo escritas por Eisenstein, y, por el otro, la decisión de armar una película incluyendo imágenes y sonidos de los que no se es autor original. El resultado es Capital (2020), filme desprovisto de una sola escena filmada por el propio Toscano y, en cambio, armado al cien por ciento con materiales obtenidos en internet, organizados capitularmente en consonancia con los apartados de El capital marxiano, puntuados con citas provenientes del Ulises joyceano y comentado por otras del mismo Marx.

En términos genéricos, Capital debe ser considerado un documental; dicho en palabras muy obvias, lo es en tanto no recrea ningún hecho o situación, pero tanto la naturaleza como la disposición de las imágenes y los sonidos que Toscano seleccionó, vistos en conjunto y desde la perspectiva eisensteinmarxiana, producen un efecto notablemente distinto del que resulta, por ejemplo, de los innumerables filmes documentales que combinan materiales de archivo con tomas actuales del tema que se quiera, y por supuesto tan alejado como es posible de los documentales que prescinden absolutamente de pietaje histórico y se ciñen al obtenido por el realizador.

El collage audiovisual de Toscano incluye publicidad, fragmentos de entrevistas con pensadores y filósofos, partes de otros filmes y una enorme cantidad de videos de variada procedencia, y en esto radica el mayor acierto del realizador, que no hablan de El capital pero sí lo hacen; en otras palabras, ponen en práctica el postulado según el cual es posible “ver mejor lo que ya existe” cuando su selección, disposición, yuxtaposición y, en ocasiones, disrupción entre imagen y sonido, resemantizan lo mismo a cada elemento visto de manera aislada, que a un conjunto de ellos.

No sólo temerario, sino de plano absurdo, sería especular qué tan cerca o lejos queda el Capital toscaniano del proyecto concebido por Eisenstein; empero, el realizador mexicano ofrece una película inteligente, provocadora y, en efecto, absolutamente de su autoría, por más diyéi cinematográfico que se haya puesto.

 

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