En esta nueva era, pues, ya no responde una voz humana al teléfono en ningún servicio.

Revolución numérica
Vilma Fuentes
En los tiempos remotos anteriores a la era digital, en Francia bastaba telefonear a la estación de ferrocarriles para obtener, al otro lado de la línea, la voz humana de una persona más o menos amable que indicaba los horarios y las tarifas de los trenes, quien, además, aceptaba hacer las reservaciones necesarias.
También era posible llamar a un aeropuerto para enterarse de la salida y llegada de los vuelos, así como hablar a una agencia de aviación para conocer tarifas y horarios. Se podía escuchar voces humanas en los diversos servicios de la administración: hospitales, alcaldías, tribunales, correos, asistencia social y tantos otros.
Si se necesitaba renovar su pasaporte, no era necesario pedir una cita, sólo acceder a la alcaldía de su delegación provisto del pasaporte vencido, una fotografía y la suma de dinero requerida. Una hora después, cuando no se tenía la mala suerte de tener que esperar en una fila o de caer con un empleado o empleada algo desenvueltos que preferían telefonear o platicar con un colega, se obtenía el nuevo pasaporte.
En fin, se tenía contacto con personas de carne y hueso, de buen o mal humor, amables o desatentas, con quienes era posible tener un diálogo. El público francés, los ciudadanos gruñones que no faltan en Francia, podían quejarse y protestar de las colas, las tardanzas, el trato descortés, pero había una comunicación personal y los problemas terminaban por resolverse con la ayuda del funcionario.

En esta revolucionaria era digital, tan justamente celebrada por las posibilidades de comunicación que ofrece: teléfono gratuito a países lejanos por WhatsApp como por teléfono fijo a muchas naciones, correo electrónico, la telecomunicación que permite el trabajo a domicilio tan útil durante el apogeo de la pandemia, compras con entrega a domicilio, juegos, películas, música…, en esta nueva era, pues, ya no responde una voz humana al teléfono en ningún servicio. Después de dejar sonar la llamada un lapso más o menos largo antes de escuchar una voz grabada con fondo musical que indica un tiempo de espera o sugiera telefonear más tarde, otra grabación propone varias alternativas que podrían responder a las necesidades del cliente: urgencias médicas, pasaportes, matrimonios, divorcios, defunciones, quejas. Cuando se ha marcado la cifra propuesta para acceder al servicio que se busca y se cree que, al fin, alguien va a contestar, otra voz grabada ordena que se envíe un correo electrónico indicando lo que se desea para obtener una cita. Desde luego, la cita es digital y, para obtener una respuesta, se solicita un papelerío administrativo con los datos indispensables. En cuanto a horarios y tarifas de trenes o aviones, se avisa que se debe pasar por internet para obtener la información. Y punto final para quien no tiene una computadora o muchas personas de edad para quienes es muy difícil manipular los modernos aparatos. Kafka quedó atrás.

Así, hemos entrado en una nueva era, la de la revolución numérica. La Historia retiene que el descubrimiento de la imprenta por Gutenberg representó una revolución capital en la época cuando su aparición transformó el mundo. Hoy asistimos quizá a una revolución tan importante que modificará profundamente todo nuestro sistema de intercambio y de comunicación. Las nuevas generaciones son formadas para usar el lenguaje numérico. En vez de aprender las lenguas antiguas, latín o griego, los jóvenes aprenden a servirse de una computadora para comunicar e incluso para leer. El libro impreso puede ser remplazado por aquel que puede leerse en la pantalla de su propio aparato portable o fijo. Es posible consultar una biblioteca entera por internet. Este progreso de la técnica puede tener consecuencias tan importantes como el progreso de la invención de la imprenta en la época de Gutenberg. Es necesario examinar con atención toda evolución para distinguir sus avances y sus retrocesos, sus ventajas y sus defectos.

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