La Jornada cumple 38 años. Contra la corriente, se ha consolidado como un periódico de referencia. No sólo dentro de México. Diariamente es leído por decenas de miles de personas en todo el mundo.
Cuando la primera edición del tabloide vio la luz el 19 de septiembre de 1984, con ejemplares de escasas 32 páginas y mucho corazón, tenía recursos para sobrevivir apenas cinco días. La política de austeridad había sentado ya sus reales, muchas organizaciones populares vivían el final de una etapa de lucha y la alternancia política parecía estar a años luz de distancia. No había en el horizonte muchas expectativas para que un proyecto que buscaba ser alternativo germinara, aunque existían razones de sobra para embarcarse en una empresa así.
La Jornada fue fundada por una generación de periodistas y escritores independientes continuadores de la tradición y la causa de El Constitucional, El Colmillo Público, El Hijo del Ahuizote, Regeneración y tantos otros ejemplos de un periodismo de combate en México. Surgió en un momento de nuestra historia en el que el autoritarismo gubernamental seguía siendo una realidad y la libertad de expresión estaba muy lejos de ser una conquista consolidada.
El diario nació, simultáneamente, de una ruptura y una refundación, apoyada por artistas, académicos, intelectuales, sindicalistas, universitarios y empresarios. Desde que en 1984 se anunció su surgimiento, miles de ciudadanos anónimos, convencidos de la necesidad de contar con un medio que fuera vehículo de comunicación con la sociedad civil, apoyaron la iniciativa.
Casi cuatro décadas han mostrado la pertinencia de esa apuesta original. Cuenta con un capital básico: su credibilidad. Como lo ha señalado nuestra directora Carmen Lira: Hemos ofrecido lo mejor de nosotros mismos a las causas del desarrollo y la justicia sociales, la soberanía nacional, la tolerancia, el pluralismo, el respeto a la diversidad, la vigencia de la legalidad, la libertad de expresión, el diálogo como vía de solución de conflictos, la autodeterminación, la paz y la preservación de la vida, sin otro compromiso que los que tenemos con los lectores y la ética periodística
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La Jornada se fundó para que la sociedad hablara entre sí. En una industria en el que la prensa es un negocio de empresarios o instrumento de políticos, nació como un órgano informativo hecho y dirigido por periodistas profesionales. En un país con escasez de noticias de fondo, se forjó para divulgar y opinar sobre los problemas sustantivos del momento. En una coyuntura en la que el neoliberalismo sentaba sus reales reivindicó, explícitamente, un periodismo progresista, plural y democrático.
Sus principios enraizaron y florecieron al calor de cada uno de los momentos dramáticos del país y del mundo. Tendieron un puente con ciudadanos deseosos de saber más y mejor sobre lo que sucedía en su nación y en su planeta. El número de lectores creció así al calor de cada una de las circunstancias claves: los sismos de 1985, el movimiento del CEU, el fraude electoral de 1988, las dos guerras del Golfo Pérsico, el levantamiento zapatista, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, la huelga universitaria del CGH, la alternancia de Vicente Fox, el conflicto en Atenco, la Comuna de Oaxaca, la guerra contra las drogas de Calderón o el inicio de la Cuarta Transformación.
La Jornada tiene una vital y estrecha relación con sus lectores, quienes ven en este medio un mapa para orientarse informativamente y normar su criterio sobre lo que sucede en su entorno, que no encuentran en otras publicaciones. Cuando no hallan en su diario lo que quieren leer, se inconforman y lo hacen saber. Pero en los momentos en que lo que ven coincide con sus necesidades más apremiantes no dudan en divulgarlo por todos los medios a su alcance. Es frecuente encontrar en sindicatos, grupos estudiantiles, asociaciones urbanas y organizaciones campesinas recortes del diario pegados en las paredes de sus escuelas y oficinas, y en periódicos murales.
En una época en que la mayoría de los medios de comunicación son dirigidos por empresarios, La Jornada es un periódico hecho y conducido por periodistas. Aunque es una empresa, el criterio que norma su funcionamiento no es la ganancia, sino la noticia.
Mientras la mayoría de los diarios despliegan las notas culturales como si fueran apéndice de sus secciones de Entretenimiento y le dedican mucho menos espacio que el destinado a la farándula, el periódico otorga al mundo de la cultura una enorme importancia. Por principio de cuentas, se informa ampliamente sobre los principales eventos, personajes y novedades. Pero, más aún, nuestra prensa procura recuperar para el debate las voces de intelectuales y artistas sobre cuestiones cruciales de la política nacional.
En un entorno en el que muchos medios esconden su agenda y se presentan ante sus lectores como imparciales, La Jornada se compromete explícitamente con diversas causas. Por ello aborda y destaca, de manera explícita, con su propio sello, temas que otros prefieren ignorar.
Desde su nacimiento, el periódico señaló que busca dar voz a los que no la tienen y hacer visibles a los invisibles. Lo ha hecho elaborando una aproximación y una mirada diferente de los muchos Méxicos. Con reporteros y fotógrafos que no sólo ven arriba. Documentando la conflictividad social y la injusticia.
