El arco del poeta:
De ‘Ojo de Jaguar’ a ‘Testamentum’
Entrevista con Efraín Bartolomé
Ricardo Venegas
Entre otros reconocimientos, Bartolomé ha recibido la Ledig Rowohlt Fellowship en Suiza y el International Latino Arts Award en Estados Unidos; fue elegido stipendiaten por la Landeshauptstadt München Kulturreferat, en Alemania, y representó a México en la Primera Cumbre Poética Iberoamericana.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, su obra aparece en cerca de doscientas antologías, nacionales y extranjeras. Hay poemas suyos traducidos al inglés, francés, portugués, alemán, italiano, gallego, árabe, japonés, macedonio, maya peninsular, náhuatl y esperanto.
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–Entre Ojo de jaguar, su primer libro, y Testmentum, el más reciente, hay cuarenta años de distancia. ¿Es Efraín Bartolomé el mismo poeta, el que escribe –se ha dicho- un poema de largo aliento?
–El poeta tiende su arco en el origen y prende una flecha de sangre sobre la playa del futuro: ese es el título del canto 4 de mi libro Música lunar, y a esa imagen me remite tu pregunta ahora. Creo que dice algo al respecto: el que escribe sí, es el mismo, en esencia, pero con una serie de modificaciones corporales y anímicas, psicológicas, intelectuales, espirituales. Entre el joven de veinticuatro o veinticinco años, que comenzó a escribir aquel libro con mano firme, y el que con mano igual escribe Testamentum, a sus setenta años, hay mucha vida vivida. Hay alegrías, ambiciones, anhelos cumplidos y frustrados; hay dolor, y hay amor, y mayor conocimiento del ser humano y del planeta en que vivimos, y del arte al que uno decidió entregarle la vida en aquellos años de intuiciones e ingenuidades. El río de Heráclito en el que nos sumergimos nos baña con agua diferente, ya se sabe: es otro y es el mismo, del mismo modo en que es otro y el mismo el que se sumerge en sus aguas.
Bajo el vuelo de la flecha antes citada hay el rescate del paraíso perdido, pero también el rechazo por la Venus de las Cloacas, la urbe en que le ha tocado vivir al adulto. Hay el amor por las musas de carne y hueso, y el dolor radical por la primera experiencia de la muerte. Después hará su aparición la Musa, esa diosa terrible que se alimenta de la inspiración y cabalga sobre el escalofrío, cerda que come vidas, vaca que muge estrellas, yegua que inunda con licor vaginal la bóveda del alma. Hay experimentación con las formas y los temas, pero siempre privilegiando el contenido. Algunos lectores perciben un hilo conductor; otros se sorprenden con la variedad de registros.
En resumen: Nada se puede hacer:/ soy otro y soy el mismo./ El río nocturno suena./ La noche sólo piensa en caer/ y caer.
–Hay voces populares y cultas en su poesía, pero también un legado definitivo en Testamentum: “y es mejor dejar claro lo que quiero decir/ y que no se requiera de paleógrafo alguno/ para desentrañar mi voluntad”; por encima de los juegos verbales, la poesía es claridad, ¿concuerda?
–Sí, puede leerse así, hasta cierto punto. Pero los juegos verbales son inherentes a la práctica poética. Lo importante es que dichos juegos tengan poder de viva cosa comunicante. ¿Para comunicar qué? No sólo ideas y conocimientos; que los versos no sean sólo florituras en el manejo de las herramientas. De lo que se trata es de comunicar estados de alma, esas alteraciones fisiológicas conocidas con el nombre de emociones: ese es el reino del artista verdadero.
Pero en la poesía también tienen su sitio las oscuridades. Quiero decir que hay poetas aparentemente oscuros que, una vez descifrados, nos sueltan todo su poder emocionante. Aunque también existen oscuridades lamentables: esas oscuridades padecidas que, al ser desentrañadas tras dedicarles tiempo y energía, sólo encontramos el decepcionante reino de la nada. En resumen: claridad u oscuridad, sí, pero que tengan poder emocionante y, si se puede, conmocionante.
–Como en Ojo de jaguar, Testamentum rememora episodios de la infancia; Freud dijo que “infancia es destino”. ¿Qué opina?
