Rafael Moneo: la arquitectura y el enigma
Alejandro García Abreu
Rafael Moneo (Tudela, 1937) –uno de los arquitectos más importantes de los siglos XX y XXI, ganador del Premio Pritzker y que cumplió ochenta y cinco años en mayo de 2022– es autor de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, en Los Ángeles, California, creada entre 1996 y 2002 y de la que se celebran veinte años de construcción.
El arquitecto narró a los miembros del Estudio Rafael Moneo: “El respeto a la orientación naciente de los ábsides de las iglesias y el que la planta de la catedral respondiese a la tradición cruciforme implica una inversión de términos –acceso desde la cabecera, capillas que no se abren a la nave y sí a un deambulatorio–, toda una novedad tipológica ya que se trata de una disposición inusitada.”
Surgen la evocación del pasado y la espiritualidad: “La catedral, construida en hormigón armado coloreado, incorpora rasgos arquitectónicos que siempre hemos asociado a la arquitectura religiosa. Es posible que el visitante encuentre en ella elementos que le recuerden arquitectura distante en el tiempo que no es preciso mencionar ahora”, continuó en su discurso dirigido a los miembros del Estudio Rafael Moneo.
La luz: una presencia sagrada
Catherine Croft –escritora especializada en arquitectura– estudió la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles de Moneo en Concrete Architecture (Arquitectura concreta). Escribió que el edificio está diseñado para durar trescientos años: “se encuentra cerca de la falla de Elysian Park y tiene la capacidad de soportar terremotos de 8.5 en la escala de Richter”. Croft citó al arquitecto: “El hormigón da continuidad entre las paredes internas y las externas, que permite comprender el edificio como un todo homogéneo.” Así aprovechó todas las cualidades del material.
“Moneo ve su edificio vinculado a la arquitectura eclesiástica del pasado”, asegura la escritora, aunque su influencia es moderna. El arquitecto español –afirmó Croft– se basó en la Capilla de la Resurrección (1938), de Erik Bryggman en Turku, Finlandia; en el Crematorio de Estocolmo (1940), de Gunnar Asplund; y en la Capilla Notre-Dame du Haut (1950-1954), de Le Corbusier, en Ronchamp, Francia, conocida sólo como Ronchamp. Son edificios modernos en los que “se siente una presencia sagrada.” Dijo que “cada uno de estos ejemplos despierta ecos”. Confirmó que el ambiente de Ronchamp parece el de una pequeña iglesia románica.
Según Croft, Moneo atribuye el poder de Ronchamp y Turku a su manipulación de la luz: “Entiendo la luz como protagonista de un espacio que pretende recuperar el sentido de la trascendencia, y presentarlo como un sentido de lo sublime.” La autora de Calcestruzzo concluyó: “En la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles la luz se filtra a través de finas láminas de alabastro para crear un efecto que es a la vez cálido y misterioso. Moneo utilizó por primera vez este material para la Fundació Joan Miró en el Parc de Montjuïc –Barcelona–, una galería y un centro de estudios en Palma de Mallorca.”
Le Corbusier: lugares con vida propia
“La Capilla como un refugio/cueva que reacciona frente a la geografía.” Tras confesar la influencia de la Chapelle Notre-Dame du Haut –Ronchamp– en su trabajo, Moneo escribió Sobre Ronchamp (Acantilado, Barcelona, 2022), libro en el que exalta el recinto construido por Le Corbusier (La Chaux-de-Fonds, 1887-Cap Martin, 1965). Su construcción fue concluida en el año de su muerte.
“La atmósfera de Ronchamp propicia el encuentro con nuestro yo más profundo y nos empuja a formular preguntas acerca de nosotros mismos, preguntas que raramente nos hacemos en nuestra vida cotidiana”, escribió Moneo en Sobre Ronchamp. Resulta “idóneo para plantearnos los misterios y enigmas que acompañan a nuestra existencia.” En el libro sobre una de la grandes obras del arquitecto francés de origen suizo se lee que es una construcción que ofrece sorpresas:
Un espacio en el que el desconcierto que trae consigo la oscuridad desaparecía tan pronto como uno se dejaba absorber –en el sentido más literal de la palabra– por aquellos ondulantes, ataluzados y alabeados muros en los que la luz se abría paso a través de hendiduras y huecos, cuya condición y naturaleza no llegábamos a percibir pero que te hacían sentir vivo al reclamar continuamente tu atención. La conciencia de “estar”, de haber llegado a un lugar con vida propia, a un ámbito que imperiosa e inmediatamente se nos hacía presente como experiencia sensorial de la que era difícil desprenderse, pronto se nos hizo evidente.
Para Moneo, Le Corbusier “descoloca” al visitante. Ronchamp es un emplazamiento interior variable, alterno, irregular, versátil e inconstante.