Vlady, pintor de revoluciones y rupturas / Entrevista con Claudio Albertani
Ricardo Venegas
–En 2020, Vlady habría cumplido cien años. Fuiste amigo del pintor de origen ruso-mexicano, considerado uno de los artistas más importantes del siglo XX, y has sido fundador y director el Centro Vlady de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. ¿Qué nos ofrece la exposición programada para este mes de septiembre en el Colegio de San Ildefonso?
–La exposición Vlady. Revolución y disidencia, inaugurada el pasado 8 de septiembre, presenta las investigaciones que hemos realizado en el Centro Vlady a lo largo de los últimos años. Consta de 388 obras entre óleos, acuarelas, grabados, cuadernos y bocetos, procedentes del acervo del Centro Vlady, del INBAL, del Archivo General de la Nación y de colecciones particulares. La curaduría estuvo a cargo de Araceli Ramírez Santos, investigadora del Centro, Óscar Molina Palestina, historiador del arte de la UNAM y yo mismo. La obra de Vlady está saturada de una iconografía difícil de descifrar y lo que pretendemos es mostrar el proceso creativo que está detrás de sus grandes obras, como el mural Las revoluciones y los elementos, de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, el Tríptico Trotskiano y el Xerxes.
–Constantemente se ha vinculado el trabajo creativo de Vlady con la ideología de su padre, el revolucionario Víctor Serge. ¿Cómo lidió con esa carga, la vio como una encomienda?
–Toda obra es autobiográfica, pero en el caso de Vlady esto es especialmente cierto. Por un lado, es hijo de la Revolución rusa en el seno de la cual nace y se forma, por otro es el heredero espiritual de su padre, quien fue uno de los primeros disidentes de esa revolución. Modelo político, estético y moral, Victor Serge está muy presente en su obra, aunque de manera más bien alusiva. Hay un cuadro entre los que exponemos que sintetiza muy bien esta relación tan compleja: El uno no camina sin el otro, del cual mostramos el proceso de gestación en cuadernos y bocetos.
–Un sector de la obra de Vlady se relaciona con las revoluciones latinoamericanas de los siglos XIX y XX, y con el movimiento del EZLN en el sureste del país. Es innegable que se identificaba con los procesos de transformación; alguna vez lo vi realizando un boceto del obispo Samuel Ruiz en su taller, ¿qué opinión te merecen sus andanzas revolucionarias?
–Una sección de la exposición tiene que ver justo con las revoluciones latinoamericanas. Vlady tuvo una estricta formación militante. Aprendió a pensar con los amigos de su padre, militantes que buscaban rescatar la revolución de las garras de Stalin y encauzarla hacia un proyecto humanista y libertario. Estas experiencias juveniles le ayudaron a desarrollar una enorme sensibilidad para captar la importancia de los movimientos sociales. Vlady siempre dialogó con el mundo y particularmente con México, que le dio refugio y le permitió desarrollarse como artista. Admiró a revolucionarias como Teresa Hernández Antonio, una militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, asesinada en 1975; celebró, aunque sea críticamente, la Revolución cubana y por supuesto se identificó con la rebelión zapatista de 1994. Viajó a Chiapas y, curiosamente, él que era ateo, pintó a Samuel Ruiz, el obispo de los mayas, al temple y óleo, en la mejor tradición renacentista veneciana.
–Al pertenecer a la Generación de la Ruptura, Vlady aseguraba que la verdadera ruptura, para él, fue el muralismo, porque no involucraba un trastorno local sino un fenómeno de implicaciones en las artes del siglo XX; sin duda era polémico, hablaba con una franqueza brutal, no como diva, ¿no le parece?
–Yo creo que Vlady llevó a cabo muchas rupturas. Es un artista completo y no se le puede encasillar en una escuela en particular. La llamada Generación de la Ruptura nació en su casa, pero Vlady es, entre otras cosas, un muralista. Criticó a la escuela mexicana de pintura y reivindicó los valores de la libertad y la disidencia; sin embargo, acabó rompiendo con la vanguardia a la que había pertenecido por considerarla comercial y apolítica. Es decir, Vlady rompió con la Ruptura. Curiosamente, tuvo mucho éxito en la década de los sesenta como pintor abstracto –sería mejor decir semiabstracto– y tuvo mucho menos éxito con su obra maestra, Las revoluciones y los elementos, de la cual presentamos algunos bocetos y grabados. Nuestra exposición busca, entre otras cosas, aquilatar el lugar de Vlady en la historia del arte mexicano y universal.
–En su libro Abrir los ojos para soñar (1996), Vlady abre una disertación: “Cuántas veces me he interrogado sobre la frase de Rembrandt: ‘El cuadro está terminado cuando realizaste la idea.’ ¿Cuál idea? ¿De dónde la sacas? ¿Cuándo la reconoces? ¡Y puede uno pasar al lado el cuadro sin reconocerlo! Por eso el silencio es tan necesario.” Se ha escrito poco de él como un pintor con una vasta cultura y con una crítica y autocrítica devastadoras…
–Vlady, además de ser un gran pintor, era un erudito, lo cual no es tan común en los artistas. Casi no conoció escuelas, aunque en París frecuentó durante un corto tiempo alguna academia de arte. Igual que Serge, se formó básicamente como autodidacta. Los museos fueron su verdadera escuela. Cuando era niño, en Leningrado, se enamoró del Hermitage; luego conoció el Louvre, el Prado y la Escuela Grande de San Rocco. Y amaba los libros. En su biblioteca había decenas de libros de historia del arte, con los cuales dialogaba y se peleaba a diario. Leía y releía a Elie Faure, otro autodidacta genial, quien lo inició al estudio de la pintura renacentista. Le gustaba medirse con Artemisa Gentileschi, Rembrandt, El Greco, Velázquez y muchos otros. Es otra de las facetas de su trabajo que abordamos en la exposición. Y Vlady escribía. Además del libro que mencionas y de los artículos que publicó durante años en la prensa nacional, dejó miles de páginas inéditas que dan cuenta de su evolución y su historia.