En los ochenta fue cuando el joven Eduardo Llerenas, tomó una decisión de viajar para grabar sones

Bemol sostenido

Alonso Arreola

 

La última vez que vimos a Eduardo Llerenas, recientemente fallecido, fue en un concierto privado que ofreció para compartir la música de algunos grupos vinculados a su catálogo y al Festival Cervantino. Fue hace unos tres años, creemos. Hablamos poco. Lo vimos bien. Estaba alegre. A su lado, por supuesto, sobrevolaba la sonriente Mary Farquharson, pareja y cómplice de vida. Con ella fundó, hace treinta años, Discos Corasón, una de las aventuras sonoras más importantes del continente.

Todo comenzó a inicios de los ochenta cuando el joven Llerenas, maestro de química en Ciudad de México, tomó una decisión trascendental al lado de su colega, el también científico (matemático) Enrique Ramírez. Se sumaría a la iniciativa trashumante de Beno Lieberman, conocido folclorista que viajaba por el país durante los fines de semana para grabar en cinta magnética la mayor cantidad de sones posible.

De ese esfuerzo sin parangón se desprende la mítica colección Antología del son de México. ¿La recuerda nuestra lectora, lector? ¿Esos discos, cuyas portadas tenían fotos en color verde y anaranjado con la tipografía crecida al centro, y que luego fueron reeditados en tres cedés? (Es momento de buscarlos en plataformas y ponerlos de fondo. Aquí esperamos. ¿Ya? Bien.) Su clasificación nos lleva finamente a Tierra Caliente, Jalisco y Río Verde; a Tixtla, Costa Chica, al Istmo y a Veracruz; a la Huasteca. Es una maravilla.

Luego de eso vendrían, de manera natural y al paso de los años, otras muchas grabaciones de campo en Centro y Sudamérica; también la publicación de artistas africanos, balcánicos, asiáticos; la producción de conciertos en los mayores festivales y foros de México. El sello Corasón crecería orgánicamente siguiendo la intuición, el cariño genuino de sus dueños. Así lo atestiguamos desde finales de los noventa, cuando comenzamos a escribir para espacios musicales y nos acercamos a ellos.

“Nosotros grabamos el primer disco de Elíades Ochoa y el último de Chavela Vargas”, ha dicho Mary en algunas entrevistas. Y sí. En una frase como ésa vemos la relevancia de su trabajo al lado de Llerenas; la claridad de su curaduría y el olfato histórico que los posicionó al centro de distintos “despertares” geográficos cuando la globalización aún nos conectaba. Hablamos de antes de la distribución digital que no sólo transformó a la industria, sino al propio trabajo de composición y grabación; de antes de que se perdiera el contacto directo, contextual, por el que tanto trabajó gente como Eduardo.

El más significativo de esos despertares fue, sin duda, el que llevaran a cabo junto al músico y productor inglés Nick Gold, con quien Farquharson creara el sello World Circuit. Trabajando con él y con Ry Cooder surgió una grabación parteaguas para la música cubana: Buena Vista Social Club. ¿Cómo se vincularon al proyecto? Llerenas llegó a La Habana con piezas de rescate cuando a Gold se le descompuso una grabadora de los estudios Egrem. Desde ese momento Corasón formaría parte de un fenómeno mundial inigualable y sería uno de sus principales distribuidores.

Para conocer a fondo esta historia puede ir en busca del video Buena Vista Social Club en México. Allí, en Youtube, verá la conversación de Mary con Gold por el 25 aniversario del disco, acompañados por Llerenas y amigos notables, como el periodista Óscar Sarquiz (quien por cierto acaba de dedicarle una emisión completa de su programa radiofónico Migrante a su extinto amigo). No hay mejor registro para enterarse de las historias que nutrieron esta grabación del propio Elíades Ochoa con Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Compay Segundo y Rubén González, entre otros.

Gracias, pues, Eduardo, por tu trabajo y dedicación. Gracias por tu trato y educación. Gracias por facilitar aquel día que pasamos al lado de Cachaíto y Angá en el Centro Histórico. Buen tránsito al otro lado. Abrazo Mary, de corazón a Corasón. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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