La Jornada le ha dado peso y despliegue a la fotografía. Durante muchos años, primero por cuestiones técnicas y después por razones editoriales, publicó sus fotos en blanco y negro. Fue, hasta hace unos años, que comenzó a utilizar el color. En el año 2000 se pasó del sistema analógico al digital, sin que la importancia que se le da a la fotografía haya disminuido. Este relieve tiene que ver con su público. Es común que el lector se sienta identificado con la imagen. Con frecuencia es ella la que lo atrae, lo atrapa y lo lleva a la noticia. Irreverente, veraz, jocosa, verosímil, oportuna, conmovedora, la instantánea va más allá del mero registro y se convierte en información. Alguien resumió este estilo en una carta al director del diario publicada en 1988: buena foto, mala leche
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El periódico da importancia mayúscula a la información internacional. Tiene corresponsales permanentes en Estados Unidos, Rusia, España, Chile y Argentina. Con harta frecuencia, noticias de otros rincones del mundo alcanzan sus primeras planas. En sus páginas el Sur existe y el lector puede encontrar notas y reportajes poco comunes sobre el Norte.
Documentar las violaciones a los derechos humanos que se cometen en nuestro país y en el mundo ha sido parte de la labor cotidiana de La Jornada. Desde nuestro nacimiento hemos estado empeñados en romper el muro del silencio que rodea la injusticia y la violación a las garantías individuales. Creemos que el lenguaje de los derechos humanos no debe servir para ocultar las atrocidades que se desprenden de la aplicación de un modelo económico injusto. Con frecuencia ambos hechos caminan de la mano.
Los moneros gozan de un espacio inusual en el diario. En lugar de estar confinados a la sección de Opinión, despliegan su humor corrosivo en las primeras páginas del periódico. Sus cartones son parte fundamental de la imagen del diario. Usualmente sintetizan con gran eficacia, en unos cuantos trazos, las más complejas situaciones políticas. Sus viñetas están dibujadas con una ironía tan proverbial como pedagógica.
Si los periódicos son una herramienta que auxilia al lector a encontrarse en el mundo, ofreciéndoles día a día información (y opinión) ordenada, jerarquizada, meditada, ponderada y analizada, La Jornada lleva 38 años apostando a que esa función sea algo más que un viejo mapa de época.
Contra viento y marea, en una época en la que el periodismo sufre grandes cambios, ha logrado construir un público, integrado, como quiere el periodista Arcadi Espada, por personas que leen periódicos y no sólo noticias.
El proyecto original del diario mantiene una continuidad básica. El periódico de hoy es fiel a su mandato fundante, como lo atestigua la lealtad de sus lectores. Esta persistencia es resultado de la obra diaria de periodistas, editores y trabajadores que hacen posible que cada mañana se produzca el parto de un nuevo ejemplar.
Lo que comenzó como la aventura de un pequeño ejército de periodistas soñadores avalados por una parte de la sociedad en movimiento se ha convertido en una pequeña gran hazaña. Los vientos que soplan en el mundo para los diarios publicados en papel no son favorables. En la década de los 90 del siglo pasado, Bill Gates auguró a la prensa escrita apenas una década más de vida. Han pasado 20 años de aquel vaticinio y aquí seguimos.
La Jornada cumple 38 años. Para la mayoría de quienes participan en el proyecto (trabajadores, reporteros, auxiliares, personal administrativo, fotógrafos, columnistas, moneros, contralores, articulistas, fotógrafos y directivos) su labor no es un trabajo más, sino la vida misma.
Durante casi cuatro décadas, México ha vivido catástrofes naturales, explosiones sociales, rebeliones armadas, alternancia política, fraudes electorales, la ardua construcción de ciudadanía, la emergencia de las reivindicaciones de los pueblos indígenas, la lucha de la memoria contra el olvido, la consagración de artistas excepcionales, la defensa de la soberanía energética y mil historias más. Dirigido por Carmen Lira y Carlos Payán, el diario le ha dado seguimiento a todos estos acontecimientos. En sus páginas puede encontrarse la memoria de tiempos excepcionales, documentados, editados e impresos por profesionales de excelencia. Son testimonio de un esfuerzo colectivo por informar, analizar, explicar y conmover. Son la prueba del impacto de un proyecto que ha transformado no sólo al periodismo en México, sino al mismo país.
No es exageración. Muchas cosas han cambiado en México desde hace casi cuatro décadas y nuestro diario no ha sido ajeno a ellas. Como hace años lo recordó el premio Nobel José Saramago, este país sería otro sin La Jornada.
Hemos decidido fundar una sociedad nacional que realice sus tareas en la prensa escrita: Pablo González Casanova
Don Pablo González Casanova colaboró activamente en la fundación de La Jornada. “Me acuerdo en sueños –escribió– de aquella noche en que llegaron varios amigos. Más que mi memoria, me despertó su consternación. Acababan de renunciar a un periódico en el que se hacía cada vez más difícil trabajar… Cuando me contaron de su renuncia, recuerdo que les dije con cierta irresponsabilidad: ¿y por qué no fundamos otro? Era uno de esos desplantes de juventud que a veces provocan efectos reales. Éste los tuvo gracias a que en el grupo de fundadores estarían los dos directores del diario”.
Ese atrevimiento tomó forma al poco tiempo. Al caer la noche del 29 de febrero de 1984 más de 5 mil personas se reunieron en un salón del Hotel de México. Otras más hacían fila para entrar. Allí estaban, entre otros muchos, Gabriel García Márquez, Francisco Toledo y Alberto Gironella. Era la presentación en sociedad del proyecto para dar vida al diario.
Ante la multitud, don Pablo tomó la palabra. Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos
, dijo. Y concluyó: Hemos decidido fundar una sociedad nacional que realice sus tareas en la prensa escrita. La primera tarea será fundar un periódico diario
. La prolongada ovación selló el compromiso de crear un nuevo medio.