Biblioteca fantasma
Evelina Gil
Hace mucho estoy enterada de que Magali Velasco (Xalapa, 1975) es una de las grandes cuentistas mexicanas contemporáneas, aunque su obra esté repartida en editoriales artesanales, de tirajes cortos. Un talento sólido encuentra admiradores por discreta que sea su manifestación. Sus relatos, que no te dejan indiferente, con personajes admirablemente trazados y anécdotas poderosas y desarrolladas sin cortapisas, aunado a un erotismo violento y poético a un tiempo, pregonaban una futura gran novelista. Leyendo Cerezas en París (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022) no sólo reafirmo mi teoría, sino que –¿cómo no?– me embarga una emoción muy especial.
Como novelista, Velasco redobla sus virtudes como cuentista. La prosa, de belleza estricta, virtuosamente despojada de florituras, se deja leer con una fluidez que se traduce en deleite estético, incluso tratándose de una historia complicada en más de un sentido, especialmente en lo tocante a su profundidad psicológica. Su protagonista, Montserrat Montero, diseñadora de joyas, no ha tenido una vida fácil en lo absoluto. Desde las circunstancias de su nacimiento –el padre asesinado; la madre con cáncer terminal, mantenida con vida artificial para llevar su embarazo a término–, pasando por su conflictiva relación con una hermana que, por la diferencia de edad, casi podría ser su madre, y su poderoso vínculo con una abuela que era ya demasiado mayor al momento de su nacimiento y sin embargo cumple a cabalidad su papel de educadora y cuidadora, resulta casi imposible suponer que llegará a alcanzar lo que algunos denominarían “normalidad” y, en efecto, su situación se problematiza conforme madura. Tal como se lee cerca del final, existen interesantes variantes a la emblemática frase con que Tolstoi abre Anna Karenina: “La suya no era más que otra historia de familias extintas, tan parecida a otras en las que sus árboles genealógicos se encogen como bonsáis.”
Básicamente, la novela la acompaña desde la adolescencia hasta sus significativos treinta, cuando muchos resuelven modificar el rumbo de su vida, en especial si no han encontrado uno que les permita dejar de sentir que avanzan sobre un campo minado. Y vaya que a Montse le han estallado varias, empezando por descubrir embarazosas intimidades de sus padres, como las circunstancias de la muerte de él o del cementerio de fetos bajo sus pies. Su vida afectiva y sexual, numéricamente hablando, no es tan clamorosa…, pero lo es en intensidad, desde su primer amor, Diego, un chileno que la abandonará tras una tórrida relación (para luego regresar cuando menos se le espera), pasando por su perturbador descubrimiento de estar enamorada de su mejor amiga, la argentina María, que posee la capacidad de ver fantasmas, don que en cierta forma le devuelve a Montse sus seres amados, hasta su tibia, conmovedora relación con Allan. Extranjeros de la vida. Pese a lo genuino de sus sentimientos por ellos, a quienes ama de modos radicalmente distintos, Montserrat parece marcada por el sino de la tragedia y su justificado temor de entregarse totalmente, incrementado por el peso de abortar un hijo, también amado, que formará parte del panteón heredado por su propia madre.
Las cerezas a las que alude el título son el nombre de una bebida exótica que María, viajera, al contrario de Montserrat que jamás ha salido de México, descubrió en París e infructuosamente ensaya en la húmeda Xalapa donde transcurre la historia: una especie de metáfora del abrupto y entristecido amor que la une con Montserrat, a quien carcome la duda respecto a una grave acusación de María contra el retornado Diego. Preparar “cerezas de París”, en otro lugar que no sea París, pareciera irremediablemente una maldición ancestral… como despejar la sombra que pesa sobre su relación. Dicho, y bien, por Élmer Mendoza en el posfacio: “Magali Velasco cree profundamente en sí misma. Es una narradora hábil en el manejo de la tensión, en la creación de atmósferas narrativas, en la utilización del lenguaje de su tiempo…”