Del libro ‘Lo diferente’, de Hugo Hiriart, conduce a afirmar pensar“parte de pregunyar

Simulacros y deiferencias: Retrato de Hugo Hiriart

José María Espinasa

 

Si no recuerdo mal, uno de los espectáculos que dirigió Hugo Hiriart en la época en que estuvo tocado por la magia teatral fue Simulacros. Siempre he creído que un buen título para toda su obra sería ese: simulacros. Porque siempre es algo distinto de lo que en realidad es, está en cambio perpetuo en sus textos y puestas en escena, un constante ejercicio lúdico en el que el resabio de hipocresía que hay en el verbo “simular” desparece. Pero la aparición de su libro Lo diferente me hace pensar en otro aún mejor: Diferencias. No tiene nada que ver con el gesto de diferir, pero Hiriart suele diferir el final, eso que Valéry llama el abandono del texto. Es de esos autores en los que uno imagina que sus escritos, mientras el libro está cerrado o en la mesa del escritorio esperando nuestra atención, está cambiando sin que nos demos cuenta. Diríamos, con una parodia heracliteana, que nunca en Hiriart leemos, entre los forros que son sus orillas, el mismo texto. Las virtudes en Hiriart son muchas y me he ocupado de ellas en otros lugares, pero aquí, a propósito de Lo diferente, quiero recalcar su claridad expositiva en el ensayo, al grado de que a veces, sin que ello sea un defecto, alcanza cualidades didácticas.

Tal vez sea eso lo que provocó que, cuando vi el libro en la mesa de novedades y lo compré, me quedé con la idea de que su subtítulo era Iniciación en la mística. Uso anteojos para ver de cerca y ese día no los llevaba, pero me pareció un título claramente hiriarteano. Lo curioso es que tan seguro estaba que no me di cuenta de que no era así sino hasta que me puse a leerlo y vi que no tenía nada, o al menos poco, que ver con la música. Ya con los lentes puestos vi claramente que decía “Iniciación en la mística”. ¿Por qué “en” y no “a”? Porque, creo, el libro es una iniciación personal que se comparte con los lectores y no, precisamente, un libro didáctico. Si sus novelas son parodias de las de caballería o de las ciencia ficción y sus textos teatrales –nunca dramas– pura fiesta, sus ensayos son puro goce reflexivo. Pura pureza perene. Si leemos en la obra de Kierkegaard que él no escribe aforismos pero vive de forma aforística, también lo podríamos decir de Hugo Hiriart. Y eso nos lleva a la mística.

No es un tema que destaque entre sus inquietudes salvo por el texto que sirvió de prólogo al libro La pequeña grey, de José Manuel Gallegos Rocafull, sacerdote español que vino a México con el exilio de 1939 –fue defensor de la causa republicana– y que aquí fue profesor de filosofía en la UNAM y autor de varios libros esenciales (y del que urge hacer una edición de obras reunidas). Gallegos fue profesor de Hiriart y el texto cierra el volumen Lo diferente. Para Hiriart la filosofía es, como para Borges, “una rama de la literatura fantástica, pero también algo más, y en sus ensayos se nota ese algo más, aunque lo mire desde su condición de escritor. Pero esa voluntad teatral lo lleva al simulacro: publicar un libro con el título Cómo leer y escribir poesía es extraño, casi parece inverosímil que lo haya titulado así, cuando es una interesantísima reflexión sobre el oficio del poeta, mucho más que un manual al uso de los adolescentes, aunque supongo (y por eso lo titula así) que la posibilidad le gusta.

Hace unos años Hiriart publicó un breve ensayo titulado El arte de perdurar, con Alfonso Reyes como razón y pretexto, que es una verdadera joya. En otros lugares he escrito sobre la admiración que tengo por sus libros, al grado de que lo considero uno de los dos o tres escritores más importantes vivos de nuestra lengua en este momento. A la vez también me gusta su condición de autor secreto, de minorías sin embargo bastante numerosas. Vuelvo al subtítulo: “en” y no “a”. Y quiero entender Lo diferente como otro simulacro. A Hugo le gusta en sus ensayos simular que es un racionalista, lo cual es saludable en una época en la que el ensayo está marcado por un pensamiento abstracto, un poco a la deriva y hasta gaseoso, como lo llamaba otro –ese sí– racionalista, Alejandro Rossi. Pero en realidad lo que Hiriart busca es la claridad y lo conciso pues, piensa, dramaturgo al fin, que el pensamiento se escenifica sobre la página. Si bien la especulación abstrusa suele precipitarse en un barroquismo fascinante –Blanchot y Lezama, por ejemplo– Hiriart sabe los riesgos que eso implica y nos muestra el antídoto homeopático. Frente a la alopatía de la medicina, la guerra de guerrillas de la expresión clara y precisa. Sus raíces están, creo, en algunos de los ensayos de Octavio Paz, pero también en los de Juan José Arreola: claridad y vuelo imaginativo manifiesto en la capacidad de síntesis.

A veces lo siento imperativo, da como absoluto la idea de que yo como lector veo apenas como hipótesis, pero no deja que me detenga a rebatir y prosigue con algo que no puedo calificar, y por eso me derrota, sino como inspiración. Su método: parte de pensar la pregunta, no la respuesta, y por eso muestra de inmediato el carácter falso o retórico de las preguntas profundas. ¿Dios existe? Pero partiendo de allí construye una manera de aproximarse al asunto religioso o místico. En lugar de situar el hecho al final del razonamiento, lo pone al principio y así nos atrapa (como se dice que una novela o una película nos atrapa en su historia). El lector que haya llegado hasta aquí pensará: por fin va a hablar del asunto en cuestión, la mística, pero el espacio se nos acaba y lo dejaremos para otra ocasión.

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