–Sí, uno lleva, como los buenos vinos, la esencia de la tierra en que nació y de los ríos y aires oxigenados que lo nutrieron. Hasta que el ser humano descubre el poder de ciertos verbos fundamentales: elegir, escoger, decidir. Es entonces que el ser humano está completo y sabe que puede intervenir en su destino, alterarlo, moldearlo, hacerlo suyo. Descubre entonces que el ambiente y la historia influyen en él, pero que él también puede intervenir en el ambiente y en la historia. Determinismo recíproco, le llamamos en psicoterapia. Pero voy a los libros citados: sí, en Testamentum, vuelvo a aquellos territorios de Ojo de jaguar, porque elegí volver a ellos. Lo digo en algún momento del libro: si mi oficio fue arder, elijo el fuego, para que deshaga mis despojos y purifique mis cenizas; y que luego las aguas del río las depositen donde tengan algún poder nutricio o regresen al flujo de las energías. Y como uno quiere todo, pido también, en el poema, que otro poco de las mismas queden en las casas de las ciudades que me cobijaron y que, poco a poco, aprendí a amar. Testamentum se organizó según las horas del día: amanecer, mediodía, noche. O según las fases lunares: creciente, plenitud, menguante. Algo como el principio, nudo y desenlace de la vida.
–Luego de más de cuatrocientos años, Francisco de Quevedo y Villegas sigue influyendo en nuestros días: “Mi enamorado polvo será arrojado tiernamente.” ¿Alguna vez imaginó que tendría lectores que memorizan sus poemas?
–Creo que todo aspirante a poeta ambiciona eso. Yo, entre ellos. Luego uno se da cuenta del tamaño de la ambición y duda, duda, duda… Hasta que la dulce realidad nos da muestras de que sí, de que ciertos versos de uno tocaron almas y tocaron memorias y tocaron lenguas capaces de articularlos y reproducirlos: susurrarlos o enunciarlos en voz alta. Me empezó a pasar desde Ojo de jaguar y a medida que pasa el tiempo sucede más seguido. No dejo de celebrarlo, especialmente cuando confronto tal experiencia con aquel latigazo, a un tiempo certero y crudelísimo, de Gherardo Marone que dice: “los malos versos no se recuerdan”.
–Su poesía está íntimamente ligada al orbe, no se entiende sin ese vínculo sagrado con la madre tierra. ¿El poeta es una extensión de la naturaleza?
–Por supuesto: es su hijo y es su cantor, el preservador de sus misterios, el que invoca a la diosa en el nombre de todos sus hermanos. El que sabe del riesgo si le faltamos al respeto a la gran Madre, por sucumbir a la tentación de servir a sus hijos usurpadores: Zeus y el poder, Apolo y la lógica, Mammón y el dinero. En estos terrenos, conviene que cada cual examine su conciencia y se juzgue sin piedad.
–En La diosa blanca, de Robert Graves la tesis principal es que “el lenguaje del mito poético […] era un lenguaje mágico vinculado a ceremonias religiosas populares en honor de la diosa Luna, o Musa […] y que éste sigue siendo el lenguaje de la verdadera poesía”. ¿La poesía sigue ligada al mito, sigue correspondiendo a su origen?
–Los mitos originarios siguen ahí y siempre vale la pena esforzarse por conocerlos. Pero vale la pena tener claro que el mito, esa serie de verdades organizadas en un icono verbal que le da sentido a nuestra vida en la tierra, es algo que se está haciendo siempre, se está haciendo y rehaciendo continuamente, minuto a minuto, hora tras hora, un día tras otro, lo sepan o no los humanos, todos nosotros, que inevitablemente participamos en su construcción.
Los hechos históricos objetivos van borrándose y perdiendo importancia con el paso de los siglos y de los milenios, mientras los mitos van adquiriendo poderío y se van imponiendo sobre las almas. Debo decir que Graves fue tan significativo para mí porque, cuando lo descubrí, a la mitad del camino de mi vida, se me hizo claro que mi apuesta por la Naturaleza, la Mujer y la Poesía, había tenido sentido, habían apuntado en la dirección correcta.
–Pasar por el camino mil veces transitado como si fuera la primera vez es una sensación que nos deja Testamentum; ¿es una despedida?
–Celebro tus palabras. Escribí el libro, como lo dije en alguno de los versos, en momentos de áspera incertidumbre: pandemia, cosa natural; y el ubicuo rostro del crimen, cosa social. Tuve suerte, una vez terminado, de que se publicara más o menos pronto, gracias a la sensibilidad de Federico de la Vega Oviedo, tan fino editor. Cuando, en febrero pasado, tuve en mis manos los primeros ejemplares y los sentí, los palpé, los acaricié, los sopesé, quise dar la noticia a los lectores. Lo hice en Facebook con palabras parecidas a estas: “Es el principio de una despedida que, al menos eso me deseo, espero que sea larga.”
Mientras tal cosa sucede: ¡Salud!.